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Entrevista

Zucchero: «Nunca me gustó 'Baila morena', es una canción muy simple»

En plena promoción europea de su último trabajo, el artista italiano atiende a ABC sin pelos en la lengua: «La música actual está estandarizada, no hay libertad artística»

Aitor Santos Moya

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Un tour promocional, una parada fugaz en Madrid, una cita en la plaza de Santa Ana y algún cigarrillo que otro de conversación. En frente, Adelmo Fornaciari (Reggio Emilia, 1955) , más conocido como Zucchero. Treinta y tantos años en la música, sesenta y pico millones de discos vendidos, condecorado con el cuarto honor civil más alto en Italia y compañero de escenario de tipos como Luciano Pavarotti, Eric Clapton, Sting, John Lee Hooker, B.B King, Ray Charles o Jeff Beck. Casi nada.

El sol primaveral devuelve la estampa a la Tierra. Mente en blanco, botón «rec» en marcha y vuelta a la misma cantinela. Veamos. Adelmo Fornaciari, más conocido como Zucchero, gafas de sol, sombrero de copa, colgantes, anillos... barba a medio cuidar. Con la ciudad —literalmente— a sus pies, presenta en España «Black Cat» , su duodécimo álbum de estudio. «Mucho calor ¡eh!», advierte. Los parasoles que cobijan la azotea del hotel Reina Victoria no parecen ser suficiente. Gafas fuera. Sombrero, su inseparable sombrero... también.

¿Es el sombrero un elemento intrínseco a su personalidad?

Es una seña de identidad. Cuando era pequeño sentía una fascinación increíble por mi abuelo, con su capa negra, su barba espesa... y, cómo no, su sombrero. Siempre le vi como un personaje carismático. El día que aparecí por primera vez en televisión solo tenía una cosa clara: quería parecerme a mi abuelo.

Cada vez que leo el título de su último disco («Black Cat»), no sé si es es un desafío a la mala suerte o a la creencia popular que pesa sobre este animal...

Es un desafío contra la mala suerte porque en la cultura afroamericana el gato negro es justo lo contrario, un símbolo de buena suerte.

¿Cómo definiría este nuevo álbum?

Un álbum muy negro, libre, sensual... un tanto anárquico, que no anarquista (se ríe).

Usted dice que ha vuelto a la época de «Blue's» (1987) y «Oro, incenso e birra» (1989) porque allí no tenía mucho que perder, ¿hoy tampoco?

No, a mi edad no me preocupa. Es verdad que un artista siempre busca gustar a la gente, que su disco entre en las listas de éxitos... pero ahora lo que hago, lo hago por sentirme bien.

También dijo que con más de 60 años puede permitirse escribir libremente, sin pensar demasiado en lo que suena en la radio.

Así es, últimamente la música está estandarizada, no hay libertad artística. De alguna manera las canciones se repiten, escuchas la radio y parece que siempre se compone igual.

El primer tema de su nuevo disco —«Partiagiano Reggiano», un homenaje a los partisanos comunistas de su región—, ha levantado cierta polémica en su país...

Puede ser, pero no he buscado generar polémica. Es un recuerdo romántico de la figura del partisano, no entro a valorar políticamente lo que representa.

La influencia española llega de la mano de Alejandro Sanz con «Hechos de sueños», ¿se lo debía tras su colaboración en «Un zombi a la intemperie?

No es una deuda en sí, más bien un placer después de conocerle el año pasado para componer su disco. Es un gran artista, una persona auténtica, genuina. Hubo mucha química entre nosotros, me apetecía que estuviera.

Sin duda la canción más emotiva es «Street Of Surrender (S.O.S.), escrita por Bono a raíz de la tragedia de Bataclan en París.

Bono estaba en París cuando ocurrieron los atentados y quería transmitir a través de lo que él había sentido. Guardamos una amistad desde hace muchos años, hemos colaborado un montón de veces y le pedí que escribiera la letra. Yo hice la música y surgió así. No descarto que la cantemos los dos en directo.

Mark Knopfler y su inseparable guitarra es hasta ahora el último ilustre de una interminable lista de figuras que le han apoyado. Mucha queja no tendrá.

