«Cuando un niño crece ocultando o edulcorando la muerte, aprende una lección envenenada»

A los menores no se les habla de la muerte por miedo a generar traumas, según los expertos

Una especialista en duelos: «Curar un corazón roto es posible»

ABC

Mientras la celebración de Halloween está cada vez más arraigada en nuestro país, la muerte está cada vez más escondida, disfrazada, precisamente, para los niños. ¿Qué consecuencias psicológicas puede tener para un niño crecer sin hablar abiertamente y con profundidad de esto? ¿Puede el miedo ... colectivo a la muerte tener relación con el aumento de la ansiedad y la falta de sentido vital en las nuevas generaciones?

«La muerte es tabú», admite Alejandro González Jiménez-Peña. Experto en tanatología y profesor del grado de psicología de UNIR «y mi temor es que pronto lo sea la vida. Vivimos en la cultura del ocultamiento, en un Occidente oscurantista. Se procura, literalmente, 'enterrar' todo pensamiento acerca de la finitud humana porque, en esencia, genera dolor y sufrimiento. Y eso no es deseo de nadie».

A veces, prosigue este docente, «tiendo a pensar en Halloween y en su cómico ímpetu de trivialización como una negación más. Me explico: la cuestión no es celebrar una fiesta importada en nuestra cultura, es más bien considerar que con ello se zanja el problema de nuestra mortalidad. Cuando un niño crece ocultando o edulcorando su propia finitud, aprende una lección envenenada que siempre procuro resumir así: la muerte es inevitable, lo inevitable mejor no nombrarlo, lo innombrable no se piensa, y lo que no se piensa se indigesta en nuestra mente. Byung-Chul Han supo verlo con claridad: 'la sociedad que pretende prescindir de la muerte se convierte en una sociedad mortal'».

¿Dónde está el error de los padres? ¿Quizás en intentar 'proteger' al menor? «Diría -prosigue este experto en tanatología- que tergiversan las reglas del juego vital. No consiste en mentir para proteger, se trata de explicar para comprender. Se instala en el ambiente popular la creencia de que la muerte traumatiza por defecto, sin embargo, la muerte es un acontecimiento con el cual, tarde o temprano, hemos de lidiar. Que resista la creencia de que el niño ignore esto, tal vez, sea el problema. Desde luego, los niños son bastante más resistentes de lo que acostumbramos a pensar».

De hecho los menores, prosigue Magdalena Salamanca, psicoanalista de Grupo Cero, especialista en Terapia de pareja, familiar y psicoanálisis, «capturan todo lo que pasa en su entorno, y, a veces, es peor mentirles o engañarles que hablarles con sinceridad, eso sí, sólo si ellos preguntan. Si en ellos surgen inquietudes sobre lo que le pasa al familiar o la persona enferma hay que contestarles, sin ser crudos, pero siendo lo más sinceros posibles, sin entrar en detalles. A veces, podemos usar metáforas o desplazamientos para ejemplificar la situación si nos resulta más fácil, pero no engañándoles, podemos disfrazar la verdad para que sea tolerada por ellos, pero no olvidemos que aunque son niños, no son tontos».

De este modo, continúa Salamanca, «el enfoque de la muerte de un ser querido o de la muerte en general con los niños, debería afrontarse de forma natural y sin prejuicios. Los niños van desarrollando un saber sobre la vida que debe incluir la muerte, pero también hay que darles su tiempo para aprender, como a cualquier adulto», recalca. En cuanto al papel de la sociedad —matiza el profesor del grado de psicología de UNIR —, «actuar como canalizador emocional, con ternura, comprensión y acompañamiento, sería una buena manera de enseñar a vivir con lucidez».

Y para eso, hay que hablar »con claridad, de forma templada y cercana. En el día a día se emplean numerosas metáforas que sustituyen temporalmente la cruda realidad, pero si la metáfora, en lugar de sustituir, sirviera para construir una narrativa fiel a la situación, entonces adquiriría un cariz distinto capaz de salvar al niño de la mentira, que flaco favor le hace, y paliaría el dolor y la confusión que, a menudo, arrastran este tipo de situaciones. Siento ser intolerante a la mentira», se disculpa el experto en tanática, para quien, a título personal, reconoce que la conciencia de la muerte ofrenda serenidad: «me regala la dosis de realidad que necesito para bien vivir. Al pasear por mi finitud incorporo una útil destreza que vale su peso en oro: siento la realidad sin filtros de TikTok, aprendo de las lecciones que imparten el dolor y la pérdida, soy conocedor de qué es valioso y qué no lo es, aprecio el valor del recuerdo, y amo, amo auténticamente».

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