Nick Cave, entre el duelo y el confesionario: «El ateísmo es malo para hacer música»
El australiano se abre en canal para hablar de la vida, la religión y la muerte de su hijo en 'Fe, esperanza y carnicería'
Nick Cave, el bolso rosa de Kylie Minogue y lo que las canciones esconden
Barcelona
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Iniciar sesiónEn 2020, mientras unos cuantos hacían pan y la mayoría hacíamos lo que podíamos, Nick Cave (Warracknabeal, 1957) se quedó a solas con el bosque tenebroso de su mente, que diría Lorena Álvarez, y se dio cuenta de que quizá no odiaba tanto ... las entrevistas como había llegado a pensar. «Descubrí, para mi desconcierto y asombro, que las entrevistas podían ser una forma de comunicarse», bromearía meses después en distendida charla con Amanda Petrusich para 'The New Yorker'.
En realidad, es bastante probable que el australiano siga detestando la entrevista como artefacto promocional («te consume; su premisa básica es muy denigrante», asegura), pero 'Fe, carnicería y esperanza', el libro que ahora llega a las librerías españolas de la mano de Sexto Piso, es otra cosa. «No es una autobiografía es una conversación», celebra la literatura promocional. Es, pasen y lean, el resultado más de cuarenta horas charlando por teléfono con Sean O'Hagan, periodista de 'The Observer' y 'The Guardian' que durante más de un año, entre el verano de 2020 y el de 2021, mantuvo una fluida y descarnada conversación-río con el cabecilla de los Bad Seeds.
«Conozco a Nick desde hace treinta años, pero a lo largo del tiempo nuestros caminos se han cruzado de manera intermitente, a menudo en el backstage de sus conciertos o cuando me encargaban que lo entrevistara -explica O'Hagan en el posfacio-. La pandemia cambió todo eso. Con tiempo entre manos y el mundo en desequilibrio, nuestras charlas telefónicas se convirtieron en largas conversaciones sobre todo tipo de temas, tanto esotéricos como cotidianos». Temas casi todos ellos que, antes o después, acababan desembocando en el mismo lugar: la muerte en 2015 y con tan solo 15 años de su hijo Arthur tras precipitarse por un acantilado de Brighton. «Es una constante a lo largo del libro, en ocasiones de manera explícita, siempre de manera implícita», subraya O'Hagan. «Arthur murió y eso me cambió. La sensación de trastorno, de llevar una vida trastornada, lo permeaba todo. Es importante hablar de ello, porque la pérdida de mi hijo me define», reconoce el propio Cave en las primeras páginas.
Caos y ruido
El escalofrío llega unos cuantos capítulos más tarde, cuando el autor de 'Ghosteen' evoca aquel fatídico 14 de julio de 2015. «Recuerdo que estaba viendo la televisión, me llama Arthur y contesto. Pero no es Arthur, es un desconocido que encontró su teléfono y su mochila y sus zapatos en un campo cerca del molino negro a las afuera de Brighton. El desconocido también dice que hay actividad policial en el acantilado cerca del molino. Después viene un súbito pánico espantoso y estamos llamando al número de emergencias, ¡preguntando a la operadora qué sucede en el acantilado! [...]. Los policías están en la cocina y nos dan la noticia: nuestro hijo de se ha caído por el acantilado, su cuerpo está en el hospital, está muerto, y en mi cabeza empieza a rugir el sonido más fuerte del mundo, y las piernas de Earl se doblan y Susie lo atrapa. La confusión en escalada, el horror repentino. Después viene todo ese caos ensordecedor y el ruido en nuestros oídos», relata.
«La muerte de Arthur lo cambió todo. Absolutamente todo. Me volvió alguien religioso»
Nick Cave
Un par de años antes del confinamiento, en septiembre de 2018, el australiano había puesto en marcha The Red Hand Files, una suerte de consultorio digital, «un extraño ejercicio de vulnerabilidad y transparencia comunitaria», en el que los fans preguntaban lo que querían y Cave contestaba exactamente lo mismo, pero tuvieron que llegar la pausa pandémica y la propuesta de O'Hagan para que el autor de 'The Mercy Seat' se abriera en canal. Literalmente. Nunca antes se había mostrado Cave tan explícito, articulado y vulnerable a la hora de hablar sobre su vida y su obra. «El arte tiene la capacidad de reajustar el equilibrio de las cosas, de nuestras equivocaciones, de nuestros pecados», asegura justo después de reconocer que todo lo que ha hecho en los últimos años, desde esos discos hermosos y arrebatados a las figuras de cerámica que empezó a moldear casi como terapia, es su manera de buscar una suerte de absolución. «Pido que me perdonen, que me liberen de mi propia culpa personal», dice. «No hay una sola canción o palabra que no pida perdón, que no diga que lo sentimos mucho».