Es un honor, pero no solo por los nombres, si no porque nunca han sido colaboraciones calculadas. Siempre han nacido de forma natural, a raíz de la afinidad y el amor que sentimos por nuestra música. Un tipo de música que respetamos y valoramos.

Hace unas semanas se cumplía un año de la muerte de B.B. King, otra leyenda que ha compartido escenario con usted.

De B.B. King recuerdo que teníamos una cita a las 11 de la noche para grabar en Nueva York. Mi avión se retrasó y llegué a las 3 de la mañana. Cuando aparecí y le vi en el estudio no me lo podía creer, por esperarme se había quedado a dormir en el sofá.

Una madrugada de 1987 recibe una llamada de parte de un genio del jazz como Miles Davis para grabar juntos su canción «Dune Mosse», ¿cómo lo recuerda?

Lo recuerdo bien porque casualmente estaba de viaje en las Islas Malvinas intentando salvar mi matrimonio. A las 4 de la mañana me llama mi mánager diciendo que Miles Davis quiere tocar esa canción y que si acepto tengo que irme con él dos meses a Nueva York. Al principio no me lo creía, más tarde empecé a dudar. Al final, mi matrimonio estaba 'cuasi finito'... y elegí coger un avión.

¿Y el día en que se convirtió en el primer artista occidental en actuar en el Kremlin tras la caída del Muro de Berlín?

Vengo de una familia comunista y el mito de aquella Rusia siempre lo he tenido presente. Cuando me propusieron tocar en el Kremlin, y más sabiendo que sería el primer artista en hacerlo donde solo se llevaban a cabo congresos del Partido, no me pude negar. Antepuse los ideales a todo lo demás.

Su concierto en 2012 en La habana era considerado el mayor celebrado por un artista foráneo en Cuba... hasta que llegaron los Rolling Stones.

Después del Kremlin mi sueño era actuar en Cuba, me dije a mí mismo que no tardaría mucho. Algo que no he cumplido del todo (se ríe). El problema de organizar allí un concierto de grandes dimensiones es que tienes que llevar prácticamente todo. Imagina que debes llenar un barco desde Génova hasta Alabama y luego transportar su carga a la isla. Fue difícil pero quería realizar el concierto antes de que Cuba se abriese al mundo occidental.

Hablando de aperturas, ¿considera positivo el deshielo en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos?

Imagino que sí, espero que el pueblo cubano mejore sus condiciones y no solo sea un mensaje de cara a la galería. También espero que el pueblo cubano no pierda su identidad.

Retrocediendo al inicio de su carrera, en sus primeras nociones musicales tuvo mucho que ver un compañero estadounidense que estudió con usted en la Universidad de Bolonia. ¿Quien era ese tipo y por qué decidió seguirlo?

Era un chico negro de Memphis que vivía cerca de mi casa. En aquella Italia solo se escuchaba música melódica, pero gracias a él cayó en mis manos el soul de Otis Reding. Aunque me gustó en seguida, todavía hoy me pregunto por qué decidí seguirlo, no tengo una explicación.

Lo que si sabrá es cuánto de difícil fue para un italiano de raza blanca abrirse camino en géneros tan esterotipados como el soul o el blues.

Los inicios fueron complicados, nadie pensaba que una persona que bebiera del blues fuera a funcionar... fuera a ser comercial. Traté de encontrar mi sello, coger una parte de la música afroamericana y mezclarla con ritmos mediterráneos. Creo que acerté.

De no haberse dedicado a la música, España se hubiera quedado sin «Baila (sexy thnig)», número uno de las listas de éxitos en nuestro país.

En España ya había tenido éxitos anteriores con «Senza Una Donna» o «Rispetto»... Aunque parezca mentira, «Baila» era una canción que no quería meter en el disco, no me gustaba, me resultaba muy simple. Pero la discográfica alumbró un éxito y la incluimos en el repertorio. A partir del lanzamiento sonó en todos los rincones de España, de Europa... también de América Latina con el dueto que hice con Maná. Lo que son las cosas.

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