El 45% de lo que produce el campo europeo no llega a la mesa
Frutas y hortalizas concentran la mayor parte del desperdicio de productos. Son feos, pequeños, tienen taras o se tiran para subir los precios
La reforma de la ley de la cadena alimentaria: historia de un fiasco
Xavier Vilaltella
Madrid
Cada año, el 40% de los alimentos que se producen en el mundo se pudren sin que se los haya comido nadie, tampoco los animales domésticos; máximo, acaban siendo vianda de roedores, insectos y demás alimañas necrófagas y saprótrofos que se alimentan de lo que ... a nosostros nos sobra. Las cifras, que son de un estudio de 2021 del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), corrigen al alza las que dio la FAO en 2011, cuando situó el desperdicio alimentario en el 33%.
Es un problema, más en un contexto de creciente preocupación por el medio ambiente. De nuevo, la FAO nos da las claves: si el despojo alimentario fuera un país sería el tercero del mundo en emisiones de CO2 y se comería el 38% de la energía mundial destinada a producción agroalimentaria. Dicho en otros términos, el 28% de la superficie agrícola mundial –el tamaño de Rusia o dos veces la selva amazónica– se usa para cultivar cosas que de nada sirven, malgastando el agua suficiente como para llenar el río Volga. Estos datos son globales, pero no muy distintos a los que dio la Comisión Europea en 2020 para los países de la Unión, donde un 45% de lo que se produce acaba desechado.
El desperdicio alimentario sube en un 30% durante los meses de verano
Raquel C. PicoLas altas temperaturas del verano agravan el problema. Comprender el problema y poner en marcha medidas para paliarlo importa.
Eduardo Moyano, un ingeniero agrónomo especializado en la cadena agroalimentaria, nos explica que la diferencia entre Occidente y los países del Tercer Mundo es que en el primer caso la mayor parte de las pérdidas se dan en la fase de consumo, mientras que en los países pobres el problema está en la producción; cosa normal, recuerda este experto, porque en esos lugares faltan infraestructuras técnicas.
¿Qué alimentos se pierden o
se desperdician en Europa?
Datos en relación al procentaje total
de comida desperdiciada
En la Unión
Europea se
desperdician
127 kg
de alimentos por
persona y año
2%
Huevos
3%
Pescado
4%
Remolacha azucarera
5%
Lácticos
7%
Patatas
10%
Cultivos de aceite
11%
Carne
12%
Cereales
22%
Frutas
24%
Hortalizas
Fuente: European Commission (2020) / ABC
¿Qué alimentos se pierden o se desperdician en Europa?
Datos en relación al procentaje total de comida desperdiciada
Pescado
Huevos
Remolacha
azucarera
2%
3%
Lácticos
4%
5%
Hortalizas
24%
7%
En la Unión
Europea se
desperdician
127 kg
de alimentos por
persona y año
Patatas
10%
22%
Cultivos
de aceite
11%
12%
Frutas
Carne
Cereales
Fuente: European Commission (2020) / ABC
Pero el problema del derroche de alimentos en Europa –y en España– no se soluciona con que los consumidores seamos más previsores en nuestras compras. Según la UE un 40% del desperdicio en la Unión se concentra en el consumidor y un 20% en la distribución y restauración, pero el 40% restante, que no es poco, se da en la fase industrial y en el campo.
¿Cómo puede ocurrir esto en España, donde nos preciamos de tener un agro tan tecnificado?; como explica Moyano, hay muchos motivos. En primer lugar está el sistema de precios que opera en nuestro país, que da poca seguridad a los agricultores. A veces se ven obligados a abandonar sus productos en el campo porque el precio no cubre ni siquiera los costes de producción, y otras, incluso a destruirlos ellos mismos para intentar regular la demanda (caso que se está dando con el plátano de Canarias).
En un artículo reciente ABC ya explicó los desajustes sistémicos que existen en la cadena agroalimentaria española y por qué -nos vuelve a recordar Moyano- una mayor cooperativización e integración de los actores evitaría que se dieran estas prácticas.
En segundo lugar están los hábitos de compra de los ciudadanos y por tanto, de los distribuidores minoristas, que no aceptan productos 'feos'. Donde más evidente se hace esto es en el sector de frutas y hortalizas, que según el Ministerio de Agricultura acumula, junto a los lácteos, el 50% del total de desechos.
A pesar de lo que vemos en los lineales de los supermercados, no todas las manzanas Fuji son del mismo calibre, perfectamente redondas y de un rojo radiante, las hay pequeñas, manchadas, de formas diversas y un poco más maduras de la cuenta. Son comestibles, pero solo por tener alguna de estas taras se quedan en el árbol o son descartadas en la fase de confección, y lo mismo pasa con todos los demás productos hortofrutícolas.
La Ley contra el desperdicio
El asunto afecta a todos los que participan en la vida de un alimento –productores, industria, distribuidores y consumidores–, de ahí que la norma que en España se propone ponerle coto sea una de altos vuelos.
El llamado proyecto de ley de Prevención de las pérdidas y el desperdicio Alimentario –actualmente en fase de tramitación parlamentaria– es una de las tantas piezas de legislación que en nuestro país están imbuidas del espíritu de la Agenda 2030, esos objetivos de desarrollo sostenible propuestos por las Naciones Unidas en 2015. En 2018 se modificó la Directiva europea 2008/98 de residuos para adaptarla al Objetivo 12 de dicha Agenda, y al hacer esto su aplicación se convirtió en una obligación para los países miembros.
Tal como está redactada ahora, la ley española obliga a todos los actores de la cadena –excluyendo a los consumidores– a tener un plan para la prevención del desperdicio en el que se indique con detalle cómo se distribuirán los excedentes, cosa que deberá hacerse con arreglo a un orden prioritario que empieza por el consumo humano y acaba por la obtención de compost. Además de esto, también impone la obligación de donar los excedentes a bancos de alimentos y demás entidades sin ánimo de lucro, quedando eximidos de esto último los supermercados que no cuenten con una superficie útil de 1.300 m2 y cualquier operador que justifique que la donación es inviable.
Esto es lo mollar, pero la norma también incluye recomendaciones de buenas prácticas, como la promoción del consumo de productos de temporada, la venta prioritaria de los que estén cerca de la fecha de caducidad o la creación de lineales de 'frutas feas' en los supermercados. Y por supuesto, hay multas: de 2.000 euros por infracciones leves, como no donar los alimentos, de 60.000 por las graves, como no tener un plan de prevención, y de 500.000 por la reincidencia en una falta grave.
Se trata, en fin, de una ley ambiciosa, tanto que es lógico temer que acabe en una mera declaración de intenciones, como le ha pasado a la Ley de la Cadena Alimentaria en su promesa de conseguir unos precios justos para el campo. En cualquier caso, antes que eso habrá que aprobarla, cosa que con la actual configuración del Congreso de los Diputados es más fácil de decir que de hacer.
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