'Tristan' inaugura el Festival de Bayreuth entre el entusiasmo musical y el fracaso escénico
La ópera del celebrado compositor abrió la jornada inaugural el pasado miércoles bajo la batuta de Semyon Bychkov
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Bayreuth
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Iniciar sesiónEl Festival de Bayreuth sigue siendo un asunto de Estado. Lo aprecia de inmediato tanto el curioso que se acerca al Festspielhaus para entretenerse con el bullicio que precede a su sesión inaugural como el espectador que alcanza el teatro después de identificarse ... en varios controles policiales. El nivel de seguridad se incrementa con el paso de los años mientras se mantiene la parafernalia de una jornada que reúne a políticos, muy particularmente de la región de Oberfranken, personajes de la farándula alemana y sobre todo admiradores de Richard Wagner procedentes de todo el mundo. Hace algunos años se criticó el uso propagandístico de la imagen del compositor propuesta por el muñeco creado por el artista Ottmar Hörl, con Wagner en actitud de dirigir y que en su versión y tamaño más difundido de un metro de alto puede adquirirse a partir de 600 euros, pero hoy es evidente que su presencia por los rincones de la ciudad ha convertido el símbolo en algo característico, muy particularmente en los jardines aledaños y frente al teatro donde se cosechan como margaritas y en versión dorada.
Más allá de cualquier purismo, es muy posible que el visionario y vanidoso Wagner hubiera quedado muy satisfecho ante la eficacia comunicativa que se deduce de la comercialización de su figura, lo que en el mejor de los sentidos confirma la poderosa devoción que genera su obra, con el Festspielhaus como epicentro del fervor internacional. Sirva de ejemplo la jornada inaugural del festival, celebrada el miércoles y dedicada a una nueva producción de 'Tristan e Isolda' rubricada con gritos de entusiasmo a favor de la propuesta musical dominada por el director Semyon Bychkov quien vuelve cinco años después, con el tenor Andreas Schager y la soprano Camilla Nylund entre los triunfadores, y estruendosos pitidos a la puesta en escena de Thorleifur Örn Arnarsson.
En verdad , es muy difícil creer en el director teatral islandés, cuyo primer trabajo en Bayreuth deja al drama wagneriano en una posición insustancial. El descubrimiento de su propuesta llega después de que Bychkov ataque el preludio a telón bajado dejando la primera impresión de una interpretación que interroga a la partitura con una exhaustividad a medio camino entre la exquisitez y la voluptuosidad. Estos días, Bychkov ha hablado sobre 'Tristan', y así se confirma en los textos del programa de mano, retomando la opinión del filósofo Ernst Bloch quien describió la obra como un inmenso adagio. El asunto es evidente si se piensa en términos temporales pero igualmente si se considera la obra como una jaula de cristal, atrapada en la tensión del famoso acorde y cuya resolución llega tras casi cuatro horas y una incansable sucesión de soluciones, cada una de las cuales proponiendo nuevos interrogantes. La manera en la que Byschkov engarza todo ello, convierte su interpretación en una formidable sucesión de estados de ánimo, cuya tensión es acumulativa, sutil, constante y también intensamente reflexiva. La versión se aleja de la angustia entrecortada y se dirige, por ese milagro al que solo es posible acceder desde la atalaya de la veteranía, hacía una panorámica cuyo horizonte apunta al inevitable destino de la transfiguración a través de la muerte.
