Patti Smith y Mapplethorpe, en la casa de Hansel y Gretel
En «Just Kids» relata su estrecha relación con el fotógrafo; la primera vez que le vio, le pareció «un pastor hippy»
A principios del otoño de 1967, Patti Smith y Robert Mapplethorpe se sentaban juntos en un rincón de Washington Square, en Nueva York. Por aquel entonces no les conocían ni en su casa a la hora de comer -en parte porque no iban nunca- pero ... ya tenían unas hipnóticas pintas muy raras, sobre todo ella. Una pareja de turistas empezaron a discutir sobre ellos. La mujer quería sacarles una foto porque le parecían «artistas». El hombre dijo que no eran más que unos chicos («just kids»). «Just Kids» es el título de las memorias que Patti Smith acaba de dar a la imprenta.
«The New York Times» saluda la novedad editorial como un monumento a la inocencia. No sólo a la de Smith y Mapplethorpe sino a la de toda una generación que aprendió a pedir lo imposible y a imaginar lo maravilloso -o lo terrible, tanto da- de la mano de esa bandada de artistas que a finales de los 60 aterrizaron en el Village neoyorquino y cuyas voces aún resuenan profundamente en la contracultura. O sin contra.
Patti Smith otorga la mayor estatura mítica a Bob Dylan, a quien considera el Arthur Rimbaud del siglo XX. Pero «Just Kids» no es la biografía de ningún mito, sino precisamente la historia de alguien que aún no ha llegado a serlo. La narración se detiene justo al borde de que la autora entre en la centrifugadora del éxito y de la fama.
Mucho antes de estremecer al mundo cantando «Horses», Patti Smith quedó embarazada con sólo 19 años y se sintió «humillada por la Naturaleza». El libro cuenta cómo renunció a su bebé y cómo dejó atrás New Jersey para empezar de nuevo en Nueva York. Allí conocería a Mapplethorpe. La primera vez que le vio estaba dormido en una cama con el sol ya alto. Le pareció bellísimo y semejante a un «pastor hippy».
En nada eran inseparables. Se acostaban juntos e iban juntos a los museos cuando sólo podían pagar una entrada: uno se quedaba esperando en la calle a que el otro entrara, viera la exposición y luego le contara. Lo mismo con los perritos calientes. Se compraban uno para los dos.En el libro hay escenas que, como sugiere la crítica, recuerdan a Hansel y Gretel: Patti y Robert compartiendo láminas de papel y lápices de colores y pintando juntos hasta las tantas de la noche, hasta la extenuación del cuerpo o de la fantasía.
Tarde o temprano hubo que vivir la vida, claro. Cada uno siguió su camino. Ella devino una gran rockera de fascinante vida durísima, que incluyó enviudar del único hombre que fue capaz de darle paz, y recluirse al fondo de la América profunda para soportarlo. Apenas hace unos pocos años que renació de estas sus cenizas.
Mapplethorpe revolucionó la fotografía, el orgullo gay y casi la expresión visual del sadomaso, en una evolución artística que la misma Patti Smith dice que no entiende -aunque la admira- dada su «brutalidad».
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