El semillero del mundo: una caja fuerte para garantizar el futuro de la alimentación
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Joan Roca, el cocinero de El Celler de Can Roca es uno de los protagonistas del sector más comprometidos en la lucha contra esta pérdida alimentaria
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Joan Roca, chef de El Celler de Can Roc
Los bancos de germoplasma son un salvavidas a la desesperada. Una caja fuerte en la que la humanidad guarda parte de la biodiversidad que ha hipotecado a un plazo que ni siquiera conoce. Un capital tangible que, a juicio de los biólogos, hemos dilapidado ... en búsqueda de unos estándares de eficiencia en la agricultura que se han llevado por delante la singularidad. Y con ella el sabor y parte de la cultura culinaria de miles de ecosistemas por todo el planeta. La bóveda global de semillas de Svalbard es quizá la más célebre de esas cámaras acorazadas. En este inhóspito archipiélago del mar Glacial Ártico, bajo tierra, se almacena de forma gratuita y sin plazo –entre unas altas medidas de seguridad– el duplicado de simientes de todo el planeta. Todas ellas procedentes de los bancos de germoplasma y de los países que participan desde su inauguración en 2008, garantizan el futuro de la alimentación en un cofre de hormigón a 130 metros de profundidad, cubierto de tierra y de agua helada.
Lise Lykke Steffensen, directora ejecutiva del centro nórdico de recursos genéticos NordGen, es una de las colaboradoras más destacadas de este proyecto global y se ha subido esta edición al escenario de Madrid Fusión Alimentos de España. Ha protagonizado una ponencia de la mano del tres estrellas Michelin Joan Roca. El cocinero de El Celler de Can Roca, junto con sus hermanos Jordi y Josep, es uno de los protagonistas del sector más comprometidos en la lucha contra esa pérdida flagrante de riqueza alimentaria.
Bajo el título 'Los bancos de semillas y la protección de la biodiversidad' ambos han explicado la importancia vital de este espacio en la lucha contra la desaparición global de especies en los cultivos. Todo ello parte del documental 'Sembrando el futuro' que los responsables de El Celler de Can Roca rodaron en 2021 de la mano de BBVA para alertar de este problema flagrante aunque silencioso. Un asunto al que va ligado otro no menos relevantes para el futuro de la alimentación mundial como es la pérdida de capital natural per cápita –se estima que entre 1992 y 2014 se ha reducido un 30%–.
La transformación radical de los hábitos de consumo en los últimos 70 años ha condicionado la forma en la que se producen los alimentos en el mundo. Especialmente hortalizas, frutas y verduras, con una tendencia clara hacia la homogeneización y la estandarización de las semillas. Un hecho que se enmarca en una realidad desoladora con las tasas de extinción de biodiversidad más altas que haya vivido antes la humanidad –hasta un 1.000% más de lo que los biólogos consideran normal–.
El aumento de la presencia de proteínas de origen animal y alimentos ultraprocesados está también presente en la ecuación de esta crisis. Los hermanos Roca llevan años trabajando en diferentes proyectos que ahondan en esta problemática. Uno de ellos es Marimurtra, en Blanes, un jardín botánico en el que conservan e investigan simientes que ya no se cultivan. Lo han hecho de forma local, analizando los cambios que han sufrido los huertos de su entorno y las especies autóctonas –como la almorta, el trigo sarraceno o la patata morada– desaparecidas de la dieta.
Quienes se afanan en esta tarea denuncian que el problema trasciende las propias semillas. La destrucción de espacios naturales, de bosques y de entornos silvestres también está propiciando la imposibilidad de descubrir y categorizar especies –y todas sus relaciones con la cadena trófica– aún desconocidas. La conclusión a la que llegó ese documental es que el 75% de las variedades locales hortifrutícolas ya se ha extinguido.
