China y Afganistán: la prueba de un nuevo imperio
El gigante asiático tiende la mano a los talibanes con el objetivo de estabilizar la región antes de afianzar sus intereses económicos
La importancia geopolítica de Afganistán
Mapa de Afganistán: dónde está y qué fronteras tiene
Jaime Santirso
Desde los tiempos de Alejandro Magno y Gengis Kan , las fuerzas extranjeras que fracasaron en su intento de doblegar Afganistán le concedieron a esta tierra el título de «cementerio de imperios». El imperio británico tropezó en el siglo XIX, la Unión Soviética ... en el XX. Tras la retirada de Estados Unidos en el XXI, seguida de la marcha triunfal de los talibanes sobre Kabul, la nación que aspira a dominar el futuro deberá lidiar ahora con el recién refundado emirato islámico.
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«Este no es el resultado que China deseaba», comenta Andrew Small , investigador del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores. «Desde su perspectiva, consideran positivo que EEUU se haya ido, pero preferirían que los talibanes hubieran necesitado llegar a acuerdos para alcanzar el poder. La estabilidad es su máxima prioridad». Un Afganistán sumido en el caos podría desestabilizar la región y facilitar la actividad de movimientos radicales dispuestos a atentar en suelo chino. Por eso, mostrarse solícito con la milicia contribuye a sosegar la situación y, al mismo tiempo, garantizar su apoyo.
«China respeta el derecho del pueblo afgano de determinar independientemente su propio destino»
«China respeta el derecho del pueblo afgano de determinar independientemente su propio destino», aseguraba este lunes la portavoz del ministerio de Exteriores, Hua Chunying , tendiendo la mano a los muyahidines que unas pocas horas antes habían tomado la capital. Los términos del intercambio, no obstante, eran claros. «Los talibanes de Afganistán han expresado en repetidas ocasiones su deseo de mantener buenas relaciones (...) y no permitirán que ninguna fuerza use su territorio para hacer daño a China», añadía. En medios oficiales y discursos gubernamentales chinos, dichas fuerzas quedan sintetizadas bajo la etiqueta de «los tres males»: terrorismo, extremismo y separatismo .
La primera encarnación de estos «tres males» es el Partido Islámico del Turquestán (TIP, por sus siglas en inglés; también conocido como ETIM). Las autoridades chinas atribuyen a esta organización más de 200 atentados , entre ellos, el ataque suicida de la plaza Tiananmen que dejó 5 muertos y 38 heridos en octubre de 2013. De acuerdo a estimaciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (ONU), el PIT cuenta en sus filas con 3.500 miembros, la mayoría de ellos radicados en Afganistán.
EE.UU. incluyó al PIT en su lista de organizaciones terroristas en 2002, gesto en apariencia destinado a apuntalar la aquiescencia china ante «la guerra contra el terror» iniciada por George W. Bush tras el 11-S, cuyo corolario fue precisamente la invasión de Afganistán. Sin embargo, la designación llegó a su fin el año pasado ante la falta, según adujo el Departamento de Estado, de «pruebas creíbles» de que el movimiento siga existiendo. Esto ha llevado a Pekín a criticar a Washington por su «doble rasero», en palabras de Geng Shuang , representante permanente de China ante la ONU.
Una frontera, dos mundos
China y Afganistán comparten 76 kilómetros de frontera. Al este queda la provincia de Xinjiang , hogar de la etnia musulmana uigur . Desde hace años esta minoría sufre una campaña de persecución, negada en un primer momento por las autoridades chinas y justificada luego como parte de un esfuerzo antiterrorista , que tiene como finalidad la asimilación cultural plena. El Partido Comunista ha implantado un estado policial con campos de reeducación por los que, según las ONG y organismos internacionales, han pasado más de un millón de personas. Una de sus metas prioritarias es la erradicación del Islam : algunos informes narran cómo los uigures son obligados a renegar de sus creencias. Otras medidas como la esterilización forzosa han provocado que un número creciente de países califiquen lo sucedido de «genocidio».
