La enmascarada intervención de EE.UU. en Somalia
Escarmentado del «Black Hawk derribado» de 1993, los esfuerzos de Washington en el país africano se centran ahora, en tierra, en la capacitación de las fuerzas locales, y en los cielos, en el uso de aviones no tripulados
EDUARDO S. MOLANO
Cerca de 6.400 kilómetros y una decena de países. Desde el punto de vista numérico, la distancia continental entre Sierra Leona y Somalia no puede ser mayor. Sin embargo, en las calles de la capitalina Freetown (mejor dicho, en sus campos de entrenamiento) se ... juega buena parte del futuro del conflicto somalí.
El pasado mes, cerca de un millar de reclutas sierraleoneses eran desplegados en Mogadiscio como parte activa de la misión que la Unión Africana mantiene en Somalia. Su nacionalidad, lo cierto, quizá no interese demasiado al lector. Aunque sí que podría hacerlo la de sus maestros en este «noble» arte bélico: tres miembros del ACOTA , el programa de Estados Unidos, entre otras cuestiones, encaminado a la formación de instructores africanos en situaciones de conflicto.
Su aportación tampoco es que fuera ninguna novedad. El pasado mes de febrero, 30 marines se trasladaban al campo de entrenamiento de Kakola, en Uganda , para capacitar a cerca de 3.500 militares locales antes de ser enviados a combatir en Somalia. Un caso similar al de Burundi, donde más de 4.000 soldados fueron entrenados por un contingente estadounidense antes de su despliegue en poblaciones como Baidoa; o Yibuti, con más de 400 estudiantes en el pasado.
Sin embargo, sí que arroja una lección aprendida por Estados Unidos: la de delegar el conflicto terrestre en Somalia a las fuerzas locales, mientras la de los cielos se combate con aviones no tripulados («drones» ).
Experiencia basada, sobre todo, en sus desalentadores precedentes en la región.
En 1993, durante la campaña para derrotar al general Mohamed Farrah Aidid, 18 marines fallecieron en la malograda batalla de Mogadiscio (popularizada en el imaginario colectivo como «Black Hawk derribado»). Un enfrentamiento en las calles de la capital de apenas un día de duración, pero en el que al menos medio millar de insurgentes perdieron la vida.
Quizá por ello, en la actualidad, la «exclusiva» internacional de la defensa de Somalia frente a los islamistas de Al Shabab corresponda tan solo a las tropas de la Unión Africana , quienes mantienes desplegados a 17.731 soldados (en su mayoría, de origen burundés y ugandés) así como a los operativos iniciados a finales del pasado año por Kenia y Etiopía.
El caso francés
Los asesores militares, no obstante, se multiplican. Y no solo por Estados Unidos.
Desde hace más de tres años, Denis Allex -un agente de los servicios de seguridad franceses-, se encuentra retenido por Al Shabab . Aunque su historia, plagada de claroscuros, más parece una revisión del clásico «Papillón».
El 14 de julio de 2009, Allex era apresado junto a otro agente galo -huido después- en las cercanías de la capital, Mogadiscio, por los rebeldes de Hizbul Islam, siendo «revendido» a los pocos meses a milicianos de Al Shabab.
Los secuestrados formaban parte de un dispositivo del Ejército francés en apoyo al Gobierno federal de transición del presidente Sharif Sheikh Ahmed. Una operación que se complementaba, en su momento, con el entrenamiento de 500 civiles somalíes que la Legión extranjera realizaba en una de sus bases en Yibuti.
Pese a ello, es en el destino que corrió su compañero de secuestro, Marc Aubriere, donde el caso alcanza las mayores cuotas de suspense. Solo un mes de su captura, Aubriere apareció -según aseguraba en su momento el portavoz presidencial de Mogadiscio, Abdulkaer Barnamij-, «junto a un periodista occidental que se había perdido en la ciudad, en la residencia del presidente para explicar, pistola en mano, cómo había matado a tres de sus captores». (La información fue posteriormente desmentida por el portavoz del Ministerio francés de Relaciones Exteriores, Eric Chevallier, al confirmar la liberación «pacífica» de su agente).
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