MUERTE DE HUGO CHÁVEZ
El régimen chavista abre el manual de supervivencia
El vicepresidente venezolano acusa a los «enemigos históricos» de inocularle el cáncer mortal a Hugo Chávez
alejandro carra
Hugo Chávez ha muerto, y comienza la lucha por la supervivencia en las turbias aguas bolivarianas. Ya antes del anuncio definitivo del fallecimiento del presidente venezolano, el Gobierno chavista había activado el protocolo de emergencia del que todo régimen autoritario se precia. Entre las opciones ... a elegir, figuraban enarbolar la aviesa conspiración mundial, la sangrante afrenta patria o el ejército de malvados quintacolumnistas dispuestos a derribar los pilares de la nación que, por supuesto, el régimen se encargará de mantener en pie.
Da lo mismo que se trate de una junta salvífica, del partido ungido por el pueblo –al que nunca se le preguntó– o de la eterna revolución siempre inconclusa por el constante asedio de las oscuras fuerzas del mal; a última hora, que siempre llega, todo pasa por sobrevivir como sea. Así que el vicepresidente venezolano, en una primera y delirante comparecencia televisada, apareció supuestamente para decir lo que todo el mundo esperaba. Pero no lo dijo. Abrió el manual por el índice y recorrió mentalmente las confabulaciones mundiales al uso: el expansionista imperialismo yanqui, la insaciable avidez sionista o las decadentes aspiraciones de una Europa ahíta de pollo hormonado y canelones de caballo. Finalmente eligió, ahora en voz alta, la de las sustancias letales inoculadas por los «enemigos históricos» a los líderes supremos. Así lo soltó, sin decir una sola palabra de la muerte de Hugo Chávez que pocos dudan, se había producido ya en La Habana.
Nicolás Maduro se resistió a dar la noticia y distrajo la atención con «pistas» a estudiar por una comisión de científicos; incluso dando una relación comparativa de malévolas operaciones similares a la puesta en práctica con su querido presidente. Recordó para ello las enfermedades de la presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner; del expresidente paraguayo, Fernando Lugo; del expresidente brasileño «Lula» da Silva y de su sucesora Dilma Rousseff; y, por supuesto, la muerte de Yaser Arafat, que no hay revolución sin cerrar que no acabe encontrando en la causa palestina un pilar al que abrazarse, aunque haya que desenterrarlo para ello.
Aviso del régimen a los presidentes afines para que vigilen su salud
Solo le faltó Fidel Castro, pero debió ser porque lo mismo el expresidente cubano le hubiese dado una colleja si lo menta para colocarle en la lista de «inoculados», y bastante tenía Maduro con el trago que no terminaba de pasar. Siguió por eso con las sombrías advertencias a discípulos y simpatizantes incondicionales de la escuela castrobolivariana: los presidentes Rafael Correa, en Ecuador; Evo Morales en Bolivia; y Daniel Ortega, en Nicaragua, a los que avisó de la que se les puede venir encima, o dentro, si no se andan con cuidado. Todo absolutamente surrealista y casi de chiste. Si no fuese porque pocas horas después no le quedó más remedio que volver a colocarse ante las cámaras para comunicarle a sus compatriotas la muerte de Hugo Chávez y, con ello, el comienzo de un incierto pulso para controlar un régimen muy personalista y con más de un aspirante a tomar el testigo del «Aló presidente».
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