La tragedia de 'Butterfly' en el Real se sobrepone a los abucheos

Será porque se prefiere recordar el Japón de postal amarillenta dibujado por Luigi Illica en su libreto. En él se inserta con lógica el entrañable homenaje que el Real rinde a Victoria de los Ángeles en su centenario exhibiendo varios vestidos, incluyendo kimonos usados por una de las grandes Cio-Cio-San de la historia. También cuelgan de las paredes fotos hechas por Puccini, más penetrantes a la hora de demostrar su gusto por generar ambientes, a veces de manera un punto naíf (los pajaritos en la orquesta o la cita del himno estadounidense no deja lugar a dudas), a veces con profunda sabiduría musical. Desde luego es preferible esto último y de ahí la importancia de que el tercer acto de esta 'Butterfly', tal y como se escuchó anoche, alcance una posición culminante.

La escena de Michieletto tiene profundidad desde el mismo momento en el que la protagonista cruza la pasarela del fondo, un poco a la manera de una modelo coqueta. El espacio ofrece con crudeza la inmundicia del turismo sexual, con el habitáculo transparente de Butterfly colocado en un entorno de carteles luminosos, con cruce de carreteras y personajes repulsivos, Pinkerton el primero. Lo que se ve es asqueroso y, a su vez, fascinante gracias a la sensación de humanidad que aporta la ingenuidad de Butterfly. Michieletto lee el libreto sin olvidar ningún detalle. Lo que se dice se ve, se construye y, a veces se oye en el segundo reparto: la atmósfera falsamente noble que surge en el dúo al final del primer acto (pese a la dudosa pericia vocal de Charles Castronovo); la sufrida revelación durante el encuentro de la protagonista y Sharpless en el segundo (qué bien hace crecer al personaje Gerardo Bullón, aun estando un punto encorsetado); el poderoso y definitivo final anticipado por el 'duetto' de las flores, tan honradamente resuelto con dibujos sobre los cristales. O la estupenda idea de convertir los charcos del suelo en un océano de barcos de papel y en espejo para la imposible esperanza de Butterfly. Merece la pena aplaudir a la soprano Ailyn Pérez por desembocar en ello con tanta verosimilitud y calidad, y al maestro Nicola Luisotti por apoyarlo tras conseguir bajar la orquesta a una posición comedida aunque intensamente expresiva ¿Lacrimógena? Pues eso es 'Butterfly'.