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¿Por qué son tan importantes los abuelos en la infancia?

Salvador García, profesor emérito de la Universidad de Lovaina y doctor en Lingüística por la Universidad Sorbona Nueva, ha concedido una entrevista a ABC en la que reivindica la importancia de los abuelos para los nietos

FOTOLIA

El panorama social español ha cambiado notablemente en las últimas décadas y con él, lógicamente, la familia. Muchos de los que ahora están en plena crianza fueron en su día testigos de cómo los abuelos formaban parte de sus infancias y ven, no con cierta tristeza, cómo en las de sus hijos, los ahora abuelos de los mismos, ya no están tan presentes.

Las razones por las que esto sucede son varias pero básicamente hay dos motivos fundamentales. El primero es el retraso en la maternidad. Hace cuarenta años las españolas tenían hijos sobre los 25 años mientras que ahora se ha retrasado una década. Y hace cuarenta años esas madres españolas tenían, a su vez, padres que, en el peor de los casos, no superaban los 50. Con esa escasa diferencia generacional los abuelos se estrenaban en el cargo estando todavía jóvenes y en plenas facultades, lo que les garantizaba casi siempre estar en forma para poder atender a niños pequeños. Hoy día muchos españoles tienen hijos en la mitad de la treintena y los abuelos rondando los sesenta o más años.

La incorporación al trabajo masiva de la mujer española en la década de los setenta también tiene mucho que ver, ya que esas abuelas de ahora no pueden ayudar con los nietos porque todavía están trabajando. Estas y más causas como el cambio de mentalidad de las nuevas generaciones hacia los mayores o, por qué no decirlo, que los abuelos de ahora tienen más esperanza de vida pero también más actividades qué hacer, han modificado sustancialmente el papel en la familia.

El experto responde

Sin embargo, para los niños sigue siendo de vital importancia su presencia en la infancia, como indica Salvador García Bardón, profesor emérito de la Universidad de Lovaina, doctor en Filosofía por esa misma universidad y en Lingüística por la Universidad Sorbona Nueva, pero, sobre todo como él mismo recalca, abuelo.

—Han perdido la presencia del pasado para entroncar con la memoria viva de su propia familia. Muchas vocaciones y muchos valores morales de aquella época nacían de la influencia que ejercían el prestigio de la abuela o del abuelo sobre la nieta o el nieto.

—De todas la funciones que evoca, creo que la más importante es la de servir de complemento a la función educativa de las madres, a mi parecer la más determinante, y de los padres, cuyo valor complementario a la de las madres me parece evidente.

—Las abuelas y los abuelos tienen una escala de valores calibrada por su propia experiencia. Esta escala les permite relativizar lo relativizable. Por ejemplo: el dinero o las apariencias, cómo privilegiar lo que vitalmente garantiza los valores más fundamentales de la existencia. Los ejemplos son innumerables: la libertad personal compatible con las libertades ajenas; la complementariedad de la mujer y del  hombre en la igualdad de los derechos y del amor compartidos; la solidaridad humana global frente a los criminales egoísmos étnicos del pasado reciente, que ahora resucitan; la fidelidad a la ética general, que hace la vida humana posible como tal, y la actitud deontológica profesional de cada uno, que garantiza la complementariedad indispensable de la vida en sociedad, etc.

Educación y familia

«La educación pública ha subordinado los valores humanos al las ambiciones pecuniarias y financieras»

—Los conceptores políticos de la educación pública han olvidado los axiomas fundamentales de esta tarea capital, que condiciona el futuro de la Humanidad y que siempre debe ser complementaria de la educación familiar. Para comenzar mi crítica, debo decir que en todos nuestros países, aunque en diferentes grados de gravedad, se han subordinado los valores humanos a las ambiciones pecuniarias, financieras y carreristas, inspiradas por el deseo individualista de privatización de los bienes comunes. El resultado es que la corrupción de más en más generalizada, incluida la de los propios garantes del bien común, ha suplantado los comportamientos éticos y deontológicos. Ahora como nunca tenemos que reintroducir la filosofía en la enseñanza, para que nuestros jóvenes aprendan a criticar constructivamente los errores que se están cometiendo con ellos y con el futuro de la humanidad que ellos representan.

«Los niños tienen derecho a disfrutar, todo el tiempo que les sea necesario, de su familia»

—Comparto el convencimiento intelectual y visceral de las madres y padres que defienden las nuevas maternidades y paternidades, cuyo axioma fundamental es que las niñas y los niños tienen el derecho de disfrutar, todo el tiempo que les sea necesario, del lugar privilegiado de su salud integral y de su educación, que es su familia, cuyo centro bipolar son la madre y el padre. No comparto la impaciencia monotemática, por no llamarla locura, de quienes pretenden escolarizar a las niñas y a los niños de manera prematura, para garantizarles un mejor porvenir. Esta expresión que acabo de emplear es perniciosamente comparativa, en el sentido de que se desea que estas niñas y estos niños, prematuramente arrancados de sus hogares, sean ganadores frente a sus semejantes competidores que se quedaron en sus casas. Me pregunto: ¿No se está dando prioridad al éxito comercial individualista sobre el éxito vital solidario de quien disfruta de los valores de su conciencia, cuyo fruto principal es el sentido de una vida gozada, por ser compartida en el amor?

—Quizás sea porque se teme la muerte en vez de considerarla como el acto supremo que valoriza la vida de los seres racionales que la ven llegar, transformando su necesidad vital en donación solidaria a las generaciones que la siguen viviendo. Una de las funciones de la vejez es ayudar eficazmente a los jóvenes a vivir con la sabiduría suprema del saber morir. 

—No creo que sea justo generalizar, porque estamos seguros de que la humanidad, cuando hablamos de ella, también es una abstracción injusta de realidades personales concretas de una riquísima variedad axiológica, tanto apuntando a lo mejor como resbalando hacia lo peor.

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