De reptil o sabandija a fermento de antepasados: la variopinta colección de insultos a Julio Camba por un artículo sobre el catalán
Decíamos ayer
El famoso columnista conservó durante años la completa lista de improperios con los que le obsequiaron los nacionalistas catalanes
«Un amigo me aconsejaba que tratase de convertirla en dinero, marchando a América y presentándome allí ante el público como el hombre más insultado del mundo, pero yo no me decidí»
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Iniciar sesiónCuando Julio Camba escribió sobre 'La tragedia del catalán', hace más de un siglo, no imaginaba que el Gobierno español desplegaría una frustrada ofensiva diplomática para que la Unión Europea incorporara el idioma en su lista de lenguas oficiales, junto al gallego y ... el euskera. «A todos los españoles suele indignarnos mucho el que los catalanes hablen catalán», sostenía el enviado especial a Barcelona en 1917. Aunque, a su juicio, aún indignaba más que hablaran castellano, por su marcado acento. «Este dejo especial de los catalanes lo tomamos casi como una ofensa», decía, porque «no concebimos que pueda decirse nada espiritual con acento catalán, nada amable ni nada galante». Si en Cataluña hay un hecho diferencial «es el del acento mucho más que el del idioma», sostenía con su peculiar humor.
Camba achacaba a ese deje que el catalán estuviera «inhabilitado para la mayoría de las cosas en cuanto sale de Cataluña», pues «fracasan sus chistes, sus piropos y hasta sus mismos discursos políticos», subrayaba. Y en vista de que los catalanes no podían prescindir de él, irónicamente se preguntaba: «¿Qué de particular tiene el que los catalanes renuncien a hablar castellano y se pongan a hablar catalán?». De hecho, auguraba que lo hablarían más cada día y la culpa, decía, la tenían los castellanos. Por no tolerar su acento.
Su diatriba filológica apenas ocupó tres párrafos en el periódico, pero levantó una oleada de insultos. «Todos los días me llegaban, por el correo interior, de veinte a treinta cartas, poniéndome como no digan dueñas», relataría después el escritor. Todas ellas anónimas «porque sus autores, dedicados a adquirir datos sobre mi persona, no habían podido, al parecer, averiguar ninguno acerca de las suyas», apuntillaba con sorna. Camba las fue metiendo en un cajón y cuando se llenó, decidió hacer un expurgo, tirando los improperios repetidos y quedándose con uno de cada. «Y todo esto por haber dicho que los catalanes hablan el castellano con acento...». Aunque otros antes que él habrían dicho cosas de mayor importancia, no creía que ninguno hubiera suscitado un movimiento de indignación comparable.
La tormenta de injurias que empezó a coleccionar, complaciéndose ante los ejemplares curiosos y pintorescos como dispendio de los antepasados, llegó a irritarle semanas después, cuando escribió su columna 'Cataluña y el humorismo o una cuestión de incompatibilidad'. «Mayor que el prejuicio que pueda traer ningún escritor es el prejuicio con que Cataluña le recibe», constató con tristeza.
Sin embargo, cuando en 1934 volvió a ser insultado desde el periódico 'El Socialista', retomó el asunto y expuso la clasificación que había hecho por grupos «con un método y un rigor y una escrupulosidad, que ya quisiera yo ver en muchos laboratorios científicos». Los había «zoológicos», como reptil, sabandija, cucaracha, ave de rapiña, rata o sapo; «botánicos», como abedul y alcornoque; «profesionales», como farsante, chulo, negrero, lacayo o payaso; «literarios», como Quijote y Tartufo; «mineralógicos», como adoquín o marmolillo; «patológicos», como sarnoso, reblandecido, dispéptico, monstruo, degenerado o menguado; y hasta «antropológicos», como piel roja, zulú, pigmeo o gitano. «Y en fin, insultos varios tales como canalla, granuja, sinvergüenza, bellaco, etcétera, etc...». Más de 70 componían su colección.
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«Un amigo me aconsejaba que tratase de convertirla en dinero, marchando a América y presentándome allí ante el público como el hombre más insultado del mundo, pero yo no me decidí», aseguró. Por eso, cuando volvían a llamarle burro o abedul, no podía menos que sonreírse. De no haber tirado a la papelera los insultos repetidos tendría en su colección «veintitantos burros, como mínimo, y todo un bosquecillo de abedules». Al hablar de los improperios con los que le obsequiaron los nacionalistas catalanes decía experimentar «un sentimiento confuso, en el que tal vez haya aún restos de indignación, pero en el que, sin género de duda, predomina la vanidad del coleccionista...».
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SuscribeteRedactora especializada en arqueología y patrimonio. Autora de 'España, la historia imaginada' (Espasa) y coautora, junto con Federico Ayala, de 'La Gaceta olvidada' (Libros.com).
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