La historia de un general traidor
POR L. PÉREZSANTIAGO. Cuando estaba en la cima del poder, al general Augusto Pinochet le gustaba que le describieran como un soldado, estratega y «chileno cazurro», es decir malicioso, reservado y de
POR L. PÉREZ
SANTIAGO. Cuando estaba en la cima del poder, al general Augusto Pinochet le gustaba que le describieran como un soldado, estratega y «chileno cazurro», es decir malicioso, reservado y de pocas palabras. Pinochet supo sortear todas las barreras que le llevarían a ... la jefatura máxima del Ejército, que retuvo durante un cuarto de siglo, aunque para ello tuviera que eliminar toda oposición interna; logró mantenerse en el poder sin contestación durante 17 años; intentó impedir que la Justicia le investigara por las casi 3.200 víctimas que dejó su régimen dictatorial; hizo lo posible por eludir la Justicia, que finalmente le cazó, pero supo evitar la cárcel.
Ya era «cazurro» en la década de los 30, cuando ingresó en la Escuela Militar después de dos intentos frustrados, como también cuando a finales de los 40 fue oficial del campo de concentración de Pisagua, donde fueron recluidos los dirigentes comunistas. En esa ocasión le tocó recibir a una delegación parlamentaria que encabezaba el joven diputado y médico socialista Salvador Allende.
Años más tarde, su reserva y parquedad de palabra hizo que en 1973 -cuando el gobierno socialista del doctor Allende hacía crisis- el entonces jefe del Ejército, el general Carlos Prats, recomendara como comandante en jefe a este opaco oficial que hasta entonces se había mostrado fiel a la Constitución y las leyes. Tres meses antes del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, Pinochet, Prats y el entonces ministro de Defensa de Allende, José Tohá, sofocaron una asonada militar en Santiago. Fue la prueba de fuego para Pinochet, que por entonces ignoraba que altos oficiales de la Armada, Aviación y de su propio Ejército conspiraban para derrocar al presidente socialista.
Le empujó su mujer
Pinochet se sumó a los preparativos del golpe de Estado una semana antes del 11 de septiembre, cuando el general Sergio Arellano Stark le invitó a formar parte de la conjura. La esposa de Pinochet, Lucía Hiriart, ha contado que ella le empujó a tomar la decisión de participar en el golpe y que la noche anterior a que las Fuerzas Armadas salieran a las calles, el general reunió a su familia y la dejó bajo protección, por si las cosas salían mal.
Los primeros movimientos del golpe de Estado se produjeron en el puerto de Valparaíso -a unos 200 kilómetros de la capital-, donde la Armada tomó el control de la ciudad. De madrugada, Pinochet partió a un regimiento en Santiago, desde donde dirigió a sus fuerzas terrestres en el acoso al palacio presidencial de La Moneda. Ya avanzada la mañana, Allende preguntaba por la suerte de Pinochet. Convencido de su lealtad temía lo peor para el jefe del Ejército. Sólo se enteró de la traición de Augusto Pinochet cuando un oficial le ofreció un avión para salir del país, por encargo del jefe militar. En ese mismo momento, el «cazurro» general decía a sus subalternos que si Allende aceptaba el avión, «en algún momento lo echan abajo».
Esas horas del golpe de Estado, incluido el suicidio de Salvador Allende, fueron claves para que Pinochet afianzara su poder entre los golpistas. Reclamó de inmediato que la rama de las FF.AA. «más antigua» debía encabezar la naciente Junta Militar, que a partir de ese momento él presidió. En los días siguientes, la Junta Militar -que también integraban el almirante José Toribio Merino, el general de la Fuerza Aérea Gustavo Leigh y el jefe de la Policía, general César Mendoza, todos fallecidos- ordenó una dura represión contra cualquier foco de resistencia y reemprendieron el desarrollo económico del país.
Mientras la represión se la encargó a todos los jefes militares de zona y, en especial, al general Arellano Stark, que recorrió todo Chile ejecutando prisioneros, la planificación del nuevo modelo económico quedó a cargo del almirante José Toribio Merino y de un selecto grupo de economistas que estudiaron en la Universidad de Chicago. Unos meses después, la represión selectiva pasaría a manos del coronel Manuel Contreras, quien recibió la tarea de organizar la Dirección Nacional de Inteligencia (DINA), que respondía a las órdenes directas de Augusto Pinochet.
La Operación Cóndor
La DINA, que funcionó desde octubre de 1973 hasta 1978, y que luego tuvo una sucesora con el nombre de Central Nacional de Informaciones (CNI), fue la responsable de casi 1.200 detenidos desaparecidos y de los asesinatos del general Carlos Prats (Buenos Aires, 1974); del ex canciller Orlando Letelier (Washington, 1975) y el atentado del que resultó gravemente herido el ex vicepresidente Bernardo Leighton (Roma, 1975). La DINA de Contreras y Pinochet también fue responsable de la articulación de la Operación Cóndor, que en la década de los 70 coordinó a los aparatos represivos de las dictaduras del Cono Sur americano y que secuestró, asesinó o hizo desaparecer a miles de izquierdistas.
Al mismo tiempo, Pinochet aprobaba un plan económico que puso las bases del neoliberalismo, al privatizar empresas y servicios del Estado, facilitar el ingreso de capital privado en los fondos provisionales, flexibilizar el empleo, abrir mercados a los productos de exportación con ventajas comparativas, reducir los salarios para abaratar costes de producción y prohibir los sindicatos.
El dictador chileno encargó a destacados juristas de la derecha la institucionalidad del nuevo régimen, que quedó plasmada en una nueva Carta Constitucional que hizo aprobar en un fraudulento plebiscito en 1980, el que de paso permitía al general permanecer en el poder durante ocho años más con posibilidad de extenderlos a otros ocho, sin Parlamento y los partidos proscritos.
