Política, posverdad y periodismo

Hay un párrafo demoledor. Según Bennet, la nueva ideología de la redacción del diario «(nace) de la idea de que no existe la verdad objetiva; que sólo existe la narrativa y que, por lo tanto, quien controla la narrativa -quien logra contar la versión de la historia que el público escucha- se lleva el gato al agua. Lo que importa, en otras palabras, no es la verdad y las ideas en sí mismas, sino el poder de determinarlas a ambas en la mente del público».

En uno de sus editoriales, la revista británica se pregunta si las democracias podrán sobrevivir en un mundo donde la verdad ya no es una cuestión ampliamente compartida, sino que se ha fragmentado y cada tribu tiene la suya.

En España podríamos dar lecciones a Bennet. No me refiero tanto a los periodistas, sino a nuestras instituciones. Aquí se produjo la famosa sentencia del juez García Paredes que para encajar unos hechos comprobados periodísticamente que no cuadraban con los hechos probados de la sentencia de los atentados del 11-M dedujo en diciembre de 2010 que la verdad periodística no siempre coincide con la verdad judicial y, es muy probable, que tampoco coincidan con la verdad histórica. Todo eso seis años antes de que se acuñara el término posverdad. En España, también, se equipara el nazismo con el franquismo con absoluto desprecio por la verdad histórica.

¿Y cuál es la relación de la posverdad con la economía? Paul Krugman publicó en 2021 un artículo en el que sostenía que la imposibilidad de debatir en base a información cierta mostraba su efecto letal en la economía después de la pandemia. A su juicio, en ese momento la economía de EE.UU. se encontraba en una situación mejor que hacía unos meses, pero los ciudadanos se negaban a reconocerlo, a pesar de que los datos confirmaban lo primero. Según el premio Nobel, la posverdad había ampliado tanto su campo de acción que había sido capaz de anular la experiencia de las personas. jmuller@abc.es