Un invierno húngaro con la miseria llamando a la puerta de los hogares
Los cortes de energía, la inflación galopante y la escasez de alimentos ensombrecen la Navidad. Muchos ciudadanos sufren el dilema de pagar por comida o por calefacción
Corresponsal en Berlín
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Iniciar sesiónEn Hungría no se está viendo el Mundial de Qatar y no es por falta de afición al fútbol. Los cortes de electricidad impiden ver la televisión con normalidad y los bares en los que antes se proyectaban los partidos en pantalla gigante ... están a menudo cerrados a causa de la inflación. Incluso en Szekesfehervar, a 60 kilómetros de Budapest, el club de fútbol de primera división ya no tiene acceso a su propio estadio, construido en 2018 con capacidad de 14.000 espectadores y que no puede abrir sus puertas porque no puede afrontar la factura de la luz.
Sucede lo mismo con cines y teatros, con bibliotecas, piscinas y los famosos baños térmicos. Con una inflación que llega al 21%, nivel de precios que no se alcanzaba en el país desde 1996, y que en el caso de los alimentos se encarama hasta el 87%, jubilados y funcionarios han caído en la miseria. En Tik Tok se ha hecho viral el vídeo de la señora Rozika, de 71 años, que llora porque no puede pagar la calefacción ni comprar comida: «Estoy por morir de hambre».
La situación económica de partida de Hungría no era muy diferente a la de otros países europeos, pero en su caso no cuenta con el euro. El florín húngaro ha perdido más de un 30% respecto al dólar y la deuda externa se come los presupuestos generales. El Gobierno ha introducido topes al precio del aceite, los huevos, la leche y la gasolina, pero esta medida solo ha tenido como consecuencia que estos productos escaseen o desaparezcan del mercado mientras aumenta desproporcionadamente el precio de otros.
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Para terminar de rematar, la UE mantiene congelado el desembolso de 7.500 millones de euros como castigo al incumplimiento del Estado de derecho por parte del Gobierno de Viktor Orbán, que por su parte culpa de la situación a las sanciones europeas, que considera «incorrectas» y «perversas». Y entre estas dos partes en contienda, está la población húngara.
Hace ya muchos meses que Ildiko va a hacer la compra con lápiz y cuaderno para registrar sus compras diarias. «Si no, no puedo llevar la cuenta», se justifica. «Hace tres meses, el queso me costaba 1.700 florines (4,14 euros) y ahora son 3.300 (8 euros). Y mire el salami, el pan, las verduras...», se aflige ante la lista de la compra.
Su actual presupuesto para comida, de la que han sido eliminados todos los productos de alta calidad y por supuesto caprichos, es de unos 700 euros: «Tengo suerte porque vivo en Sopron, pero trabajo en Austria, así que intento comprar allí. Hasta hace muy poco era al revés, evitaba las tiendas austríacas porque allí era todo mucho más caro». Pero en los últimos días Ildiko se ha encontrado con un nuevo problema: el tope del precio arruina a las gasolineras, que están optando por los cierres. Arrancar el coche para cruzar la frontera ha comenzado a ser una aventura diaria.
Imposible repostar
Las existencias de gasolina de 95 octanos se agotaron hace unos días, la empresa no puede comprar a los precios internacionales y vender por debajo de ellos a 480 florines el litro, 1,71 euros, explica el encargado de la estación MOL de la céntrica calle Mészáros de Budapest. De hecho resulta imposible repostar a precio oficial en gasolineras por todo el país.
El Gobierno aumentó el pasado verano el impuesto a las ganancias extraordinarias del principal productor de combustibles fósiles del país, MOL, del 25% al 40%. La empresa es ahora incapaz de operar. El ministro de Economía húngaro, Márton Nagy, ha reprochado al grupo MOL que podría evaluar mejor la situación resultante en el mercado de combustibles y atribuye la escasez a problemas técnicos en la refinería de Százhalombatta, en declaraciones al portal de noticias index.hu. Llama además a la población a «no sucumbir al pánico».
Janos, de profesión traductor, ha dejado a su hija en casa de los abuelos para que puedan llevarla caminando al colegio, ante la imposibilidad de seguir utilizando el coche. Ha presentado la situación a la niña como temporal, pero sabe que es muy posible que sea definitiva. «Compramos un piso hace siete años y todavía estamos pagando el préstamo. Los dos trabajamos, no debería haber problemas, pero además del coste de los alimentos y el combustible, el pago del crédito es ya insoportable y estamos intentando venderla, para venir a vivir a casa de mis padres», explica.
Se refiere a que el Banco Central de Hungría, para luchar contra la inflación, ha ido subiendo la tasa de referencia de los tipos de interés hasta el 13%, un nivel que atenaza la capacidad de financiación tanto de familias como de pymes. Su principal preocupación, sin embargo, es la bajada de las temperaturas. «Mi hija está empezando a hacer su lista de pedidos de regalos de Navidad y yo ni siquiera sé cómo vamos a calentar la casa, tengo que explicarle que esto que vivimos este año no es Navidad, esto es el invierno húngaro».
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