El baúl de los deportes
Maradona, un genio fugaz en el Sevilla: «¿Quieres que le dé un beso en la boca al presidente?»
El 4 de octubre de 1992, el astro argentino debutó con la camiseta del club andaluz en San Mamés
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Iniciar sesiónSon las 9:55 horas del domingo 13 de septiembre de 1992. Un avión privado procedente de Madrid aterriza en San Pablo, aeropuerto de Sevilla. «Sí, sí, sí, Maradona ya está aquí», tituló a doble página la edición sevillana de ABC al día siguiente. ... El futbolista argentino «descendió del 'jet' tras su representante, Marcos Franchi, y su esposa, Claudia Villafañe. A ochenta metros, el pelotón de fusilamiento apunta con sus objetivos hacia la puerta del avión: Diego aparece sonriente, y los gozosos miembros de la directiva sevillista se abalanzan, ramo de flores incluido, hacia la imagen que mejor vende el fútbol en el mundo».
Diego Armando Maradona (Lanús, Buenos Aires, 30-10-1960 –Dique Luján, Buenos Aires, 25-11-2020) saluda mientras va caminando hacia la salida. Poco después se para delante de los reporteros gráficos, se quita las gafas de sol y estrecha la mano de Luis Cuervas, presidente del Sevilla Club de Fútbol. «¡Un abrazo, presidente!», grita un fotógrafo. Maradona, vestido con traje de color púrpura nazareno, mira hacia los reporteros y, con media sonrisa irónica, replica: «¿Qué quieres, que le dé un beso en la boca?». Carcajada de Cuervas y fin de la pose.
Era la guinda de un año inolvidable en Sevilla. La ciudad que, en conexión con Madrid, había inaugurado cinco meses antes las líneas de tren de alta velocidad (AVE) en España. La capital donde todavía se estaba celebrando la Exposición Universal recibía al mejor futbolista del mundo. Una noticia que tuvo enorme repercusión internacional y que, sin embargo, aún no estaba atada. Porque aquel día, cuando aterrizó en San Pablo, Maradona era jugador del Nápoles.
Positivo por cocaína
El 30 de junio de 1992, el astro argentino había cumplido los 15 meses de sanción impuestos después de dar positivo por cocaína en un control antidopaje de la Liga italiana. Maradona, encorajinado, abandonó el país transalpino, se refugió en Argentina y mostró su firme decisión de no regresar al club azul pese a que su contrato no expiraba hasta final de la temporada 1992-93.
De hecho, el mismo día que Maradona aterrizó en San Pablo el Nápoles emitió un categórico comunicado oficial: «Ninguna negociación hay con el Sevilla, ni oferta formal alguna, ni documentación que pueda considerarse ni siquiera para conversar. Lo único que hay son presiones, noticias de prensa, ventajas publicitarias de que las que el Sevilla se beneficia».
El culebrón duró nueve días. El 22 de septiembre, Maradona sí que se abrazó a Cuervas para celebrar su regreso al fútbol: «Diego Armando Maradona es nuevo jugador del Sevilla F. C. al alcanzarse en Zurich un acuerdo entre Luis Cuervas y Corrado Ferlaino (presidente del Nápoles) para el traspaso del hasta ahora jugador del Nápoles. Siete millones y medio de dólares (7 millones de euros) han hecho posible que el considerado número uno mundial vuelva a! fútbol profesional con la camiseta sevillista. Tras más de dos meses de laboriosas negociaciones, la afición de Nervión podrá ver así cumplido un sueño largamente esperado».
En la capital andaluza le esperaba Carlos Bilardo, entrenador argentino del Sevilla y personaje clave en su fichaje. Tras el pertinente reconocimiento médico, el '10' se sumó a los entrenamientos del equipo y el lunes 28 de septiembre, vestido de blanco, volvió a pisar la hierba en un partido amistoso de postín: Sevilla-Bayern de Múnich.
«La Bombonera de Boca enloquece. '¡Qué bonito es levantarse una mañana de domingo cuando por la tarde juega Diego Armando Maradona!'. Hoy no es domingo. Ni el Sánchez Pizjuán la cancha de Boca. Ni Diego tiene veinte años. Pero da lo mismo –escribió Enrique Ortego en ABC-. Lo que importa es que Diego Armando Maradona vuelve a calzarse sus pequeños borceguíes y está dispuesto a defender la camiseta del Sevilla con el mismo corazón con el que defendió la de Argentinos Juniors, la de Boca, la del Barça de Menotti, esa del Nápoles de sus entretelas y, cómo no, la albiceleste con la que se comió el mundo en México'86».
El Sevilla ganó 3-1, Maradona dio dos pases de gol, estrelló un balón en el larguero y acabó tan exhausto como feliz: «Me he sentido libre jugando otra vez al fútbol… Cuando he dicho que ahora me siento el jugador 10.000 del mundo es que es verdad, porque llevo casi dos años sin jugar. Pero mi pensamiento es volver a ser el mejor, y cuando empiece a jugar ya veremos quién es el más fuerte y quién corre más que yo. Si lo que quieren saber es cuándo debutaré en el campeonato español, sólo les puedo decir que en una semana o semana y media estaré para jugar decorosamente. Y lo haré donde sea. Quiero negar categóricamente que en mi contrato haya ninguna cláusula que me impida jugar en Bilbao o en Cataluña. Yo jugaré contra todo el mundo».
Ilusión menguante
Y así fue. El domingo 4 de octubre a las cinco de la tarde, hora torera por excelencia, Diego Armando Maradona volvió a una competición oficial en un escenario de tronío: San Mamés. Lo hizo ante 40.000 espectadores y 300 periodistas de incontables países. Su equipo perdió 2-1: «Debutó Maradona en Bilbao. Intervino el astro argentino en la jugada del gol y cuando se marchó en el minuto 72 a las duchas, ganaba el Sevilla, pero cuando sus compañeros llegaron a los vestuarios, dos goles in extremis del Athlétic le dejaban helado con una inesperada derrota en su retorno al fútbol de los puntos».
Fue el primero de unos cuantos disgustos durante una temporada discreta. En la Liga, el Sevilla acabó séptimo con los mismos 43 puntos que el Atlético de Madrid, sexto, pero el peor coeficiente goleador del equipo sevillano le hurtó la opción de clasificarse para jugar la Copa de la UEFA. En la Copa del Rey fue eliminado por el Valencia en octavos de final. Maradona jugó 26 partidos de Liga, cuatro de Copa y marcó 7 goles (6 en Liga y 1 en Copa).
Lo que había empezado como una aventura ilusionante terminó regular tirando a mal. En el camino de la felicidad se cruzaron la selección argentina y el Mundial que se atisbaba en un horizonte relativamente cercano: Estados Unidos 1994.
Maradona –y Simeone, compatriota y compañero sevillista - fueron convocados para un amistoso con la albiceleste y, pese a la prohibición expresa del club, viajaron a su país. A partir de ahí, la relación de Diego con la directiva y la afición del Sevilla se fue tensando. Todo lo que antes le perdonaban, incluso le reían, fue utilizado para atacarle. Las prologadas, eternas, comidas y cenas en la casa del torero Espartaco donde residía, las frecuentes lesiones, las salidas nocturnas y su cada vez menor influencia en el juego desembocaron en un adiós cantado.
El 13 de junio de 1993, penúltima jornada de Liga, el Sevilla empató con el descendido Burgos en el Sánchez Pizjuán (1-1) y Diego se enfundó por última vez la camiseta blanca. El día antes ya había avisado: «Es casi seguro que dejaré el fútbol al finalizar esta temporada». No lo hizo.
En septiembre fichó por el Newell's Old Boys argentino. En su nuevo destino tampoco cuajó, pero ese ya es el comienzo de otro capítulo maradoniano. Para entonces, la breve e irregular aventura sevillana del genio sudamericano ya era historia.
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