La vida secreta del dolor
'Fe, esperanza y carnicería', publicado en inglés el año pasado y traducido ahora al castellano por Eduardo Rabas, se presenta como un libro sobre «la vida interior» de Cave y, por una vez, la descripción no podía ser más ajustada. No faltan anécdotas jugosas sobre sus días de furia al frente de The Birthday Party, encontronazos con los miembros más inflexibles de los Bad Seeds («no me metí al rock and roll para tocar rock and roll», que bramó Blixa Bargeld antes de dejar el grupo) y revelaciones como cuando explica que escribió 'Into My Arms' en un centro de rehabilitación junto a un yonqui «cubierto de llagas y que se rociaba con un desodorante en aerosol, como si eso lo fuera a ayudar en algo», pero lo importante aquí son otras cosas. A saber: el duelo, la muerte, la religión y la vida secreta de las canciones. El anhelo espiritual, la colaboración cada vez más estrecha con Warren Ellis, y el abismo de una pérdida a la que se sumaron, en el proceso de edición del libro, las muertes de su madre y de su hijo Jethro, de 31 años. «La música es una moneda espiritual como ninguna otra en lo que se refiere a su capacidad para sacar a las personas de su sufrimiento, así que no me tomo a la ligera mi labor», defiende Cave.
Ojeador precoz y compulsivo de la Biblia, exheroínomano con media docena de rehabilitaciones a sus espaldas y salvaje del rock en excedencia («ya no visito ese extremo brutal de mi naturaleza tan a menudo», asegura), Cave ya no es aquella llama recalentada por el caos y la botella que pataleaba desde las mazmorras de 'Deana' o 'Tupelo'. «Mi vida tiene una intensidad distinta. No es la ardiente intensidad de la juventud, sino otra cosa: una especie de audacia espiritual», dice ahora. Se explica así esa secuencia discográfica que va de 'Skeleton Tree', grabado pocos meses después de la muerte de Arthur, al telúrico y celestial 'Seven Psalms' pasando, claro, por 'Ghosteen' y 'Carnage'. «La muerte de Arthur lo cambió todo. Absolutamente todo. Me volvió alguien religioso. No hablo de ser cristiano tradicional ni nada por el estilo. Ni siquiera hablo necesariamente de creer en Dios. Me volví religioso en el sentido de que comencé a sentir a un nivel profundo una especie de inclusión en el dilema humano», reflexiona Cave.
La religión, enredada a la muerte de su hijo y la propia vida, es otro de los bucles, cuando no EL tema, de este libro en que Cave y O'Hagan hablan largo y tendido sobre la fe, la existencia (o no) de Dios y al influjo de lo divino en la creación artística. «Un rechazo explícito de lo divino necesariamente es malo para escribir canciones. El ateísmo es malo para hacer música», llega a decir el australiano «Creo que te pone en desventaja, porque es una especie de reducción de opciones y una negación de la dimensión sagrada fundamental de la música», añade.
Palabra de Dios
Normal que Cave vea 'Ghosteen', el primer disco que escribió íntegramente tras la muerte de su hijo, como un refugio espiritual; un álbum que lleva impreso el anhelo de su alma y, sobre todo, «un lugar inventado en el que el espíritu de Arthur pueda encontrar alguna especie de refugio o descanso». «Todas mis canciones se escribieron desde un lugar de anhelo espiritual, porque es donde vivo de manera permanente», dice. Y sigue: «Las canciones que escribo se comportan como si Dios existiera. Básicamente argumentan la propia creencia, aunque en ocasiones son ambiguas e inconsistentes sobre la existencia de Dios. Creo que en última instancia lo que intento hacer es proponer la idea de que estar vivos tiene alguna importancia. Que tenemos valor espiritual».
'Fe, esperanza y carnicería'
- Autores: Nick Cave y Seán O'Hagan
- Editorial: Sexto Piso
- Páginas: 320
En el libro, Cave también relata la brutalidad del duelo y explica que un año entero de su vida prácticamente se le borró de la cabeza. Se fue a París a grabar 'Skeleton Tree', un disco con el que la banda no sabía qué hacer («no había manera de meterle un ritmo de batería a esas canciones, la música era sumamente amorfa y frágil», evoca); grabó con Warren Ellis seis bandas sonoras en un estudio de Ovingdean, justo al lado de Brighton y a pocos metros de la tumba de Arthur; se hizo ceramista; y dejó de utilizar el despacho en el que escribía sus canciones. «La idea de esa oficina me hacía sentir físicamente enfermo. Sentía que era una complacencia terrible y obscena», asegura.
Los fans, dice, le salvaron la vida. En concreto, recuerda el primer día que salió de casa tras la muerte de su hijo para recoger comida en un restaurante vegetariano al que solía ir. La cajera, explica, no le dijo nada especial. Le trató como a uno más hasta que, a la hora de darle el cambio, le apretó la mano. «A propósito. Fue un acto de extrema bondad. Un gesto muy sencillo y articulado que, al mismo tiempo, estaba más cargado de significado que todo lo que el mundo había intentado decir hasta ese momento». Será que, después de todo, la gente quizá no es tan mala como cantaba en los noventa desde la entrañas de 'The Boatman's Call'.
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SuscribetePeriodista cultural: música y libros. En ABC desde 1998. Colaborador habitual de Rockdelux y otras publicaciones especializadas.
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