Cuando los muertos no pueden descansar en paz
Un bombardeo contra el cementerio de Olkhovka, cerca de Kharkiv, durante el entierro de una mujer costó la vida a dos asistentes al funeral
Los fiscales, a menudo con chaleco antibalas y bajo bombardeos, inician las exhumaciones de cadáveres enterrados en jardines de las ciudades liberadas para documentar los crímenes de guerra de Rusia
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Mónica G. Prieto
El Lada Niva color granate parece tan en mal estado como el resto de la granja de Alexander Novikov, 58 años, que explota el lugar desde que la caída de la URSS le liberó del cargo de vice responsable de koljos [granja colectiva] que ostentaba. ... La carrocería del coche está salpicada de metralla y, en el interior, restos de cristales se mezclan con ropa de faena. La misma suerte que corrió el carromato azul donde transportaba el cadáver de Lubab Novikova, una antigua empleada en la granja colectiva víctima de los bombardeos, para enterrarlo en el cementerio. Pero el cuerpo no pudo descansar en paz ; de hecho, el funeral derivó en las muertes de dos de los hombres que pretendían sepultarlo en una terrible metáfora de una invasión que no permite que sus víctimas descansen en paz.
La granja de Novakov presenta una veintena de impactos en su parte delantera, donde los cerdos comen entre tractores y chatarra. «Los edificios han recibido cuatro impactos directos y el garaje, otros dos», lamenta señalando un edificio desventrado. «Ya han muerto 80 vacas de mi explotación a causa de las bombas» , lamenta el hombre, que pasa más tiempo enterrando animales que cuidándolos. En el contexto local no resulta extraño dado que la guerra se abatió sobre la zona de la explotación ganadera ya en febrero y los rusos ocuparon el lugar durante semanas, hasta que los ucranianas lograron expulsarlos. Ahora las detonaciones salientes de artillería son continuas en dirección a la frontera con Rusia, 30 kilómetros al norte, pero no parecen tener respuesta.
«Hoy casi está tranquilo, no sabe cómo suele ser esto», comenta casual Alexander mientras camina hacia el coche que da sentido a su historia, hoy una reliquia bélica. «Durante semanas los rusos pasaban todo el rato por aquí, a bordo de sus tanques, y las bombas eran constantes», continúa cabizbajo. El 3 de marzo supo que su antigua trabajadora había perecido en un bombardeo . « Murió en el jardín de su casa , en la calle Studiencheskaya, por una esquirla en la cabeza. Decidí ayudarles a enterrarla. Hablé con cuatro trabajadores de la granja y nos metimos en el Lada, y como no cabía ahí el cuerpo pusimos el remolque detrás», dice señalando el carro azul arañado por la metralla.
Escapar del cementerio
Cuando llegaron a la casa de Lubab, su hijo y dos amigos esperaban el vehículo. Aseguraron el cadáver y pusieron rumbo al cementerio, donde el día anterior ya habían excavado la tumba. Una vez en el camposanto, «salí del coche para ayudar a sacar el cadáver y depositarlo en el agujero cuando empezaron a volar los proyectiles sobre nuestras cabezas», explica Alexander. La primera explosión sacudió la zona lo suficientemente fuerte como para que el granjero se lanzara cuerpo a tierra. «Sólo me dio tiempo a levantarme y preguntar si estaban todos bien cuando llegó el segundo impacto, que cayó sólo a seis metros», continúa el hombre. «Entonces les grité a todos que se alejaran del coche y se tiraran al suelo, pero fue demasiado tarde». La tercera explosión mató a Yevgueni, de 22 años, e hirió a Valery, en la treintena, ambos amigos del hijo de Lubab. «Entramos en el coche, rompí a patadas las lunas para poder ver y traté de arrancar, pero el motor no encendía. Quité el carruaje y le pedí al resto que empujara hasta que arrancó». El desesperado grupo escapó del camposanto con el herido, que murió desangrado una vez que llegó al Hospital N.18 de Kharkov. Los dos cuerpos habían quedado abandonados en medio del terreno, a pocos metros de la tumba excavada y aún desocupada. Esa noche, regresaron al cementerio para enterrar a Lubab y con ella, de forma provisional, a Valery. Días después, cuando disminuyó la intensidad de los ataques , regresaron para exhumar su cadáver y darle sepultura en una tumba individual.
