Las abuelas de los soldados de Ucrania que tejen las redes de camuflaje
Casi medio centenar de voluntarias trabajan sin descanso en la ciudad de Kramatorsk, cerca de Donetsk, para dotar a los militares del frente de ropa e indumentaria para protegerse en la guerra contra los separatistas prorrusas
Gabriela Ponte y Matías Nieto
Hasta el año pasado, las abuelas jubiladas y tejedoras de la ciudad ucraniana de Kramatorsk, al norte del 'óblast' de Donetsk, trabajaron sin parar durante los 365 días del año. Ahora se permiten un día de descanso, generalmente los domingos, porque, en palabras de la ... coordinadora, « si nuestros soldados no tuvieron días libres, nosotras tampoco ». Al menos 40 mujeres septuagenarias tejen cientos de metros cuadrados de redes de camuflaje para los soldados del frente ucraniano. Muchos de ellos son sus propios hijos o nietos, que combaten contra las milicias separatistas prorrusas de la ciudad de Donetsk.
Las redes de camuflaje son esenciales para los soldados porque les permiten pasar desapercibidos en el entorno y no ser abatidos por su enemigo. Con eso en mente, las jubiladas se toman muy en serio su labor porque consideran que su trabajo es importante para mantener a salvo a sus familiares.
El casi medio centenar de voluntarias pertenecen a la Unión de Asociaciones de Mujeres Ucranianas que se creó en septiembre de 2014, cuando las tropas de su país recuperaron la ciudad de Kramatorsk, a unos 400 kilómetros al sureste de Járkov, después de la ocupación rusa, que duró aproximadamente tres meses. «Lo primero que hicimos tras la salida de las tropas fue sustituir todas las banderas rusas por las ucranianas », recuerda Lubov Matyushenko, de 77 años, coordinadora del centro de voluntarias. La red de apoyo está conformada en su mayoría por mujeres, pero algunos de sus maridos también colaboran desde casa.
En las dos horas que ABC estuvo en el lugar, pudimos observar cómo las abuelas terminaron cuatro mallas de camuflaje. Seis bastidores de madera, ubicados uno detrás de otro en la planta baja del lugar, sujetan las redes mientras las tejedoras hacen lo que mejor saben hacer: tejer. La tela se mueve en perfecta sincronía, atravesando uno a uno los cuadrantes, lo que resulta un movimiento relajante. Las fábricas textiles son las encargadas de proporcionar a la asociación los kilométricos retazos de tela, que sobran de la producción de uniformes militares , aunque también se apoyan en las donaciones que hace la población local. Los colores que utilizan son muy específicos, blanco y gris para el invierno y verde y marrón para el verano. «La ropa que no cumple con esas características la donamos a los más necesitados», asegura con regocijo.
Matyushenko explica que el primer paso es cortar la tela en jirones, luego la van anudando hasta formar una gran cadena de tela que trenzan en la malla. « La tela se pasa por la red tratando de atravesar cada cuadrado , pero se hace de forma libre. No hay un patrón a seguir», asegura la mujer que al cabo de unos minutos es interrumpida por un hombre que trae en una furgoneta un colchón viejo para ser reconvertido en tela.
El casi medio centenar de voluntarias pertenecen a la Unión de Asociaciones de Mujeres Ucranianas que se creó en septiembre de 2014, cuando las tropas de su país recuperaron la ciudad de Kramatorsk
Preparando el verano
En pleno mes de febrero, cuando es más fuerte el invierno y todo el paisaje está cubierto de un manto de nieve, llama la atención los bordados con colores tierras, dando señales de que el conflicto armado no está cerca de terminar. « Tenemos ya todas las redes de invierno listas , por eso estamos preparando ahora las del verano», apunta la coordinadora. Las voluntarias producen al mes entre 400 a 450 metros cuadrados de redes de camuflaje. Dicen que es muy difícil calcular cuántas tejen al día, porque trabajan muchas horas.
Al otro lado del salón, se ven los sacos apilados con las redes de color blanco que aguardan a ser trasladadas a la llamada ‘línea de contacto’. Cada saco está identificado con la cantidad de metros, la ciudad de dónde provienen y la frase: « Juntos para la victoria ». No solo hacen camuflajes para los trajes militares, sino también para los carros de combate y aunque se apañan bastante bien con los donativos de las fábricas textiles, son las responsables de comprar mensualmente las mallas, que tienen un precio de 500 grivnas, unos 20 euros. Para ello, se valen de un sistema de crédito mientras reúnen el dinero que generan de la venta de ropa bordada y orfebrería hecha a mano que exhiben en los escaparates del centro.
«Al comienzo de la guerra nuestro Ejército necesitaba ayuda, nos preguntaron si podíamos hacerles las redes de camuflaje y desde entonces no hemos parado», dice Galina Poliankya, de 73 años
«Al comienzo de la guerra nuestro Ejército necesitaba ayuda, nos preguntaron si podíamos hacerles las redes de camuflaje y desde entonces no hemos parado », dice Galina Poliankya, de 73 años, otra voluntaria visiblemente preocupada porque su hijo menor se encuentra en el frente. Esta mujer perdió en 2015 a su hijo mayor mientras luchaba contra los separatistas. Su foto aparece en una pancarta que cuelga en una de las paredes del centro, justo donde se encuentra un pequeño altar en homenaje a los caídos. No puede evitar emocionarse al recordarlo. Pero se sacude rápidamente la tristeza y asegura que «los soldados tienen todo lo que necesitan para abrigarse del frío».
Poliankya muestra orgullosa los calcetines de punto que teje para los soldados, así como las pequeñas almohadas y los cojines que hizo para que duerman más cómodos. En su móvil guarda las fotos que le manda su hijo de los soldados con el equipamiento que ella envía . La mujer, que va vestida con un colorido traje típico, lleva casi un año sin ver a su primogénito y explica que la rotación de soldados en el frente se hace cada 8 a 10 meses, por lo que espera volver a verlo pronto.
«La guerra no ha parado»
Otra de las mujeres voluntarias, que no quiso identificarse por temor, cuenta su historia de emigración: nació en Moscú y se fue muy joven a Ucrania para estudiar . La también septuagenaria trabaja incansablemente en el centro y aunque confiesa que es rusa por nacimiento se siente más ucraniana. «Mi apoyo incondicional es para este país, no es justo lo que Rusia hace», sentencia.
Preguntada por la reciente escalada de tensión entre los dos países zanja: «No podemos decir que la tensión ha aumentado o disminuido porque la guerra no ha parado desde hace ocho años ». «Estas redes que están detrás de mí nos recuerda todos los días que seguimos peleando», afirma y reconoce que esta situación les provoca mucho miedo. Ya se ha cobrado la vida de más de 13.000 personas, según las cifras oficiales.
En la entrada del centro, llama la atención un felpudo con la bandera de la Federación Rusa, tejido a mano para no romper la sintonía, en la que se puede leer: ‘ Putin hijo de puta ’. Lo utilizan para limpiarse las botas de la nieve sucia de la calle. «Es una broma», dice y sonríe.
Cuando en 2014 estalló el conflicto entre Rusia y Ucrania, el Kremlin se anexionó la península de Crimea , una medida que ha sido rechazada por la comunidad internacional, y dio su apoyo a las milicias separatistas en el este del país. Putin, que considera a Ucrania como un territorio propio, parece dispuesto a llegar hasta el final si las Fuerzas Armadas ucranianas se disponen a recuperar los territorios ocupados de la región del Donbass.
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