La esperanza en la recuperación de esa diversidad pasa precisamente por los bancos de germoplasma que, desde hace años, centran sus esfuerzos en hacer acopio y conservar semillas antiguas que dejaron de cultivarse. El más importante de ellos es la cámara de Svalbard, en el extremo septentrional de Noruega, en pleno Polo Norte, en un lugar en el que hay más osos polares que personas. Es una suerte de 'congelador' de dimensiones bíblicas en mitad de una montaña en el que se guardan por duplicado muestras recibidas desde lugares de todo el planeta.
Más de 1,2 millones de ellas que llegan con regularidad desde casi un centenar de bancos de germoplasma de países que se han puesto de acuerdo en este objetivo. «Todos los informes que hemos analizado en los últimos 20 años señalan lo mismo. Estamos perdiendo biodiversidad a un ritmo vertiginoso y tenemos que hacer algo al respecto», defiende quien acompañará a Joan Roca sobre el escenario del auditorio de Madrid Fusión, la experta Lykke Steffensen. Durante la ponencia explicará cómo la reserva de Svalbard atesora, por ejemplo, 200.000 muestras diferentes de trigo, lo cual cubre toda la diversidad genética de este cereal en todo el mundo. Un hito crucial para el futuro de la alimentación mundial.
Un catálogo genético
La CEO de NordGen defiende que hay dos formas de proteger este valioso patrimonio: la primera es preservando su cultivo, en la tierra, y la segunda en lugares como este recinto de Noruega. Sin embargo, todos los expertos coinciden en que sin la primera la evolución natural de las semillas no puede suceder. «Cuando las plantas están en su hábitat natural suceden cosas. Desarrollan su capacidad de adaptación al entorno y al mismo tiempo puede pasar que las perdamos para siempre», resume en el citado documental.
Así, los biólogos desconocen qué genes serán los más resistentes a los cambios que está experimentando el planeta. Podría darse el caso de que aparezca una enfermedad para una determinada especie y que solo se pueda combatir con un determinado gen que se encuentre, por ejemplo, en una única muestra guardada en este banco de germoplasma del norte. Este lugar no se justifica, a tenor de lo que exponen sus responsables y quienes como Joan Roca lo han conocido de primera mano, por una visión catastrofista.
Entrada a la bóveda de semillas de Svalbard, en Noruega.
Sus instalaciones tienen un propósito humanitario y por ello forman parte del sistema internacional para la conservación de la diversidad genética vegetal que auspicia la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). No es necesario esperar la llegada de un meteorito que arrase con todo para reconocer, a juicio de quienes impulsaron esta iniciativa hace más de dos décadas, su valor como garante del futuro de la alimentación independientemente de que sea un desastre natural, un conflicto humano, decisiones políticas, malas gestiones o cualquier otra circunstancia lo que sea que lo ponga en riesgo.
Estas instalaciones cercanas al Polo Norte tienen una capacidad total para almacenar 4,5 millones de variedades de cultivos. Una vez certificadas y analizadas las muestras que reciben las almacenan al vacío con un promedio de un 500 semillas. Las conservan a -18 grados centígrados, una temperatura que consideran óptima. Entre las ventajas que ofrece este lugar recóndito está que el permafrost y la dureza de la roca en la que se encuentra garantizan que, llegado el caso, puedan permanecer congeladas incluso sin electricidad.
Las semillas están guardadas en paquetes de aluminio de tres capas fabricados expresamente para este cometido. Estos, a su vez, se sellan dentro de cajas y se almacenan en estantes. Los niveles de humedad en el interior de la cámara aseguran una baja actividad metabólica, lo que permite conservarlas a largo plazo. «La bóveda de semillas todavía me deja sin aliento cada vez que entro, y no solo por el frío», asegura Steffensen. «Además de proteger la base de nuestro futuro suministro de alimentos, ha permitido consolidar el mayor nivel de seguridad para la biodiversidad agrícola del mundo y, por lo tanto, para nuestra seguridad alimentaria global», concluye.
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En lo estrictamente culinario, este riesgo acuciante que vienen denunciando chefs como Joan Roca supone una importante pérdida cultural. Además de variedades vegetales se están quedando por el camino una cocina difícilmente recuperable y recetas para las que no existen ya alimentos con los que ejecutarlas. Un desastre también para la memoria gastronómica.
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