Los fiscales civiles de Kharkiv que investigan las muertes ya han documentado ocho casos de enterramientos fortuitos a manos de vecinos o familiares ante la ausencia de policía o servicios municipales, pero apenas acaban de comenzar a trabajar porque «hasta ahora, los bombardeos nos lo impedían». Y lo siguen dificultando: el punto de encuentro que usaba el equipo del fiscal Oleksandr Ilyenkov para viajar en convoy fue bombardeado anoche. El grupo —dos fiscales, un investigador, tres criminólogos y dos voluntarios— trabaja con chaleco antibalas en zonas aún bajo bombardeos excavando tumbas y documentando crímenes de guerra sobrecogedores. «El peor caso que hemos tenido es el de un voluntario de unos 40 años que conducía de Járkov a Olkhovka para repartir ayuda humanitaria. Un tanque ruso le disparó directo al coche , a corta distancia, y su cuerpo quedó destrozado. Los vecinos avisaron a sus padres, de unos 70 años, que viven en Malaya Ragan y la pareja acudió al lugar. Recogió los pedazos de su hijo, los metió en bolsas y, como no había nadie que les pudiera o quisiera ayudar, caminaron 15 kilómetros con las bolsas hasta su casa, en Olkhovka, donde lo enterraron en su propio jardín». El equipo de Oleksandr exhumó el cadáver y localizó el vehículo. «La vaina del proyectil seguía allí».
«En realidad, nuestro trabajo está empezando ahora», continúa el fiscal, bajo cuya responsabilidad recaen 800 kilómetros cuadrados. Su equipo se ha visto obligado a especializarse en criminología. «Los crímenes los solía llevar la Inteligencia pero ahora están desbordados, por eso nos hemos convertido en fiscales criminales. Nos han entrenado y con la práctica estamos habituándonos a identificar heridas de metralla o disparos directos». El problema es que las aldeas recién liberadas apenas están habitadas y algunas víctimas han sido enterradas por los vecinos, que no saben a quién tienen que informar. A eso se suma que los bombardeos prosiguen , que no hay comunicaciones y que «un 30% de la región de Jarkov sigue ocupada por los rusos», explica Maxim Klimovets, ayudante del fiscal. El procedimiento requiere contactar con los familiares de las víctimas para que autoricen la exhumación y estén presentes en la misma, y no siempre es posible hacerlo.
Sin sitio seguro en Ucrania
Ilyenkov antes tenía 32 personas a su cargo. «Ahora son sólo 22, y somos el equipo más joven de toda Ucrania», apunta. La f alta de personal ante la huida masiva de ucranianos afecta a todos los sectores. De los 15 empleados que tenía el ganadero sólo quedan 5 y suelen pernoctar en la granja a pesar de la corta distancia. Para llegar al lugar, a sólo 10 kilómetros de Jarkov —la segunda ciudad más grande de Ucrania y la segunda más bombardeada después de Mariupol— es necesario atravesar una decena de puestos de control militares que interrumpen autopistas agujereadas por cráteres y donde los cohetes aún siguen incrustados en el asfalto, en total, unos 45 minutos de recorrido. Los alambres de espino que antes bloqueaban el camino permanecen a pie de carretera, listos para volver a ser desplegado en caso de una incursión que nunca se puede descartar, dada la vecindad rusa.
También hay que atravesar los pueblos de Malaya Rogan, Kolopi y Stepanki, cada cual más destruido que el anterior en escenas que recuerdan la devastación de Grozni o Alepo, y superar los cables de alta tensión a ras de suelo y los árboles tronchados por las explosiones. El último escollo es el pontón tendido sobre el antiguo puente de piedra, destruido por la aviación rusa, que según los vecinos «sólo pueden atravesar las ovejas».
Se trata de pueblos fantasma salvo por la esporádica presencia de algunos vecinos que desescombran o cubren con plásticos los boquetes dejados por la artillería. Valentina, Natasha y Serhii han regresado a Olkhovka por primera vez desde que la primera, de 58 años, fuera evacuada «de forma casi forzosa». «El pueblo cayó en manos rusas en marzo», explica mientras recorre el jardín de su casa para mostrar las consecuencias de las bombas sobre el mismo: un muro lateral ha quedado reventado. Ahora regresa consciente de que no hay sitio seguro en Ucrania , una opinión generalizada. « En Járkov, los bombardeos no han cesado . Cada noche hay cuatro o cinco, cada día cuatro o cinco nuevos cadáveres», resume el fiscal. «Nos acostamos sin saber si nos despertaremos al día siguiente».
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