Afganistán se mantiene a flote con el dinero de Estados Unidos

Con los talibanes a punto de tomar Kabul sin ninguna oposición del Ejército afgano, los estadounidenses, como toda la comunidad internacional, abandonaron el avispero. Comenzaba el segundo mandato talibán: la sharía como ley suprema, lapidaciones en público, mujeres vestidas hasta los tobillos con el burka, prohibiciones de todo tipo (la última que la voz de las mujeres no suene en ningún lugar público).

Las consecuencias de la llegada fundamentalista no tardaron en notarse. Los países occidentales no reconocieron al gobierno talibán y anunciaron sanciones; muchas organizaciones internacionales dejaron de trabajar en terreno ante la dificultad que suponía hacerlo en un país regido por una organización terrorista, y sobre todo, las más perjudicadas fueron las mujeres: condenadas a un ostracismo total.

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Carlota Pérez

Sin embargo, el dinero siguió llegando, sobre todo en forma de ayuda humanitaria. Estados Unidos continúa siendo el mayor donante para el pueblo afgano y aunque ese dinero ha disminuido considerablemente desde su retirada del país, sigue encabezando la lista. Afganistán se ha convertido en una paradoja del buen intencionado: seguir donando dinero para ayudar a los más afectados (llegan a los 34 millones en un país de 41), pero finalmente esa riqueza recae en los de arriba: los talibanes.

En un informe publicado, a petición de los Estados Unidos, en julio de este año por el Inspector General para la reconstrucción de Afganistán, (Sigar, en sus siglas en inglés), un ente encargado de proporcionar una supervisión independiente y objetiva de los proyectos y actividades de la reconstrucción de Afganistán, calculaba en 20.700 millones de dólares (unos 18.5000 millones de euros) los fondos estadounidenses que «se pusieron a disposición del pueblo afgano desde la retirada de las tropas en agosto de 2021».

Esta cantidad incluye casi 3.000 millones de dólares en créditos de ayuda humanitaria y de desarrollo; 3.500 millones en activos pertenecientes al Estado afgano y congelados por Washington, que luego fueron transferidos en septiembre de 2022 al Fondo Afgano, una fundación benéfica creada por el Tesoro estadounidense para «proteger la estabilidad política macrofinanciera en nombre del pueblo afgano».

El informe también tiene en cuenta los gastos que hubo en beneficio de los refugiados acogidos en Estados Unidos. Así, se llegaron a destinar 8.700 millones de dólares para la evacuación y la atención de los afganos evacuados en el marco de la Operación Allies Welcome.

Antes de la vuelta de los talibanes, la ayuda exterior financió hasta el 80% de los gastos del Gobierno afgano y representó la mitad del presupuesto. Ahora, esa cifra es mucho menor. La situación humanitaria en Afganistán es dramática. Más de 23,7 millones de personas necesitan asistencia humanitaria; cerca de 15 millones padecen inseguridad alimentaria aguda y tres de cada diez niños sufren hambruna severa. «No tenemos nada. Mi marido no puede trabajar y a nosotras no nos dejan salir casi de casa. Así no puedo sostener a mi familia», comenta Maddina, madre de familia que vive en Kabul al ser preguntada por ABC.

La situación no era boyante, ni mucho menos, antes de la caída de Kabul, pero la llega talibán la agravó. Solo un mes después de la llegada de los fundamentalistas, las Naciones Unidas apelaron a la ayuda internacional para conseguir 600 millones de dólares. En respuesta, los donantes internacionales (principalmente Estados Unidos), aportaron 995 millones de dólares, según datos de la Oficina de Coordinación de Asuntos humanitario de la ONU. Este dinero ha servido para «evitar una catástrofe humanitaria», según la ONU. Pero también, según el Sigar «los envíos de divisas estadounidenses han proporcionado beneficios directos e indirectos a los talibanes».

¿Ese dinero llega realmente a su destino: la ayuda humanitaria? «Una parte sí», apuntan desde el organismo, «pero otro monto importante sí que acaban en las arcas talibanes».

Una clave son los envíos de divisas que permiten a los fundamentalistas generar ingresos a través de impuestos y otras tasas sobre las empresas y actividades de las organizaciones de ayuda. Las ONG (gran parte de ellas financiadas por EE.UU.) están cumpliendo con las leyes fiscales afganas mediante la retención de impuestos sobre la rente de los salarios de los empleados. Otro punto, señalan, es cómo los fundamentalistas están obviando los servicios básicos para la ciudadanía y de ahí la respuesta humanitaria.

La ONU y otras organizaciones han sustituido al gobierno como proveedores de servicios básicos (mientras, los talibanes se atribuyen los beneficios y lo utilizan como propaganda para crear apoyo). Un informe del Banco Mundial confirmaba que los talibanes daban prioridad «al gasto improductivo en el sector de la seguridad», frente a las necesidades de la población y como dan por hecho la participación internacional para paliar la crisis humanitaria, dejan que las Ongs y organismos internacionales proporcionen estos servicios. Otro beneficio: el Banco de Afganistán (y por tanto, los talibanes) han podido generar ingresos cobrando comisiones por el cambio de divisas.

«Aunque el envío ayuda estadounidense ha proporcionado muchos beneficios al pueblo afgano también han proporcionado beneficios sustanciales a los talibanes», aseguran desde el Sigar.