Hazte premium Hazte premium

Patrimonio natural

El campo toledano

Al aparecer las lagunas del golf se han sentido invitados nuevos huéspedes : azulones, paletos, porrones, rabudos, frisos, colorados, cercetas...

Miguel de Oriol e Ybarra

A unos 90 kilómetros de Madrid hay un espacio cinegético de comprobado éxito histórico; que, a lo largo de su centenaria existencia ha alcanzado fama por la calidad de sus voladoras, rápidas e inesperadas en sus apariciones por lo escarpado de las faldas de sus cerros; que, cerca de tan sugestivo escenario, han estado durmientes dos hoteles de 4 y 5 estrellas cerrados durante la larga crisis sufrida desde el 2008. Que ya, al despertar la nueva temporada (octubre 2019) se abre, renovado uno de ellos, y se despereza y avisa el otro; que por no ofrecer el privilegiado coto dormitorios cercanos, sólo cazaban los hombres, sus mujeres se quedaban en Madrid o Toledo ; que junto a la inmediata reapertura, se ha puesto al día un gran golf de 18 agujeros, con campo de prácticas y restaurante clásico castellano, además de piscina y pistas de tenis; que las santas damas deportivas, hartas de acompañar como secretarias y cobradoras a sus parejas, han encontrado su escenario preferido donde logran birdies y pares; que el reencuentro vespertino ofrece paz y amenidad exclusiva. Exclusiva, insisto, porque los hoteles actualizados reservan espacios concretos y delimitados en función del número de los cazadores amigos.

Todo lo dicho ocurre ahí mismo, en zona de secano rabioso que encontró las aguas redentoras gracias a depuradoras que sanean silenciosas los desagües de pueblos recreados.

Al aparecer las lagunas, protagonistas del golf diseñado, se han sentido invitados nuevos huéspedes voladores; azulones, paletos, porrones, rabudos, frisos, colorados, cercetas, pardillas y carretones regalan, según temporada, su raudo vuelo. Y, en diciembre, junto al río Guajaraz, lindero singular, vuelan a determinada hora, año a año, algunas becadas, las deseadas, ni una más.

Pasan los años y hace unos pocos, apareció por allí una pareja de corzos . Nunca nos había alegrado su grácil elegancia; al alimentar con grano derramado a las perdices, estrellas del coto, se multiplicaron los inesperados. Hoy, ya veteranos, nos acompañan muy perlados, alrededor de 50. Robamos no más de uno al año y lo disfrutamos con amor.

Pero hay otros visitantes indeseables; l os meloncillos, la mangosta africana , han invadido de sur a norte España. No dejan serpiente o lagarto vivo, pena irremediable. Siguen volando gloriosas tres parejas de águilas imperiales ; presumimos ufanos cuando nos presiden desde lo alto. Nos sorprendió esta primavera con una «carraca» azulona , visitante habitual del pasado y alejada desde antaño. Siguen fieles aunque escasos los zorzales invernales , incluso se ve alguna charla ¡qué ricas! Las tórtolas que esperábamos desde críos en abril han aparecido diezmadas; marroquíes e italianos no las dejan pasar el Estrecho . En cambio, nos agobian las turcas que están igualmente ricas si bien guisadas, pero son tontas, nada que ver con las nuestras, realmente africanas y bravas.

Oropéndolas y abejarucos se dejan mirar presumidos; las becacinas, temerosas se esconden. No faltan los cochinos; el trigo que mantiene cercanas a las perdices generosas los atrae indefectibles.

Todo esto y muchísimo más ocurre allí. Felipe II se trajo la capital a Madrid; Isabel de Valois, hija de Catalina de Médicis, se quejaba de las cuestas toledanas. Era una cría camino de ser madre. Y Toledo, capital con gran catedral románico-gótica, escenario de lo amores de Carlos I (V de Alemania) e Isabel de Portugal, quedó, poco a poco, aislada, desatendida.

Hoy, despacio, resucita; no siempre de modo acertado pero una inesperada aparición (Puy du Fou) se apresta a obsequiar la región con su historia de España cabalgada. Los antecedentes en la desembocadura del Loira francés han resultado gloriados por el mundo culto. Su aventura temática se ha convertido en estrella universal. Y nos convida, junto al castillo de Guadamur , en la cercanía de la vieja capital toledana, a repetir la experiencia regando nuestro secano con la heroica epopeya hispana.

Se enriquecen así las afueras visitadas, los entornos pueblerinos se ajardinan, reaparecen arbolados desde viejos tiempos en olvido. No sólo del olivar vive el hombre sus campañas. La caza pide sombras, los remansos regalan: espliego, lavanda, tomillo, retama… ordenan, animan y asalonan los silencios descansados, sin tiros e invitadores de las charlas de siempre, tan distintas de las urbanas.

La España árida se alegra.

Y los alcaldes de pueblo compiten para ver quién es el que mejor lo hace.

España, la del centro, se hermana.

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación