Tribuna: Ciudad abierta

Madrid, ciudad líquida

Marcos Sánchez Foncueva, gerente de la Junta de Compensación de Los Cerros, cree que la sociedad madrileña debe mirar hacia adelante desde su historia y contribuir a la consolidación de Madrid como referente de lo que ha de ser la ciudad de nuestro siglo

La Ciudad que nunca frena

Guillermo navarro

Marcos Sánchez Foncueva

Desde que el sociólogo y filósofo polaco Zygmunt Bauman, premio Príncipe de Asturias 2010, acuñara el término de modernidad líquida en las postrimerías del pasado siglo, basándose en los conceptos de fluidez, cambio, flexibilidad, adaptación, heterogeneidad o ambivalencia, mucho se ha hablado de las ... sociedades líquidas, en la que sus procesos internos fluyen sin considerar espacio y tiempo, desmontando el andamiaje construido por las sociedades sólidas o rígidas precedentes. Este andamiaje respondía a la necesidad de sostener una determinada concepción de la sociedad, de manera que tal construcción sirviera para dar respuestas, ya individuales ya colectivas, pero siempre desde la estructura social prexistente y siempre con valor universal, otorgando seguridad a la sociedad y a los individuos que la conformaban, que se veían amparados por aquella solidez donde encontraban aquellas respuestas, aceptadas en mayor o menor grado, pero válidas para todos en cuanto a su formulación. Por el contrario, las sociedades líquidas no responden a valores o fórmulas predeterminadas, no se atienen a valores pensados con la categoría de universales u homogéneos, sino que dependen de las circunstancias cambiantes, a cada vez mayor velocidad, siendo precisa una importante capacidad crítica del individuo para valorarlas y tomar sus decisiones.

En este escenario los ciudadanos sólidos se caracterizaban por disponer de unas estructuras rígidas que les servían para ordenar los aspectos fundamentales de su vida a través de las coordenadas clásicas espacio-tiempo, comunidad, familia, trabajo y territorio o ciudad, entre otras, lo cual les proporcionaba seguridad. Los ciudadanos en las sociedades líquidas, al perder estas referencias como valores o guías, viven con un elevado grado de incertidumbre, en la que pierden la seguridad que les brindaban aquellas coordenadas, lo cual supondrá, en última instancia, favorecer el desarraigo afectivo como condición imprescindible para lograr el éxito. Así, se sitúa el individuo en una esfera comercial de inmediatez, en la que las relaciones humanas se valoran y califican en función de las variables tradicionales de la economía o las finanzas, como es el coste-beneficio. El ciudadano ha de moverse constantemente, buscando consolidar su posición sin conseguirlo, ya que el consumo, que ha sustituido las estructuras sociales e institucionales precedentes, le empuja a buscar su reemplazo en estructuras basadas en lo inmediato, sin alcanzar nunca la seguridad y confianza que le otorgaba, en principio, la sociedad sólida.

Con todo, los ciudadanos líquidos, con una adecuada y bien formada capacidad crítica, pueden alcanzar un mayor grado de libertad y, en consecuencia, obtener las respuestas precisas que les sirvan para definir primero y consolidar, después, su posición frente a las sólidas estructuras sociales anteriores, que les obligaban a responder u obedecer frente a la religión, el estado, el grupo social. Es por ello por lo que el ciudadano debe dotar a su libertad de un contenido mínimo, fundamentado en aquella esencial capacidad crítica, que impida que sea el mercado quien defina cuáles han de ser los elementos de su libertad individual. El ciudadano líquido, desde ese sentido crítico, podrá gestionar su propia libertad, dotándose de un sistema de valores que permita su transformación y progresiva adaptación a sus necesidades y realidades, de manera que se constituya en un ciudadano libre, responsable y tolerante.

Sistema de valores válido

En consecuencia, la sociedad líquida no será buena o mala, mejor o peor, ni promoverá ciudadanos mejores o peores, sino en consideración a la capacidad del propio ciudadano de dotarse a sí mismo de un sistema de valores válido y eficaz, adaptable y mutable, tolerante y comprensivo de principios y normas que puedan servir para cualquier otro ciudadano y en cualquier otro lugar. Una sociedad líquida puede promover, entonces, ciudadanos más libres y tolerantes y con los suficientes resortes para evitar las disfunciones de una sociedad consumista movida exclusivamente por la inmediatez. Así, Bauman nunca se planteó los términos solidez y liquidez como enfrentados. Más bien, en su construcción de la modernidad líquida, la flexibilidad sustituye a la solidez como condición ideal a alcanzar. Bauman no opta por la modernidad (estado sólido), ni por la posmodernidad (estado líquido), sino por una capacidad de flexibilidad social, que trasciende ambas categorías.

Así las cosas, cabe plantearse si Madrid es o no una ciudad líquida. Su historia, desde luego, apuntala la respuesta afirmativa. Su carácter de gran urbe, una de las primeras en Europa y el mundo, también. Como gran ciudad y dada la imparable atracción y crecimiento de las grandes urbes del planeta, Madrid asume las funciones del estado según su concepción moderna. En efecto, el Estado-nación conocido durante los siglos XIX y XX vive en la actualidad una de las mayores crisis de identidad de su historia. Aquel estado sólido, cimentado en una rígida estructura social, va abandonando sus responsabilidades y sus funciones primigenias, cediendo su más importante divisa, la representación de sus nacionales, esto es, la soberanía, en favor de organizaciones supranacionales. Y es aquí, precisamente, donde Madrid más demuestra su condición de ciudad líquida. La identificación o identidad, uno de los caracteres esenciales de los grupos humanos, es un factor en el que nuestra ciudad destaca por encima de casi todas. El madrileño no ha perdido, a pesar de la progresiva fluidificación de sociedad y valores, la identificación con su ciudad. Es ese sentimiento el que mantiene su identidad y su vinculación con Madrid y, por la influencia de su larga historia y de su capitalidad, con España.

Ahora bien, como la propia sociedad, todo es susceptible de cambio. Madrid debe evitar perder su singularidad y su idiosincrasia. Para ello es esencial que la ciudad sea capaz de estar a la vanguardia del cambio, a través de la innovación y del conocimiento, fortaleciendo siempre aquella singularidad y su condición de puerta de entrada a Europa desde África y América. Su estructura urbana debe proponer cambios y avances que redefinan su capitalidad, que sean capaces de atraer y retener talento como fundamento de la sociedad del conocimiento. Los nuevos desarrollos urbanos deben considerar como soporte de futuro aquella flexibilidad de que hablaba Bauman, permitiendo la adaptación y la integración de las transformaciones que se vayan concatenando en el devenir de los procesos urbanos, marcados por esta modernidad líquida en la que nos movemos y existimos. El gestor urbano, público y privado, debe estar más abierto que nunca al cambio, proponiendo e implementando cuantos instrumentos estén a su alcance para defender la liquidez de su ciudad, como principal herramienta para la consolidación de Madrid como ciudad abierta y singular. Los esquemas impersonales, las soluciones urbanas importadas sin el filtro de lo madrileño, la falta de flexibilidad de las regulaciones que hacen ciudad, las posturas reaccionarias ante el cambio y la oportunidad pueden condenar a una ciudad, por importante y grande que sea, a la irrelevancia. Importante, esencial, que la sociedad madrileña, sus políticos y administradores, sus empresarios y trabajadores, sus ciudadanos miren hacia adelante desde su historia y contribuyan a la consolidación de Madrid como referente de lo que ha de ser la ciudad de nuestro siglo.

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