«Es posible que no les guste lo que está haciendo China, pero para ellos la cuestión uigur es periférica a la causa islámica»
Entre la oleada de protesta global resuena con estruendo el silencio de las naciones islámicas: ni siquiera la yihad talibán escapa a la 'realpolitik' y sus servidumbres. «Su acercamiento a la cuestión es muy similar al de Pakistán», explica Small. «Es posible que no les guste lo que está haciendo China, pero para ellos la cuestión uigur es periférica, no es central a la causa islámica. Tienen muchos enemigos y creen que esto forma parte de los esfuerzos de la CIA e India para quebrar su unidad». «A diferencia de los talibanes, el Estado Islámico siempre ha denunciado lo que sucede en Xinjiang », añade. Por este motivo, a las autoridades chinas les preocupa en particular el regreso de aquellos guerrilleros uigures que han estado combatiendo en Siria junto a la organización terrorista.
El pragmatismo de las élites, sin embargo, no siempre encuentra acomodo en la opinión pública. Varios proyectos chinos en Pakistán han sufrido atentados a lo largo de los últimos meses; el más reciente este viernes en la ciudad portuaria de Gwadar , saldado con 2 víctimas mortales. En abril, los talibanes pakistaníes del Tehreek e-Taliban Pakistan (TTP) fracasaron en su intento de asesinar al embajador chino en el país. El rechazo es mutuo. Una conversación titulada «¿Qué tipo de organización son los talibanes?» fue censurada en Weibo, red social similar a Twitter, después de que esta despertara las críticas de los internautas ante el nuevo aliado del gigante asiático.
La seguridad del dinero
Pero, ¿qué puede ofrecer China a Afganistán a cambio de mantener el terrorismo bajo control? En resumidas cuentas, y según Small, tres cosas: «Apoyo económico, apoyo diplomático –representando sus intereses ante el Consejo de Seguridad de la ONU– y, al mismo tiempo, cierta autonomía frente a la enorme influencia de Pakistán en el país». Los lazos económicos, no obstante, siempre quedarán supeditados a la seguridad. La prueba, de nuevo, yace en la frontera. Al oeste linda el corredor de Waján , una cuña de tierra que en su punto más estrecho apenas alcanza los 14 kilómetros de ancho. El Gobierno afgano ha tratado en repetidas ocasiones de abrir el paso con fines comerciales, algo a lo que China nunca ha accedido. «La frontera está cerrada y no será un punto de transporte a largo plazo», apunta Niva Yau, investigadora de la Academia OSCE en Kirguizistán.
«China está preparada para desarrollar relaciones amistosas y cooperativas con Afganistán»
El más atractivo de los obsequios chinos, sin embargo, es la promesa de cuantiosas inversiones sin grandes compromisos políticos añadidos. Las autoridades del gigante asiático han reiterado este mensaje en cada una de sus intervenciones. «China está preparada para desarrollar relaciones amistosas y cooperativas con Afganistán y desempeñar un papel constructivo en la paz y la reconstrucción», incidía la portavoz de Exteriores. «EE.UU. ansía la destrucción, no la construcción», esgrimía en contraposición un editorial reciente del tabloide oficial 'Global Times'. China se garantizaría de este modo acceso prioritario a los vastos recursos naturales de Afganistán sin explotar – cobre, litio y tierras raras; entre otros –, los cuales el exministro de Minas Wahidullah Shahrani tasó entre 1 y 3 billones de dólares (850.000–2,5 billones de euros).
Grandes potencias
Afganistán también desempeña un papel en el juego de las grandes potencias. China ha interpretado la retirada de EE.UU. como una manifestación de su decadencia y se ha apresurado a ondear su «falta de compromiso con sus aliados» en dirección a Taiwán. La decisión de Joe Biden está motivada, en parte, para optimizar la asignación de recursos ante la competencia de China y, también, para arrastrar al gigante asiático al barro de su patio trasero.
Esta dinámica se ha visto reflejada en la reacción a la crisis, dividida en dos líneas geopolíticas : Occidente a un lado con EE.UU. a la cabeza; China, Rusia y Pakistán al otro. Los cuatro países tratan ahora de gestionar el desarrollo de los acontecimientos por medio de un diálogo diplomático multilateral. Todos tienen el objetivo común de evitar el caos en Afganistán. Se trata de una nueva prueba para China, que hasta ahora disfrutó de la calma a coste de Estados Unidos: la potencia del mañana confía en triunfar donde otras fuerzas hegemónicas fracasaron.
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