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Si Naranjito levantara la cabeza

Naranjito, símbolo y recuerdo de un momento entrañable de la historia de nuestro país, cuando la vida nacional recobraba el color de la mano de un cítrico simpático

GUILLERMO dANIEL OLMO

Naranjito, símbolo y recuerdo de un momento entrañable de la historia de nuestro país, cuando la vida nacional recobraba el color de la mano de un cítrico simpático y el deporte favorito del mundo. Todos recordamos con nostalgia y afecto la mascota del Mundial 82, los más pesimistas con la convicción de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Naranjito significa algo para todos.

España se quedó hoy sin el Mundial que pretendía organizar de la mano del vecino portugués, una decepción que conviene no exagerar. Mola mucho más ganar un Mundial que organizarlo. Si Naranjito levantara la cabeza, no creo que le hubiera afectado mucho la mala noticia de esta tarde.

Sobre todo porque Naranjito, además de una fruta, era un tipo ingenuo. Y si hay algo que no cabe en el espectáculo en el que se está convirtiendo esto de la elección de las sedes de los grandes eventos deportivos es la ingenuidad.

Naranjito, cándido él, no habría valido para apañar favores en los despachos. A eso se dedica gente como el sombrío Villar. De cualquier modo, es curioso cómo designaciones como la de las sedes del próximo Mundial o los Juegos Olímpicos se han convertido en un espectáculo televisivo mundial, sin que le importe muchoa nadie que vengan siempre precedidos generalmente de informaciones en prensa relativas a sobornos y chanchullos de toda índole.

Nadie sabe muy bien qué es lo que se cuece en los turbios vericuetos de la burocracia deportiva mundia hasta que aparece en pantalla el dirigente de turno para anunciar así al estilo Eurovisión, Gran Hermano o los Oscar el nombre del agraciado. Mientras, televidentes de todo el mundo, contienen el aliento pendientes de una decisión que, al menos durante unos instantes, se les antoja vital. A Naranjito nada de esto le habría hecho ni pizca de gracia.

Resulta además que a estos dudosos señores, los que deciden, hay que estar haciéndoles la pelota durante meses para que apunten con su caprichoso dedo un lugar del globo terráqueo en el que palpitan muchas ilusiones y, la mayoría de las veces también, ingentes inversiones. Resulta patético de ver a los máximos dirigentes de un país soberano compareciendo como examinandos nerviosos ante un tribunal cuya legitimidad estriba únicamente en que son los que manejan el cotarro. Lo de ser gobernante en estos tiempos se ha convertido en una cosa casi difícl de hacer casar con la dignidad. Cuando no anda uno sojuzgado por los «mercados», ente de identidad difusa pero implacable comportamiento, anda mendigándole al COI o a la FIFA.

Nada de esto le habría hecho ni pizca de gracia a Naranjito. Pero es que a la mascota de nuestro Mundial era, obvio es, de otra época. Él era de antes de que llegaran las mascotas esquemáticas y conceptuales y la cocina minimalista. De Naranjito se sabía al primer vistazo que era una naranja. Con las mascotas y logos de ahora pasa que no sabe uno si son un ideograma oriental o un escupitajo. Ocurre como con la comida. Uno pide ahora un solomillo y le sirven una masa rojiza con apariencia de regurgitada coronada por una hoja de eneldo helicoidal. Antes las cosas eran lo que parecían ser. Ahora cuesta saber lo que son, lo que parecen, si parecen lo que son, si son lo que parecen, o, sencillamente, si son algo.

Rusia y Qatar han sido los agraciados esta vez. Para los partidarios, como yo del modelo Naranjito, el de la transparencia, nos queda un consuelo. Fue Unamuno el que dijo aquello de que inventen ellos. Pues que organicen ellos el Mundial, hombre. Nosotros iremos allí a ganarlo. Por don Miguel y por Naranjito.

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