La política de la eternidad

Pablo Picasso, cansado de tanta interpretación y reinterpretación sobre los símbolos de su obra maestra intentó zanjar todo ese alambicado debate aseverando con su gracia malagueña que «el toro es un toro y el caballo es un caballo (...) El público verá lo que desee ver».

En retrospectiva, la icónica creación de Picasso es un retrato y un aviso. Por una parte, el cuadro ilustra el doloroso apagón de la sociedad internacional durante las dos décadas que transcurrieron entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Una calamitosa oscuridad cegada por el colapso económico, el proteccionismo comercial, el nacionalismo rampante, el cuestionamiento de las democracias para ofrecer seguridad y prosperidad, junto a la negación del multilateralismo y del idealismo más liberal. Sin olvidar el ímpetu autoritario y la brutalidad encarnada por el fascismo de Italia, el nazismo de Alemania, el comunismo de la Unión Soviética y el imperialismo de Japón.

El aviso de Picasso, por otra parte, sería lo que el historiador Timothy Snyder en su premonitorio ensayo El camino hacia la no libertad (2018) identifica como «la política de la eternidad” donde se intenta encasillar a las naciones dentro de una historia cíclica de victimismo en la que de forma inevitable siempre terminan por retornar las mismas amenazas del pasado. Las crisis se coreografían y se manipulan las emociones resultantes. El futuro se ahoga en el presente. Y con la ayuda de la tecnología se trasmite ficción política y se niega la verdad. Hasta que todo, absolutamente todo, queda reducido a espectáculo y sentimiento.