mirar y ver
Desconectar
Hemos admitido una forma de vida que nos exige la conexión permanente
El emperador desalmado (14/08/25)
Córdoba
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Iniciar sesiónLa lengua es expresión viva de la sociedad y sus avatares, tanto que, mientras escribo y para este último vocablo, pienso si sería más conveniente buscar un sinónimo. Porque 'avatar', además de significar fase, cambio o vicisitud, designa la representación gráfica de la identidad virtual ... de un usuario en entornos digitales, y ha perdido su univocidad. Las palabras revelan los cambios sociales, reflejan sus transformaciones, intereses, contradicciones y búsquedas, tanto como éstos crean nuevas palabras y significados.
Al verano y las vacaciones se ha unido una compañera ineludible: la desconexión. En su origen, tuvo un significado técnico, que aún permanece: suprimir la conexión eléctrica o mecánica de un aparato o máquina. Más tarde, los contextos tecnológicos ampliaron su significado para referirse a la salida de una red o sistema digital y al apagado de un dispositivo conectado a internet. En la actualidad, 'desconectar', que antes se empleaba para motores, frigoríficos o redes wifi, ha pasado a nombrar una acción humana.
Con una poderosa carga emocional, descriptiva y metafórica, 'desconectar' se ha convertido en manifestación de un deseo acuciante y en una imperiosa necesidad para la sociedad del estrés, el ruido y la prisa. Pero, como el lenguaje no sólo denota la realidad y la interpreta, sino que, sobre todo, expresa lo que somos, aceptar la aplicación de 'desconectar' a las personas, implica reconocer que funcionamos como máquinas, con un botón de apagado y encendido -como si esto le fuese posible a nuestro ser- y, peor aún, programable. Esta idea me inquieta, me importuna la sospecha de una necesidad que haya sido diseñada, inducida y programada.
Es cierto que la conexión absoluta es una tiranía que provoca el deseo de desconectar. Sin darnos cuenta, hemos asumido esta dominación silenciosa. La tecnología, que fue capaz de abolir, en la comunicación, las cadenas aparentemente inquebrantables del espacio y del tiempo, nos hizo dependientes. No existe quien no responde a sus expectativas, quien no está en la red, quien no está disponible siempre. 'Desconectar' se ha vuelto una necesidad, precisamente porque hemos admitido una forma de vida que nos exige la conexión permanente y en la que el silencio de alguien es ausencia y la espera, sospecha que nos llena de intranquilidad.
Responder a las expectativas del ciberespacio, a sus ciberhabitantes y a sus ciberactividades a través de sus ciberherramientas, es una tarea extenuante. Entonces, se desea «cerrar sesión», «hibernar». Tarea baldía, porque es posible apagar el móvil, las redes y sus miles de requerimientos y exigencias, pero no se puede desertar de la realidad. Y esa es la paradoja: desconectar no es una huida temporal o mantenida, sino conectar, realmente, con lo más esencial humano: la conciencia del cuerpo, la interioridad, la escucha, el silencio y la «soledad habitada» que construye el sentido. 'Desconectar' se ha convertido en la palabra que nombra -sin pretenderlo- el deseo de volver a nosotros.
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