John Banville: «La posibilidad de dejar este mundo exquisito y terrible es angustiosa»
El escritor irlandés publica en España, bajo el seudónimo de Benjamin Black, «Quirke en San Sebastián», una nueva entrega de su serie, en la que rinde homenaje a la ciudad vasca
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónJohn Banville (Wexford, Irlanda, 1945) es un escritor de otro tiempo, de esa época en la que las palabras importaban. Y en ese confortable lugar sigue instalado, pese a todo, para fortuna de sus lectores. Todo un orfebre del lenguaje, el autor irlandés se ... entrega en cada nueva novela, y también en las conversaciones que surgen a propósito de ellas. En la última, «Quirke en San Sebastián» (Alfaguara), publicada en España bajo su seudónimo de Benjamin Black , rinde homenaje a la ciudad española.
—El concepto de «vacaciones» no entra en el vocabulario de Quirke, y, sin embargo, se deja llevar hasta San Sebastián por su mujer, Evelyn. ¿Qué le atrajo de esa ciudad española para convertirla en objeto de su ficción?
—Bueno, no hace mucho, cuando todos éramos todavía libres, me invitaron a un festival literario maravilloso en Bilbao. Pasé unos días en San Sebastián, y me enamoré de la ciudad. Esa extraordinaria bahía con forma de concha, el cinturón montañoso, el extraño río que serpentea por el centro de la ciudad; por no hablar del marisco y el txacoli. Nos alojamos en el espléndido Hotel de Londres, en primera línea. Por la noche dejábamos las ventanas abiertas y toda la noche me reconfortaba el suave estruendo de esa única y larga ola rompiendo en la playa. Ya sabe, el norte de España es tan verde –uno lo ve cuando sobrevuela de camino a Madrid– que ahora lo veo como el extremo sur de Irlanda. Y llueve casi tanto como aquí. Pero, por supuesto, como sabemos, nuestro sol y nuestras playas son mucho mejores que en España, y luego están la comida irlandesa y el vino irlandés...
—Por cierto, ¿qué tal se lleva usted con el concepto «vacaciones»?
—Odio las vacaciones. Estar de vacaciones es, para mí, como estar en el Purgatorio. Siempre he sentido que sólo las personas a las que no les gusta su vida pueden disfrutar de las vacaciones. ¿Por qué querría estar lejos de mi escritorio, de mis amigos, de mis pequeños restaurantes, de la luz de mi tierra, de mi aire familiar? Quizás me ha oído decirlo antes, pero tengo un plan para abrir, cuando deje esta locura de escribir, una agencia de viajes cuya premisa será que mis clientes no puedan viajar a más de veinte kilómetros de su casa. Así, conocerán sus propios pueblos y ciudades, visitarán sus propios museos, contemplarán sus propias hermosas montañas y playas, comerán en sus propios restaurantes. ¿Conoce el dicho que dice «viajar ensancha la mente»? Pues bien, yo digo que viajar estrecha la mente.
—Quirke padeció los rigores de un orfanato irlandés. Hace unos días, vi la impactante portada de un periódico irlandés que rendía homenaje a los nueve mil niños muertos en casas de acogida en Irlanda. ¿Qué piensa de todo lo que se ha revelado ahora?
—El trato que la Iglesia Católica dio a los niños y a las mujeres jóvenes en connivencia con el Estado entre la década de 1920 y la de 1990 es una mancha horrible en nuestra historia. Pero quiero hacer una distinción importante. Un gran número de sacerdotes y monjas, e incluso uno o dos obispos, eran personas decentes que hacían todo lo que podían por un país empobrecido y sumido en la ignorancia. Nos dieron un sistema educativo gratuito y un sistema sanitario gratuito, por lo que tenemos una enorme deuda de gratitud con ellos. Sin embargo, dentro de la Iglesia había un cuadro de monstruos a los que se les permitía hacer lo que querían, y lo que les gustaba era terrible. Mi furia se dirige principalmente contra una institución que se negó a ver los horrores que se infligían a los niños y a las mujeres jóvenes. Nunca debemos permitirnos olvidar o perdonar los crímenes cometidos por clérigos y monjas a los que se les dio poder absoluto sobre los niños y las jóvenes a su cargo, y luego se les protegió cuando su comportamiento se volvió tan atroz que hasta los Príncipes de la Iglesia se vieron obligados a hacer algo; y lo hicieron, trasladando a los abusadores a parroquias lejanas donde encontraron nuevas ocasiones para intimidar, abusar y destruir. ¡Oh, debo parar! Me hierve la sangre.
—¿Qué piensa del silencio que reinó durante tanto tiempo y cómo valora la actitud actual de la Iglesia? ¿Qué opina del Papa Francisco?