Durante los años 70, Augusto Pinochet vivió tres episodios que amenazaron su poder: una crisis con la Fuerza Aérea, que le obligó a desbancar al general Leigh de la Junta Militar; una crisis fronteriza con Argentina, que fue resuelta con la mediación del Papa Juan Pablo II, y las presiones de Estados Unidos para juzgar al general Contreras, jefe de la DINA, por el asesinato del ex canciller Orlando Letelier en Washington. Con un férreo «control interno» asentado en la represión, Pinochet no sentía que su poder estuviera en peligro.
Entrada la década de los años 80, las cosas cambiaron. Una fuerte crisis económica, con la quiebra en cascada de centenares de empresas, llevó al desempleo a alrededor del 30 por ciento de la fuerza laboral y desató el comienzo de las primeras reivindicaciones nacionales de carácter masivo. Millares de chilenos comenzaron a salir a las calles a protestar, mientras los partidos políticos comenzaron a reorganizarse. La represión parecía no ser suficiente para detener la creciente avalancha de movilizaciones sociales. Augusto Pinochet, que solía sobrevolar en helicóptero las barriadas populares de noche para ver las barricadas y fogatas, no lograba entender las razones de las protestas, al mismo tiempo que el margen de maniobra política se estrechaba por las peticiones de sectores de la derecha política y empresarial, que pedían espacios democráticos para dirimir las controversias que la represión ya no podía resolver. Incluso Estados Unidos comenzó a temer que el desmoronamiento de Pinochet y su dictadura arrastrara todo el andamiajedel sistema.
Intento de asesinato
En eso estaba el general cuando el 8 de septiembre de 1986 un comando del Frente Patriótico Manuel Rodríguez -vinculado al Partido Comunista- intentó asesinarle en un atentado que mató a cinco de los escoltas del dictador. Fue entonces cuando Augusto Pinochet adelantó su agenda política y decidió convocar un plebiscito que decidiera sobre su continuidad. Seguro de ganar, el dictador chileno permitió que la consulta se hiciera con registros electorales. Esa oportunidad fue bien aprovechada por la oposición, que el 5 de octubre propinó un duro golpe a los planes de perpetuidad de Pinochet: el 54 por ciento de los votantes optó por el «no» y obligó al gobernante a iniciar sus planes de retirada.
Pese a su derrota, con el 44 por ciento que obtuvo todavía tenía un gran margen de maniobra que le permitió negociar su salida, atrincherarse en la comandancia del Ejército y -después se descubriría- desviar fondos hacia sus cuentas privadas en el extranjero.
Augusto Pinochet entregó el poder en marzo de 1990 al democristiano Patricio Aylwin, quien ganó las elecciones meses antes apoyado por una amplia coalición que integraban algunos de los partidos derrocados junto a Allende. Pero Pinochet, tal como dictaba su Constitución, se quedó con la jefatura del Ejército desde donde intentó cogobernar y protegerse. «Si tocan a uno de mis hombres, se acaba la democracia», llegó a decir, cuando comenzaron a investigarse las violaciones a los derechos humanos cometidas durante la dictadura.
Sin embargo, Pinochet estaba más preocupado de que no se investigaran las privatizaciones de empresas o los negocios en que estaban involucrados algunos de sus parientes. De hecho dos veces amenazó con movimientos militares al gobierno de Aylwin; en ambas por investigaciones sobre un millonario fraude fiscal que abultó las cuentas del hijo mayor del ex dictador.
Después de 25 años en la jefatura del Ejército, en marzo de 1998 Pinochet entregó el mando militar y se replegó a otro cargo que le daba inmunidad: el de senador vitalicio. En enero de ese año se interpuso la primera querella criminal en su contra y corrió por cuenta de la fallecida dirigente comunista Gladys Marín, quien tenía a su esposo entre los detenidos desaparecidos.
El ocaso
Pero el momento preciso en que Pinochet comenzó su cuesta abajo se produjo el 16 de octubre de 1998, cuando Scotland Yard ejecutó una orden internacional de detención emitida por el juez español Baltasar Garzón en The London Clinic. Acusado de genocidio, Pinochet estuvo 503 días bajo arresto en Londres. Declarado incapaz para afrontar un juicio, fue devuelto en marzo de 2000 a Santiago, cuando apenas iniciaba su gobierno el socialista Ricardo Lagos. Desde entonces, el ex dictador se ha enfrentado a más de 300 querellas criminales por torturas, ejecuciones sumarias, secuestros y desapariciones forzosas.
Pero los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y la posterior investigación del Senado sobre el lavado de dinero de grupos islámicos dejaron al descubierto que Pinochet escondía una fortuna a través de una compleja red de cuentas bancarias y empresas fantasmas en el sistema financiero internacional.
Algo que muchos sospechaban se hacía realidad. Augusto Pinochet, durante los 17 años que gobernó, más los ocho en que continuó en la Jefatura del Ejército, acumuló una fortuna de decenas de millones de dólares. El ex dictador cobró comisiones por la compra y venta de armas, desvió fondos públicos a sus cuentas que ocultaba incluso con identidades falsas y además burló las leyes tributarias. En el momento de su muerte ya casi no le quedaban partidarios. Murió rodeado sólo de su familia, que también terminó enredado en los oscuros negocios del ex dictador chileno.
El dictador que dirigió Chile con mano de hierro durante 17 años y que traicionó al presidente Allende como jefe del Ejército vivió el comienzo del ocaso con su derrota en el plebiscito de 1988
REUTERS
Augusto Pinochet pasa revista a las tropas en el Palacio de Gobierno de Santiago cuando era comandante en jefe del Ejército chileno
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