Rosberg lo hace todo bien

Un Hamilton deprimido supone un menoscabo evidente para la Fórmula 1, tan necesitada de sus locuras, de su bendita obsesión por ganar. Salió fatal, peor que nunca, el inglés y compitió contra su manera de ser.

Fue curiosa la carrera de Hamilton. Pidió disculpas a su equipo por la radio por la penosa salida que hizo, siete coches por delante de él en la primera curva. Y luego no enseñó el colmillo. Se dedicó a la vida contemplativa , a correr sin arriesgar, sin meter el coche al final de las rectas, lejos de su espíritu agresivo.

Y le fue bien. Jugando a no fallar, a pasar la pelota por encima de la red, a dejar que la lógica de la velocidad y las carreras se impusieran, fue escalando posiciones. En modo lánguido, haciendo caso a los ingenieros y demás personal anónimo que tiene datos en la cabeza pero no emociones. Solo al final, cuando tuvo posibilidad de pasar a Verstappen en la última vuelta, soltó las cadenas. Así llegó hasta el podio, dejando caer fichas a su paso.

Rosberg tampoco falla. Ha adquirido un cierto poso y, aunque no enamora por su forma de conducción, es resolutivo y certero. En Suzuka no se vio a su coche por la tele, ya que salió en estampida, impuso un ritmo, pasó por los garajes, mantuvo el ritmo y no permitió que saliese un agujero en su hoja de servicios.

Mercedes, con la victoria de Rosberg y el tercer puesto de Hamilton, gana así el Mundial de constructores.