Tribuna: ciudad abierta
Arte urbano, ciudad y sostenibilidad
Marcos Sánchez Foncueva, CEO de la Junta de Compensación de Valdebebas, expone que el arte urbano es hoy una herramienta extraordinaria para recuperar los espacios públicos de las ciudades siempre que cumpla determinados requisitos
Cuando hablamos de arte urbano solemos mirar hacia un movimiento que surge en la década de los 70 del siglo XX en la ciudad de Nueva York, el Street art, considerado un conjunto de manifestaciones estéticas que interviniendo sobre el territorio desencadenan mecanismos ... sociales y/o individuales de apropiación del espacio que contribuyen a coproducir el sentido del lugar, situando a la sociedad o al individuo como protagonista en a significación o resignificación del espacio en que intervienen. Se convierte, así, la potencia transformadora de la realidad social de ese espacio público en uno de los elementos caracterizadores del arte urbano. Desde aquellos años 70 se ha producido una fulgurante evolución, siendo en su inicio una expresión y una reacción individual y anónima, una reafirmación de quien realizaba un grafiti en las calles de Brooklyn o del Bronx neoyorquinos; pasando por los años 80, cuando Blek le Rat realiza sus obras ya mediante la utilización de plantillas creadas en su estudio y comenzando la consolidación del Street art como movimiento artístico específico y separado del grafiti; llegando a los 90, con un Shepard Fairey que eleva el arte urbano, multiplicando la difusión de sus obras a través de los medios que la revolución tecnológica comenzaba a facilitar y abarcando así el mundo entero; hasta la aparición en el año 2000 del británico Banksy considerado gran artista ya en el más clásico y profundo sentido del término y máximo referente del arte urbano.
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De ser rechazado por completo en sus orígenes por una sociedad cuyos valores pretendía, aún lo pretende, subvertir, se ha pasado a una aceptación de sus expresiones y de sus mensajes por la mayoría de aquella sociedad. De la protesta estrictamente política y más violenta de los inicios, a una denuncia menos intensa, más vehiculada, de injusticias sociales. De la ilegalidad y del anonimato más absoluto, al reconocimiento e, incluso, a la validación de sus diferentes expresiones por los poderes públicos. En la actualidad el arte urbano está en un proceso de mercantilización que parece inevitable, desconociendo todavía las consecuencias que ello puede conllevar y en las que el limitado espacio que me regala esta Ciudad Abierta no me permite ahora profundizar.
Pues bien, constituye el urbanismo una de las disciplinas científicas que más se ha ocupado de definir e integrar en su metodología el arte urbano. Incorporación que no solo predica el urbanismo respecto del Street art, pues integra muchos otros aspectos a los que tradicionalmente ha definido como arte urbano. Partimos de aquel arte urbano de finales del siglo XIX y principios del XX, que hundía sus raíces en una compleja serie de manifestaciones y circunstancias, desde el movimiento Arts & Crafts del británico William Morris, pasando por el preservacionismo como expresión extrema del conservacionismo, recalando en el pintoresquismo y en su traslación al urbanismo o en el tratamiento clasicista o neoclasicista de los centros urbanos. En todos estos fenómenos descubría el urbanista una intención subyacente, la de convertir la ciudad en una obra de arte. A comienzos del siglo XXI se ha producido la integración definitiva y completa del arte urbano en el urbanismo, considerando que ha de abarcar e incorporar todas las artes clásicas y modernas y, así, la arquitectura, aquel arte del jardín decimonónico o el paisajismo actual, la escultura, la pintura e incluyendo las más recientes expresiones artísticas individuales y colectivas, como el movimiento Street art.
