mirar y ver
El emperador desalmado
El traje lo llenó de poder, y ansió venganza. Desplegó una ofensiva, dibujó nuevas fronteras, diseño un exterminio
Averroes tenía razón
Córdoba
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEl emperador no superó el bochorno de haberse mostrado desnudo ante todos. No dejaba de recordar el engaño de aquellos dos trúhanes, que lo convencieron de que le confeccionarían un traje invisible que sólo los más inteligentes podrían apreciar. Por ello, todos —incluso el ... emperador— fingieron verlo, y no dudó en lucirlo ante el pueblo, que lo vitoreó enfervorecido. Su vanidad estaba saciada.
Nunca olvidó aquel día en que la voz inocente de un niño gritó la verdad que ninguno de sus súbditos se atrevió siquiera a susurrar y que él mismo conocía: que no llevaba traje, que no tenía razón, que no era invencible. Disimuló sus vergüenzas, impostó una fingida dignidad y alimentó su desmedida altivez. Nadie osaría jamás a menospreciarlo o a atentar contra su reino. «Quiero un traje nuevo —clamaba— para acabar con quienes estén dispuestos a desafiarme».
El traje lo llenó de poder, y ansió venganza. Desplegó una ofensiva, dibujó nuevas fronteras, diseñó un exterminio. El niño volvió a presentarse ante el emperador. «Majestad —dijo con valiente cautela—, es cierto que ha sufrido y nuestra gente también, pero se equivoca de nuevo, porque no lo mueve la justicia, sino el castigo.
La violencia llama a la violencia. Usted ha de ser más humano y cuerdo que su vestido». No lo escuchó. Los cortesanos le repiten cuanto desea oír, que es sabio, que es justo, que es bueno, que él no comenzó la partida, que es legítima defensa.Ensoberbecido, cacarea que dominará el territorio y que no quedará sobre la faz de esa tierra quien contravenga sus designios, caiga quien caiga, padezca quien padezca.
El niño regresó de nuevo: «Señor, nuestros mayores sufrieron el horror y la locura, somos hijos y herederos de un genocidio. La mala historia sólo la repiten los necios o los perversos». No lo escuchó. Los bufones le aseguran que son daños colaterales, que el dolor es propaganda, que los niños son escudos y los desplazamientos, humanitarios. Así fue como el emperador perdió la cabeza y se creyó el dueño del mundo.
El niño corre por las calles, convertidas en escombreras, esquiva disparos, huye de las bombas, sacude el miedo de su frente —muchos mueren mientras buscan comida—, llora sus heridas, se acurruca en su madre, rezan por su padre, añora la escuela, espera en un hospital inexistente, calienta el frío, bebe sus lágrimas a falta de agua y enciende su fe en ausencia de luz. No hay refugio, ni salida.
Su voz inocente pregona que lo han perdido todo, menos su dignidad, que no hay traje que justifique sacrificar a una población entera por los crímenes de algunos, que es una excusa, y pide que el mundo vea y detenga esta masacre. El emperador no lo escucha, ni tampoco a los ángeles que siguen proclamando en ese mismo cielo: «Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad».
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete