Serranito: «Los grandes cantaores no soportaban que les quitara protagonismo»
Tras sesenta años de carrera, el guitarrista que revolucionó el flamenco junto a Paco de Lucía se despide de los escenarios
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Iniciar sesiónCorría 1962. Víctor Monge ‘Serranito’ tenía solo 16 años cuando el dueño del teatro Circo Price, en Madrid, le ofreció un contrato para acompañar a los grandes cantaores que cada semana pasaban por su escenario. A pesar de su edad, ya era guitarrista de ... Juanito Valderrama, pero no perdió de vista su objetivo: «Acepté, pero con una condición: que en el concierto tenía que tocar yo solo un rato. Así empezó todo», recuerda.
A finales del siglo XIX y principios del XX, lo habían intentado Miguel Borrull o Ramón Montoya , pero solo llegaron a un público minoritario. Vicente Gómez consiguió dar recitales en América a partir de 1938. Mario Escudero y Sabicas consiguieron cierta fama al otro lado del Atlántico y llegaron a actuar en el Carnegie Hall de Nueva York. Y mientras, aquí estábamos a verlas venir hasta que llegó Serranito, que abrió la senda que, inmediatamente después, recorrieron Paco de Lucía y Manolo Sanlúcar . Una triada irrepetible que consiguió romper en España con esa tradición de que los guitarristas flamencos siempre tenían que acompañar a un cantaor.
«Pensaban que éramos como sus banderilleros y que ellos eran las figuras. Algunos grandes cantaores no soportaban que tuviéramos una técnica muy depurada o que les quitáramos protagonismo. Decían que la guitarra sola no la aguantaba nadie», cuenta Serranito, que recibe a ABC en su casa de Madrid, pocos días después de recibir la Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes de manos de los Reyes de España. Un broche de oro perfecto para la gira de despedida que comenzó la semana pasada en Córdoba y que le llevará por toda España, tras sesenta años de carrera en los que ha llenado los escenarios más prestigiosos del mundo. «Mi ilusión es acabar en el Teatro Real», comenta.
—Desde joven se codeó con las grandes figuras del flamenco, como Sabicas, al que tardamos en reconocer en España.
—¡Era un monstruo que tocaba con una técnica muy moderna! Cuando regresó de Estados Unidos en 1967, tras su exilio de la Guerra Civil, yo le recogí en el aeropuerto de Barajas. Iban a homenajearle en Málaga, como era de justicia, porque era nuestro patriarca, una de las principales influencias que tuvimos Paco y yo.
—Tenía claro que quería ser concertista, pero acompañaba a leyendas como Rafael Farina o Antonio Mairena.
—Sí. Recuerdo una vez que estaba en el tablao de Pepe Pinto, en Sevilla, y me encontré con su mujer, La Niña de los Peines, y Mairena en una mesita los dos solos enseñándose cantes. Yo tenía 16 años y estaba allí con la compañía de Valderrama, así que fui corriendo a por mi guitarra y me puse como si nada a tocar a su lado. Se quedaron callados, como diciendo: «¡Y ese chavalín de dónde ha salido!» [risas].
—¿Mairena era de los que no soportaba que usted cogiera protagonismo?
—No. Un día estábamos en el Corral de la Morería de fiesta, en Madrid, y me pidió que le acompañara. Cantó dos horas por seguiriyas y su amigo del alma, el cantaor Tomás Torres, no paraba de repetirme que no le hiciera falsetas [solos de guitarra entre los versos]. No se daba cuenta de que Mairena, a su vez, me miraba de reojo todo el rato para que las hiciera, porque le gustaban. Eso era rarísimo en él. Tuve la suerte de hacerme su amigo y acompañarle muchas veces, pero yo quería tocar solo.
—Acompañaba a los mejores de la historia y no era feliz...
—Lo es, pero yo quería ser solista, lo llevaba dentro. En Las Brujas y el Café de Chinitas lo impuse como condición. El dueño de este último, tío del tenista Fernando Verdasco, me dijo que no podía, que no le iba a gustar a nadie. «¿Y si invento algo?», le propuse. «¿Qué vas a inventar?», preguntó extrañado. Se me ocurrió que me acompañaran cinco guitarristas y fue tal éxito que, desde entonces, en esos tablaos siempre hubo un guitarra solista. En el primero me sustituyó Manolo Sanlúcar.
—Él mismo dijo a mediados de los 70 que Paco de Lucía, usted y él estaban intentando dignificar la guitarra flamenca. ¿A qué se refería?
—A conseguir que se la reconociera más allá de mero instrumento de acompañamiento. Estábamos llamados a ser solistas. ¡Estaba clarísimo!
—Una de sus primeras pruebas de fuego fue aquel concierto en el Patio de los Naranjos de Córdoba...
—¡Fue precioso! Manuel Cano le pidió al responsable del Festival de Cante que le dedicara un día a la guitarra y, sorprendentemente, aceptó, así que tocamos Paco, él y yo. Pusieron cincuenta sillas y, al empezar, ¡entró gente que no veas! Tuvieron que ir rápido a por un camión con cientos de sillas más. ¡Menudo éxito! A raíz de ello, nos contrataron en Almería pocos días después.
—Y a continuación, el mundo...
—Sí. En 1971 llené el Queen Elisabeth Hall de Londres y el Carnegie Hall de Nueva York. Mi carrera despegó y empecé a recorrer el mundo, mientras en España el flamenco parecía vetado en los escenarios más clásicos. Como ejemplo de esto, Paco y yo nos colamos en la despedida del maestro Segovia en el Teatro Real a finales de los 70. Ya éramos un poco famosos y Paco había pegado fuerte con ‘Entre dos aguas’. En el descanso bajamos a fumar y alguien le dijo al director del teatro de nosotros: «Estaría bien que dieran un concierto aquí». Y este respondió: «Son buenos, pero les pega más el Palacio de los Deportes». Sonó tan mal que le dije: «¡Claro, y aquí las carreras de bicicletas!». Paco se partió de risa y nos fuimos.
—Pues al final cambiaron la tradición, que es lo que hacen las verdaderas revoluciones…
—Así es. Gracias a ello hoy el flamenco es otra cosa. Creo que cambiamos el cante, al encontrar más tonos y ser más capaces de armonizar los cantes con la guitarra. Eso lo hice yo con Grabriel Moreno en Hispavox y, por supuesto, Paco con Camarón, que eran muy grandes.
—¿Qué le decía Paco de Lucía de Camarón?
—Lo conocimos al mismo tiempo, porque yo en aquella época tocaba con Lucero Tena en el Teatro Villamarta de Jerez y Paco, con Terremoto de Jerez. Camarón se pasaba por allí y, después, nos íbamos de copas. Paco flipaba con él, no paraba de repetir que se lo tenía que llevar a Madrid cuanto antes.
—¿Nunca dudó usted de sí mismo en aquella época?
—No, en esos años nunca me ponía nervioso en el escenario.
—¿Ahora sí?
—Después de cinco años retirado, sí. Piensa que me enfrento a mi carrera. Y eso que ya no quiero descubrir nada, solo despedirme con mi compañía y con mi hijo, que toca la percusión.
—¿Cómo se ha preparado?
—En la pandemia toqué seis horas al día. ¡Mira cómo tengo los dedos! He parado porque me los estoy destrozando y no es bueno. Tengo 78 años y estoy menos fresco, pero tengo la misma velocidad y voy a tocar cosas dificilísimas.
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