Lesoto: Limbo político en la tierra del cielo de África
Un pronunciamiento militar el pasado fin de semana en este diminuto país deja serias dudas sobre su Gobierno futuro

Ni cerca del cielo uno se libra de problemas de Gobierno. El pronunciamiento militar del pasado fin de semana en Lesoto ha reabierto la caja de Pandora política del denominado «techo de África» (la totalidad del país se sitúa por encima de los mil metros).
El origen de la asonada se remonta al pasado sábado, cuando tropas del Ejército se hacían con el control del cuartel de Policía y de las estaciones de radio y telefonía de este pequeño reino, rodeado en su totalidad por territorio de Sudáfrica. Advertido previamente de la situación, el primer ministro del país, Thomas Thabane, ya había puesto pies en polvorosa hacia su Estado vecino.
Desde entonces, dos posiciones encontradas: por un lado, el propio Thabane, quien desde el exilio responsabilizó del golpe al jefe del Ejército, Tlali Kamoli; y, por el otro, el mando militar, que aduce solo trataba de desarmar a oficiales de Policía interesados en desestabilizar la región.
No obstante, en esta cadena de desmentidos subyacen, eso sí, intereses cruzados. En junio, Thabane decretaba el cierre del Parlamento por un período de nueve meses ante la crisis abierta en la frágil coalición de tres partidos que desde 2012 le mantiene en el poder.
Quizá por ello, para paliar este enroque, el lunes, los líderes de esta triple entente (entre ellos, el propio Thabane) se comprometían a reabrir la asamblea. El acuerdo se llevó a cabo gracias a la mediación del grupo de asuntos de seguridad y defensa de la Comunidad para el Desarrollo del África Meridional (SADC), organismo que agrupa a los países de la región. En este sentido, para Sudáfrica la estabilidad de su vecino resulta indispensable. Sobre todo, porque con ello se garantiza que el agua continúe fluyendo a su corazón industrial (gracias a proyectos bilaterales como el Lesotho Highlands Water Project, Sudáfrica obtiene agua potable de su vecino).
El dilema ahora, sin embargo, es saber cuánto durará la nueva vida política de Thabane, quien debe regresar en las próximas horas a Lesoto.
¿Por qué tantas asonadas?
Como denuncia George Klay Kieh, autor de «The Military and Politics in Africa», solo en el periodo 1952-2000, al menos 85 intentonas golpistas resultaron exitosas en el continente africano. De igual modo, en los últimos cinco años, se han producido pronunciamientos triunfantes en otros cinco países («primaveras árabes» al margen): Madagascar (2009), Níger (2010), Malí (2012), Guinea Bissau (2012) y República Centroafricana (2013, aunque este último se pueda considerar una guerra civil más al uso).
De igual manera, según un reciente estudio de la Royal African Society, tres elementos resultan indispensables para entender esta tendencia. Primero, las frecuentes implicaciones políticas del Ejército, que desde el colonialismo se ha convertido en un agente de cambio gubernamental. Segundo, la gran desconexión existente entre lo que el Gobiernos central representa y las aflicciones cotidianas de su población. Como resultado, la gente no suele invertir en la supervivencia de sus líderes. Y por último, la total dependencia de las fuerzas policiales hacia la figura estatal. Es por ello, que la policía no duda en disparar a manifestantes desarmados con fuego real para cerrar cualquier tipo de disidencia.
Sin embargo, en palabras de los analistas, algo parece estar cambiando en este tipo de pronunciamientos armados. Para el profesor David Seddon, a pesar de que resulta indudable que los golpes militares se han incrementado en número y frecuencia en los últimos años, también es necesario analizar tanto la naturaleza de los gobiernos derrocados, como sus propias características.
«Muchos de los llamados líderes democráticos han llegado al poder mediante deficientes procesos electorales o se han vuelto cada vez más autoritarios y represivo [las llamadas falsas democracias]». Por tanto, como reconoce el académico, a menudo, los golpes de Estado han sido llevado a cabo por representantes comprometidos en «limpiar la clásica política de élite» y restaurar la «adecuada» democracia en un plazo determinado.
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