Crónicas Qataríes
El reino de las barberías
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Iniciar sesiónLa primera noche que inspeccionamos los alrededores del hotel de Doha en busca de un sitio para cenar estábamos reventados. El hambre apretaba, pero nos movíamos a cámara lenta, como tres zombis recién salidos de sus tumbas en la capital catarí a los que el ... calor amenazaba con licuar. La iluminación de la mayoría de las calles del barrio era muy tenue, lo justo para distinguir al resto de los peatones y leer los carteles indicadores. De repente, al doblar una esquina, se hizo la luz junto a una zona comercial, como si el ovni de 'Encuentros en la tercera fase' hubiera hecho escala en el Golfo Pérsico para abducir el Mundial entero.
La iluminación era tan potente que costaba distinguir lo que había al otro lado del primer escaparate. Acerté a atisbar a una decena de camareros ataviados con impolutas chaquetas blancas y a varias personas acomodadas en grandes butacones. «¡¡¡¡¡Un restaurante!!!!!!», exclamé para mí. Pero cuando el fulgor amainó lo que creí camareros eran barberos y lo que había imaginado que eran comensales eran clientes del local que necesitaban un afeitado o retoques en sus perillas o patillas. Unos segundos antes estaba salivando porque mi equivocada impresión inicial intensificó el recuerdo de aquellas cafeterías de verdad –ya prácticamente no quedan– en las que daba la sensación de que había más gente atendiendo la barra que consumiendo y en las que el olor del café y el chocolate se mezclaba con el de la mantequilla derritiéndose en la plancha.
Pero es que miraras donde miraras había barberías por todas partes. No sólo en esa calle, también en las paralelas, y en las perpendiculares. Juntas, pero no revueltas, con unos letreros chillones a más no poder y personal ilimitado y uniformado, como soldados del reino de las barberías. Y ya era medianoche. Estoy por dejarme crecer la mía para probarlas.
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