mirar y ver
Lo último
Hay algo profundamente sagrado en lo último; posee un valor imprescindible. En una sociedad que nos empuja a ser los primeros
Cuento de verano
Córdoba
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Iniciar sesiónÚltima semana de agosto, que es como decir últimos días de vacaciones y que septiembre está al acecho, con su 'vuelta al cole', incluso para quienes cambiaron la mochila por la agenda. Suena «El final del verano» del Dúo Dinámico, la voz de ... Manolo de la Calva, ahora, después de su partida, más eterna y más verdadera que nunca.
Oigo el cierre de las cremalleras y los clics de las maletas, los portazos de los coches dispuestos para volver, el sonido de las llaves que se echan y de las que abren, remolonas, otras puertas.
Huele a despedida, a adiós pasajero, a calma mojada como arena, que le pregunta al tiempo si fue tan largo como se deseaba o tan corto como parece. Veo cómo se aprovecha el instante a tres días del final, cómo cobra intensidad: las últimas olas, la última noche, las últimas charlas, el último paseo, como si esto bastara para hacerlo perdurable.
Hay algo fascinante y extrañamente magnético en lo último: las últimas páginas, palabras, minutos, días, deseos. La literatura lo sabe bien: 'El último encuentro' de Márai, 'El último judío' de Gordon, 'El último catón' de Asensi, 'El último día de un condenado' de Víctor Hugo, 'El último hombre' de Mary Shelley, 'La última pregunta' de Asimov.
La poesía, que habita al borde de la existencia, lo hace suyo: «la última rosa» en la tierra desierta de Neruda, «la última luz y el último sol» de Luis Rosales, «la brisa de última hora» de Juan Ramón Jiménez. «El último misterio es el arrullo de nuestro último amor», dice Unamuno o «el dolor, la última forma de amar», para Salinas.
Borges camina hacia «la ribera última», donde Quevedo enfrenta «la última cordura, la última hora, negra y fría». Octavio Paz deja su «última voluntad» de pedir «la paz y la palabra». Lope de Vega se refugia en las lágrimas como «último consuelo», mientras Amado Nervo reza «¡Oh Señor! Sé tú mi último dueño».
Hay algo profundamente sagrado en lo último; posee un valor imprescindible. En una sociedad que nos empuja a ser los primeros -como condición para el éxito-, reivindicar el valor de lo último y sus enseñanzas, se convierte en un acto de resistencia.
Lo último es el momento en que el tiempo se hace consciente de sí mismo, en él todo se vuelve más honesto. Revela que no hay repetición posible y que cada experiencia es única. Alienta a mirar con hondura, a saborear cada bocado de vida y a agradecer tanto bueno recibido. Mide el valor de lo vivido, es su huella que perdura y nos transforma.
Y quizás por eso, lo último nos conmueve tanto, porque nos enfrenta a lo esencial, concentra el sentido y esa es su belleza. Lo último es frontera, pero también comienzo de la promesa, porque en lo último se esconde lo eterno.
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