Esta integración por el urbanismo del arte urbano en su acervo de herramientas y potencialidades se produce en un primer momento como reacción frente a un modelo de ordenación del territorio y urbanístico creado sobre la base de la economía de mercado, según su concepción más clásica, en que la intervención en el territorio era pensada en términos exclusivos de producción y rentabilidad. Concepción que llevada al extremo trajo algunos de los elementos que más inciden en la actual crisis del sistema urbanístico occidental: marginación, pobreza, problemas de gobernanza, consumos energéticos disparados, ausencia de espacios públicos. Se produjo la deshumanización de la ciudad y, en consecuencia, la pérdida de calidad de vida de los ciudadanos. La primera reacción frente a estos problemas, generada en el pasado siglo desde cierta arquitectura y desde la administración, fue la de tratar de recuperar algunos de estos espacios públicos, en los que la ciudad había echado al ciudadano, mediante la colocación de esculturas, elementos, monumentos, estructuras, con la intención de devolverlos al ciudadano, pero sin tomar en consideración al ciudadano, resultando en una amalgama inconexa de actuaciones que no resolvían el problema en modo alguno. Bien al contrario, esa mezcla sin concierto de colores, estructuras y demás intervenciones aisladas y decididas en un despacho, sin contacto con aquellos para los que se actuaba, dieron lugar a espacios llenos de nuevos elementos, pero vacíos de ciudadanos, algunos de tales proyectos insertos de pleno en lo más kitsch y pretencioso.
De ahí se ha pasado en el siglo XXI a la consideración del arte urbano como elemento procurador de uno de los elementos y principios configuradores de la intervención urbana y del urbanismo en la actualidad, la sostenibilidad, concebida como sostenibilidad ambiental, económica y social. Ello hace considerar al arte urbano como algo más que un instrumento para el embellecimiento de la ciudad. Así, el paisajismo se ocupa hoy de proyectar espacios verdes sostenibles, diferenciándolos de los concebidos a finales del siglo XX, cuando no se proyectaban siguiendo criterios de ahorro de agua o de renaturalización de espacios, como hoy se hace sin dejar de buscar la belleza y el arte en su diseño. Del propio modo, el arte urbano incide en la sostenibilidad económica, procurando la significación de espacios nuevos o la recuperación de espacios degradados mediante las intervenciones artísticas descritas y desde criterios económicos que favorezcan la generación de riqueza para los ciudadanos implicados y con ello se procura, finalmente, la sostenibilidad social, generando comunidades activas e implicadas y favoreciendo la cohesión social de sus habitantes, a través del establecimiento de procesos participativos que convierten a los proyectos de arte urbano en proyectos comunitarios.
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Considero que el arte urbano es hoy una herramienta extraordinaria para recuperar los espacios públicos de las ciudades, siempre que se cumplan determinados requisitos y que responda a proyectos elaborados con criterios estéticos o artísticos, sociales, culturales y, por supuesto, urbanísticos. Debe convertirse, además y por ello, en herramienta para hacer efectiva la participación de la sociedad civil en la generación o rehabilitación de las ciudades, siempre que existan unos cauces claros para activar esa participación pública. Deben excluirse aquellas actuaciones realizadas sin intención de embellecer o de operar una transformación de los espacios para su recuperación por y para la ciudadanía. Comprendo que resulta difícil diferenciar, en ocasiones, cuáles son las obras que merecen la consideración de arte urbano y cuáles no. Sin embargo, defiendo también que el conocimiento de los elementos caracterizadores del arte urbano que hoy traigo puede resultar suficiente para realizar esa distinción, sabiendo que, en última instancia, no siempre será pacífica. No obstante, las dificultades no deben llevar a abandonar la administración su labor de garante de aquellas condiciones mínimas que han de reunir las obras de arte urbano. Para ello dispondría de una magnifica herramienta, la disciplina urbanística, si esta contemplara una relación de condiciones del arte urbano que, en todo caso, no están hoy previstas. Sorprende al gestor urbano que en un sector hiperregulado como, en efecto, lo es el urbanismo, no se incluyan todavía referencias a aquellas condiciones. Conozco que tal conclusión puede ser discutible y discutida, pero la disciplina urbanística es el único y el mejor medio de que disponemos para evitar algunos disparates pasados y presentes. Termino hoy trayendo a esta Ciudad Abierta el último ejemplo de arte urbano del genial Banksy. En estos fríos días de noviembre ha empleado su arte en dignificar las ruinas de las calles ucranianas, castigadas y violadas por el invasor ruso. En una de esas intervenciones ha dibujado a un niño, Ucrania, que con una llave de judo derriba a un adulto mucho más grande y cinturón negro, en alusión a Putin, quien gusta de alardear de aquel cinturón, y a la poderosa Rusia. El arte urbano y su poder transformador de los espacios.
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