Bychkov le da a 'Tristan e Isolde' el sentido final que Örn Arnarsson le niega. Abierto el telón, el primer acto todavía deja la puerta abierta a varias ideas posibles. Importa aquí un cierto grado de síntesis, con el suelo nebuloso a la manera de mar infinito, varias maromas colgando del techo sugiriendo el barco de Tristan y en el que Isolda se dedica a la escritura sobre un gigantesco manto que el héroe apenas se atreverá a pisar. Los territorios de los protagonistas son, por entonces, absolutamente contrarios. La cuestión, a falta de un análisis más preclaro, empieza a torcerse en el segundo acto cuando la acción penetra en interior del casco de un barco desvencijado pero plagado de objetos. La almoneda resulta ser un lugar incómodo. Tanto, que a duras penas se consuma el dúo de amor en una posición suficientemente satisfactoria. Más molesto aún, el tercero muestra los restos del naufragio, con Tristan mortalmente herido entre un montón de enseres que se acumulan en el centro del escenario. Lo que en el acto anterior era fastidioso, aquí ya es imposible, con posiciones escénicas que llevan a lo convulsivo en el caso de Tristan y lo muy forzado para Isolda. Resulta difícil entender que tanto engorro traiga consigo un significado concreto más allá de la disposición física. En el aire queda sin resolver la creación de un universo capaz de engarzar con alguna de las muy distintas vertientes que propone una ópera tan profundamente reflectante.
El tenor Andreas Schager toma en esta ocasión el testigo de Stephen Gould, fallecido el pasado año y Tristán en Bayreuth desde 2015. Con él se reafirma el imperio de las grandes voces, de apabullante presencia y agudo bien colocado, lo que no exime de una evidente falta de sutileza y cierta destemplanza. El pedigrí wagneriano del tenor austriaco es indudable, incluyendo una presencia regular en Bayreuth desde que debutará en el 16 como Erik en 'El holandés errante' y recalará luego en Parsifal. La evolución le lleva ahora a encarnar al joven héroe y hacerlo con tal entrega que el agotador tercer acto se convierte en un pulso entre el esfuerzo, la convulsión y los sucesivos avisos de la voz a punto de romperse. Con todo, la hazaña de Schager es evidente y los saltos de alegría que da en los saludos finales son la consecuencia a la espasmódica actuación de un personaje que se mueve en escena (aquí la responsabilidad de Thorleifur Örn Arnarsson es evidente) con absurda torpeza.
Otra consideración merece la soprano finlandesa Camilla Nylund a quien puede reconocerse por la facilidad para desplazarse cómodamente por el registro con la presencia de un vibrato que no le impide hacer incursiones realmente notables en la partes más líricas. La muy buena definición del tercer acto, con el 'Liebestod' como cierre, manifestó que en su dibujo de Isolda, mucho más complejo y desarrollado que el de Schager como Tristan, hay verdadera sensatez, lo que significa explicar el personaje desde la madurez de la propia cantante, a sus 56 años.
Pero este 'Tristan' trae consigo alguna otra sorpresa, ya sean los aplausos desmedidos al Kurwenal del barítono islandés Olafur Sigurdarson, tan irregular como sumido en un retrato marmoleño, ya la fantástica actuación de la mezzosoprano Christa Mayer como Brangania y el barítono Gunther Groissböck en el papel del rey Marke. La primera mantiene una presencia regular en Bayreuth desde su debut en 2008 como Erda y Waltraute en el 'Anillo' dirigido por Christian Thielemann. La exquisita colocación de la voz, la limpieza del timbre, el volumen, la nobleza de su centro vocal y la musicalidad con la que aborda el papel son características que puede también asumir Groissböck con el aliciente de que su monólogo se convierte en un auténtico meandro de emociones.
De la mano de todos ellos 'Tristan e Isolda' desembarca en el mejor de los escenarios posibles, que es el de la construcción de un espacio acústico creíble y palpitante. El año pasado logró esta misma hazaña Pablo Heras-Casado dirigiendo 'Parsifal' en la apertura del festival, unánimemente ovacionado y a quien se escuchará de nuevo en esta edición, en la que está prevista la reposición del título. Al margen de lo estrictamente actual, la consecuencia de aquel trabajo se consolida de manera fehaciente con el anuncio de su presencia al frente de la nueva producción del 'Anillo' prevista para 2028, lo que transformará al director granadino de visitante a valedor de referencia en el siempre palpitante mundo wagneriano.
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