Madrid, envuelta en musicales

Del éxito de 'Mamma mia!' en España (similar al obtenido en todo el mundo) da fe el hecho de que en veinte años se haya llevado tres veces a escena. La producción que se acaba de estrenar tiene la particularidad de que no es una franquicia ni una réplica, sino que es original. En realidad es lo de menos; habrá quien las compare -y prefiera una u otra-, pero a la inmensa mayoría del público solo le importa pasar un buen rato y bailar al ritmo de las canciones de ABBA. Una de las virtudes de este musical -el primero de los denominados 'jukebox'- es la historia que cuenta, una comedia de enredo que no necesitaría de las canciones para llegar al público. Aun así, los temas del inacabable grupo sueco -hace casi cuarenta años que sus miembros se separaron- son la columna vertebral de este espectáculo, que mantiene intactas su frescura y su capacidad vitamínica, que entremezcla con ternura y emoción, edulcoradas sin complejo porque lo que pretende, y logra, es alegrar el corazón de los espectadores.

La producción española persigue precisamente eso, y se pone al servicio de la historia y las canciones, con una recia y magnífica escenografía -quizás demasiado para el escenario del Teatro Rialto- y un vestuario con los brillos y lentejuelas que pide el musical. Además, posee un elenco compacto y equilibrado en cuanto al canto y a la interpretación, que encabeza la magnífica Verónica Ronda.

De los musicales de la época dorada de Hollywood, 'Cantando bajo la lluvia' es, probablemente, el más icónico: pocas imágenes más imperecederas que la de Gene Kelly bailando bajo una lluvia torrencial a la luz de la farola. Pasaron varios años hasta que se llevó al teatro (en Londres), y ahora el triunvirato compuesto por Àngel Llàcer, Manu Guix y Miryam Benedicted la ha puesto en pie, en un montaje que ya triunfó en Barcelona y que se merece todos los aplausos que recibió el día del estreno.

¿Cuál es la principal cualidad de este sobresaliente 'Cantando bajo la lluvia'? Que está hecho con relativa sencillez, con mimo, sin extravagancias ni originalidades, respetando la historia y su desarrollo. Llàcer -que ya firmó una 'Jaula de las locas' ejemplar en su puesta en escena- demuestra su amor a la película protagonizada por Gene Kelly y Debbie Reynolds. No le tiene miedo a las comparaciones; antes al contrario, se alía con el recuerdo de los espectadores y, con el magnífico libreto y las contagiosas canciones, dibuja un espectáculo feliz y optimista, que tiene en el final del primer acto, con la aparición de la lluvia -real- en el escenario su momento más sorprendente. Sabe, además, encontrar el código con el que presentar una historia que tiene, en el mejor sentido de la expresión, un sabor añejo y un encantador aroma a tiempos antiguos. La función está llena de detalles, de guiños para hacer cómplice al público, que sale feliz de la sala.

Llàcer, claro, cuenta con extraordinarios aliados, como Manu Guix, que arranca brillos de la partitura de Herb Brown, y Miryam Benedited, autora de unas coreografías dinámicas y resplandecientes que contribuyen a darle ese espíritu energético; también de sus intérpretes, entre los que destaca una graciosísima Mireia Portas como Lina Lamont.

'La historia interminable' es una de las novelas de aventuras fantásticas de mayor éxito de las últimas décadas. También es una aventura fantástica llevarla al escenario y convertirla en una comedia musical. Es absolutamente encomiable -y necesario para nuestro teatro- que se aborden desde nuestro país proyectos como éste, donde la creación es básicamente española y que, a buen seguro, será semilla que dará su fruto pronto.

La idea que se ha ofrecido del teatro musical es la de la espectacularidad; se asocia este género a los grandes decorados que suben y bajan y a escenarios repletos de personas cantando y bailando. Pero la esencia sigue siendo la emoción, y emoción es precisamente lo que no aparece en este musical bienintencionado, de excelente factura en líneas generales, pero que ha olvidado la máxima de 'menos es más'. Por momentos parece que se haya primado el espectáculo por encima de la historia, los 'animatronics' -no siempre bien resueltos- por encima de la humanidad de los actores; hay también demasiada música -Iván Macías vuelve a mostrar su dominio-, pero al espectáculo parece faltarle tiempo en el horno.