Cavendish, único ganador en un paripé de etapa
A Cavendish le dieron un ramo de flores por su triunfo. Flores de cementerio. Un minuto de silencio por la etapa de ayer.
El Macizo Central es la zona menos poblada de Francia. Pero ahí estaban todos. Fieles a su cita con el Tour. Una ... cremallera de aficionados desabrochando los 194 kilómetros entre Limoges e Issoudun. Les habían dicho que por allí pasaba el Tour. Y no, les timaron; sólo cruzó la etapa del paripé. La de la huelga a cámara lenta en protesta por la eliminación de los pinganillos. La etapa ahogada por el cable de las emisoras. Sólo los espectadores del último kilómetro vieron un Tour de verdad. Asistieron a la tercera victoria por aplastamiento de Cavendish. El británico, sobre la raya de meta, se quitó las gafas, sonrió y comenzó a limpiarlas. Gesto de suficiencia. Para verse mejor. Lo malo es que ayer muchos telespectadores habían apagado el televisor.
Como el cuento aquel de Salomón: el rey sabio que para saber cuál de las dos mujeres era la madre real del bebé propuso partirlo en dos. Una aceptó. La otra, la verdadera, no. Renunció a su hijo antes que verle morir. Pues así anda el ciclismo, descuartizándose. La UCI, el Tour y la televisión francesa impusieron dos etapas sin pinganillo. O lo aceptaban los equipos, o habría expulsiones. Así que equipos y ciclistas agacharon las cabezas. Ayer fue la primera de esas dos jornadas sordas. A la antigua, a gritos. Sin emisoras. El Tour buscaba la vieja emoción. El desorden. Pero de eso, nada. Los protagonistas se negaron.
Fue una huelga tendida sobre el asfalto. El ciclismo, como siempre, se alineó desunido en la parrilla de salida. Catorce equipos votaron por las piernas caídas. Sólo seis estaban dispuestos a pedalear en serio: los dos invitados por el Tour, el Agritubel y el Skil, más el Garmin y las escuadras francesas (Cofidis, Bouygues y Française des Jeux). Era 14 de julio. Miles de banderas tricolor en las cunetas. Día de fiesta. De luto para el ciclismo.
Un desastre
La etapa fue un desastre. El pelotón, un rebaño. Sin pinganillo, los coches de los equipos invadieron el espacio de los ciclistas. Bocinazos, tensión sobre carreteras estrechas. «¡Mierda!», gritaba Cancellara. Rasponazos entre vehículos y motos. «El pinganillo da seguridad en caso de caída», defendían los ciclistas. ¿Por qué entonces no se impone su uso entre los cadetes o los juveniles? Armstrong, mientras, descontaba otra etapa en su plan y bromeaba con un motorista en español: «¿Qué pasa tío?», le dijo. Otros incluso le daban al cachondeo y decían: «¿Se me oye? ¿Se me oye?». Interpretaban el paripé, como si portaran el pinganillo. Risas. Aunque no de todos: «Estoy indignado», abroncó Prudhomme, el director del Tour. «Los equipos han pactado no dar espectáculo. Han corrido con los dados marcados». El viernes, en la montañosa etapa de Alsacia, tampoco habrá pinganillo. El Tour no cederá. Así es el ciclismo. No hay Salomón que lo arregle.
«A este ritmo vamos a poder correr hasta los 50 años», concluyó Sastre. Pedalearon de mentira. Acordaron que un ciclista de cada uno de los equipos en huelga pasara al relevo para no llegar de noche a Issoudun. Sólo tres corredores de las escuadras obedientes al Tour atacaron: Hupond (Skill), Vaugrenard (Française) y Dumoulin (Cofidis). Con ellos se largó un ruso que no se había enterado de nada. Quizá por la falta del pinganillo, Ignatiev (Katusha) se coló en la fuga. Entusiasta. Hasta que su director, Parsani, se le arrimó con el coche y le ordenó: «¡A rueda!». A vigilar la escapada. Nunca tuvieron más de cuatro minutos. Las rectas del Macizo les delataban. No hacía falta emisora para verles. Ahí. A tiro. A veinte kilómetros para el final, como fijaba el pacto entre los equipos, empezó la etapa. Para entonces ya había crecido la brecha entre el ciclismo y su afición. Dopaje, mitos de cera y de CERA (la EPO de última generación), redadas policiales, etapas vacías como la del domingo en el Tourmalet... Y ahora esto. Lío por el maldito pinganillo. Un ramo para el vencedor. Más flores para el cementerio. Y para colmo, Leipheimer, Wiggins y Astarloza se dejaron 15 segundos en la etapa que no se disputó.
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