Mirar y ver
Nana del niño del agua
Todas las madres tenemos los mismos sentimientos, no somos mejores que ellas, y sabemos lo que duele un hijo
Docentes y la corrección lingüistica
Iguales ante la plancha
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónLa inmigración procedente de África a Europa no cesa y se intensifica. Muchos son niños y llegan solos. En poco tiempo, el número de personas menores de edad extranjeras no acompañadas ha crecido en España en un 221,4 por ciento. Canarias -también ... Ceuta y Melilla-, vive una situación de emergencia insostenible. Una isla es muy cómoda: está lejos, la rodea el mar y el olvido. Lo mismo sucede con los territorios extrapeninsulares.
El puerto de La Restinga, la llegada continua de cayucos con personas hacinadas, brazos en alto que claman auxilio, las miradas perdidas casi tanto como la vida, el corazón en un puño en el sótano del miedo, los chalecos y las mantas rojas, han convertido la isla de El Hierro en expresión, a partes iguales, de la solidaridad, pero también de la injusticia y la soledad: solos los que llegan, solos los que reciben tanta desgracia, solos para afrontar las necesidades, solos ante una responsabilidad que corresponde a todo el Estado.
Un Real Decreto establece el reparto obligatorio de estos menores entre comunidades autónomas, a fin de asegurar la atención que necesitan. Mientras aquí se habla de «reparto de menores» -«a mí me mandan seiscientos», «a mí casi doscientos», «nosotros no queremos ninguno y, si me los envías, te muevo del sillón»-, como si fueran mercancía, en Canarias, miles de niños esperan asilo.
Son niños como los nuestros, con la edad de nuestros hijos y nietos, con el mismo deseo de ser amados, de crecer, jugar, aprender y abrirse camino hacia un futuro feliz. Y solos.
La insolidaridad económica no es tolerable ni debe permitir privilegios entre autonomías, pero la humanitaria no tiene perdón. El colmo es su utilización como moneda de cambio para obtener réditos partidistas, un espectáculo gubernativo despiadado. No se trata de una cuestión política, es una exigencia moral. Si la edad les permitiera leer, si entendieran nuestro idioma, si la supervivencia los dejara escuchar las noticias u hojear un periódico, se sentirían, cosa, cifra, nada.
No son números, son niños, el bien más preciado de una sociedad. Y si una familia se ve obligada a renunciar a ellos, a delegarlos, y si una mujer sube a una infortunada embarcación con su niño, no es por otra causa que la necesidad, por alejarlos de la violencia, el hambre, la enfermedad o la falta de oportunidades. Todas las madres tenemos los mismos sentimientos, no somos mejores que ellas, y todas sabemos lo que duele un hijo.
Dicen que cuando el mar está en calma, se oye el rumor de un dulce y triste canto: «Ea, ea la nana, duérmete mi niño al son del agua. Tú, que conoces las olas, duérmete tranquilo, hijo del agua. Ea la nana, duérmete sin miedo, mi niño, tú siempre verás el horizonte al alba. Ea, ea la nana, duérmete mi niño al son del agua».
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete