2-1: El genio de Raúl y Zidane y la «mano» de Casillas envían la novena a las vitrinas del Madrid

La leyenda continúa. Hampden Park volvió a ser generoso con el Real Madrid y donde ganó la quinta, conquistó la novena 42 años después. Sin la grandiosidad de entonces. Sin los cuatro goles de Puskas ni los tres de Di Stéfano. Sin aquella aplastante supremacía que manejaba aquel equipo de Miguel Muñoz, pero con oficio, con corazón... y, sobre todo, gracias a sus individualidades. Raúl y Zidane fueron los más aventajados de la clase. Casillas el cerrojo final. Los tres, los grandes triunfadores de otra gran noche teñida de blanco.Ayer, más que nunca, el Madrid ganó por el peso de sus estrellas. El colectivo trabajó para aguantar el rodillo alemán y Raúl y Zidane demostraron porqué están entre los mejores del mundo. Cada uno a su manera. El español con esa astucia con la que vino al mundo y que le permitió marcar un gol de pillo, de chico de barrio. El francés, con la magia de su calidad individual, que le permite dibujar acciones tan plásticas y resolutivas como la del segundo gol. Esa fue la gran diferencia entre el Real Madrid y el Bayer. Los nombres propios vencieron al conjunto. Obsequio alemán Poco más se puede pedir en una final que un regalo a los nueve minutos. Y el Bayer le hizo el lazito al obsequio en una jugada tan intrascendente como un saque de banda. Roberto Carlos lanzó tan rápido, tan largo y con tanta potencia a la espalda de la defensa, que los alemanes pensaron que le había dado un siroco. Pero no. Había uno sobre el campo que sabía bien lo que su compañero se traía entre manos. Era Raúl, que corrió por el balón y, según lo recibió, lo desvió suavemente ante la salida de Butt, que no daba crédito a la jugada.El Real Madrid ya estaba por delante. Se antojaba el partido perfecto, pero craso error. Los alemanes demostraron lo que son. Un buen equipo. Y empezaron a desarrollar su fútbol. Sin prisa, pero sin pausa. La primera premisa, tener la posesión del balón. La segunda, jugar en el campo del contrario. Casi sin darse cuenta empataron el partido. Fue, como no, en una jugada a balón parado. Para el Madrid cualquier córner, cualquier falta lateral, cualquier balón que llegue del cielo es un infierno. ¡Qué desastre! Y así un partido tras otro. Centró Schneider, que tiene precisión, es cierto, pero Lucio ganó con tanta autoridad el salto a Hierro que César, a media salida, sólo pudo mirar el balón.Un cuarto de hora y, en teoría, volver a empezar. Pero no. La máquina germana estaba rodada. Entre Schneider, Ballack y Basturck se hicieron los amos de la pelota. Como si fuera suya. Y la movieron con soltura, mientras que los blancos corrían detrás de ella sin sentido. A esas alturas del partido, Solari ya había abandonado la banda para echar una mano a Makelele, que comenzó pletórico, pero estaba en evidente inferioridad numérica, dejando toda la banda zurda para Roberto Carlos. Se jugaba en campo madridista y cada acción de estrategia era una agonía para César y lo suyos. Muy claro lo debió de ver el técnico germano, que incluso mandó al campo a Berbatov para forzar un poco más la tuerca de su rodamiento ofensivo.Zidane desaparecido, Figo incapaz de irse de nadie, Morientes y Raúl, abandonados arriba a su desventura. El Madrid se veía impotente para salir de su terreno. Parecía que había más rojinegros que blancos, cuando en una contra por la izquierda al primer toque, Solari-Roberto Carlos, éste lanzó un globo hacia el centro que cayó en el radio de acción de Zidane y el francés se perfiló con plasticidad para empalmarlo según caía con su pierna izquierda. A la escuadra. Un gol de «chapeau». Un gol que sólo está al alcance de un privilegiado que tenga semejante sensibilidad en esa extremidad de su cuerpo.Algo debieron decirse a la cara los blancos en la caseta, porque en la continuación su actitud fue mucho más agresiva. El Bayer mantuvo su ritmo, su fútbol constante, de toques y apoyos cortos, pero el Madrid respondió golpe por golpe. Zidane, motivadísimo, comenzó a entrar en juego. Solari fue su mejor acompañante. El equipo se estiró, se repartió la posesión del balón y ya se jugó alternativamente en los dos campos. Un alivio para los blancos. Del Bosque cortó por lo sano el quiero y no puedo de Figo y con media hora por delante le sustituyó por McManaman, buscando más control, más presencia en la zona donde el Bayer había mandado hasta entonces. Casillas, decisivo Le pudo venir bien al Madrid que se parara el partido por la lesión de César -entró Casillas-, lo que aprovechó Toppmoller para mandar a la batalla a su viejo guerrero Kirsten. Quedaban veinte minutos y el Madrid cedió demasiados metros, con lo que provocó que el Bayer se precipitara en su ofensiva y ahogara sus espacios con acumulación de hombres delante del balón, sin poder desarrollar su juego característico.Lo confió todo el Madrid al contragolpe y pudo resolver en dos acciones de Morientes y Solari, pero Butt estuvo vivo. En los segundos postreros se comprobó que estaba escrito que el Real Madrid tenía que ser campeón. Hasta tres balones, uno tras otro, sacó Casillas bajo su larguero. Los apuros sirvieron para saborear más la victoria. La novena, la «Champions» del Centenario, la que le permite al Real Madrid continuar formando parte de la leyenda.REAL MADRID:BAYER LEVERKUSEN:GOLES: ... Noticias relacionadas Especial Centenario: un siglo de gloria blanca Los seguidores del Madrid vivieron un caótico regreso desde Glasgow Dos impactos de bala acabaron con la fiesta en Cibeles Del Bosque: «La compensación a tanto sufrimiento de la afición» Hoy, en Cibeles a las 20.30 horas Un palmarés de leyenda en cien años de historia