—Soy novelista, no politólogo. Pero puedo decirle, por los recuerdos de mi propia infancia, que siempre han sido los hijos de los pobres quienes han sido tratados con mayor dureza. Supongo que es lo mismo en todas partes. No puedo opinar ahora sobre la política del Vaticano, pero estoy seguro de que, como de siempre, hay una batalla entre las fuerzas del conservadurismo y el liberalismo, sean quienes sean. Por extraño que parezca, veo el punto de vista de los conservadores. Si la Iglesia trata de plegarse, se romperá. A mí me parece bien, pero sé que millones, tal vez miles de millones de personas pobres y oprimidas encuentran esperanza y consuelo en la religión, y yo no quisiera arrebatarles eso. En cuanto al Papa, un amigo argentino me cuenta que cuando Francisco era superior de los jesuitas en Buenos Aires su apodo era «El Alpinista»: nadie podía subir más rápido ni más alto. Pretende ser liberal pero, por supuesto, es tan estrictamente conservador como sus predecesores. A mí eso me da igual, pero sí me gustaría que dejara de hacerse el simpático.
—En sus libros, Evelyn lleva, junto con Quirke, una vida de emigrante. Ahora que, con la ratificación del Brexit, ha cambiado la vida de tantos emigrantes en Reino Unido, ¿qué futuro les espera? ¿Y qué futuro pronostica usted para el Reino Unido? ¿Y para Europa?
—Sólo soy un escritorzuelo que trata de aportar un poco de belleza al mundo. Como ciudadano, sé que el Brexit es un desastre para Europa. Como ser humano, siento una gran pena por los emigrantes. Pero el mundo es un lugar duro, siempre lo ha sido y siempre lo será. ¿Lo ve? Los males del mundo sólo provocan estereotipos.
—En la novela puede leerse: «El placer es más intenso cuando desconoces la fuente de la que procede». Me pregunto qué le produce más placer, en estos tiempos oscuros, a John Banville...
—Oh, la luz de la mañana con la que nos obsequia Gaia, aquí en Irlanda, algunos días maravillosamente consoladores de luz solar fría y cielos inmensos este otoño e invierno, las sombras del atardecer, la noche centelleante... Un poquito de vino, un platito de algo delicioso, una sinfonía de Mahler, un poema de Yeats... La vida es muy corta, pero tiene tanto que ofrecer...
—Para el personaje de Phoebe, la primavera es una época de desazón. Ahora que ya casi no distinguimos las estaciones, debido al cambio climático y al estancamiento al que nos ha conducido la pandemia, ¿en qué época del año se encuentra su ánimo ahora?
—En otoño; siempre en otoño, la estación más hermosa. Antes pensaba que si, como todo indica, debo morir, quiero morir en una dorada tarde de otoño. Ahora simplemente no quiero morir. La posibilidad de dejar este mundo exquisito y terrible, sea cual sea la estación, es angustiosa.
—Tengo entendido que, a partir de ahora, sólo firmará como Benjamin Black en las ediciones en español de sus libros. ¿A qué se debe esa decisión?
—Ya no lo necesitaba. Tan simple como eso. Déjeme que le cuente. Estaba escribiendo la continuación de uno de los libros, así que sabía que tendría que volver a comprobar algunos datos. Pero no soporto leer mi propia obra, me enferma físicamente. Así que se me ocurrió escuchar algunas de mis obras en audiolibros. ¡Maravilloso! El actor Timothy Dalton leyó magníficamente algunos de ellos y gracias a su excelente trabajo pude olvidarme de que los había escrito yo. Y con esa gracia de la objetividad que me dio Dalton pude darme cuenta de que no estaban nada mal. Entonces, ¿por qué esconderme detrás de un seudónimo? Por lo tanto, Benjamin Black tuvo que morir, excepto en España, donde es mucho más conocido que Banville, así que tuve que mantenerlo con vida...
—En el último año, la realidad ha superado con creces a la ficción. ¿Es un reto, un desafío para los escritores?
—No, por Dios. ¿Conoce un solo poema, novela, pintura o pieza musical inspirada en la llamada «gripe española» que mató a 50 millones de personas en los dos años posteriores a la Primera Guerra Mundial? Cuando esta plaga termine será como si nunca hubiera sucedido. Y con razón. Nuestro mayor don como especie es nuestra capacidad de recuperación, y nuestra escasa memoria y capacidad de imaginación.
—Novalis escribió: «La novela surge de las carencias de la Historia».
—Respeto mucho a Novalis, una mente maravillosa, pero más bien diría que las novelas surgen de las carencias del novelista.
—Cada vez tengo más claro que, dada la fealdad del mundo, la ficción que venga tendrá que ser hermosa o no será.
—El arte siempre busca la belleza. ¿Para qué otra cosa sirve?
—¿Y es la literatura la herramienta más útil para que los escritores y los lectores hallen algo de esperanza?
—No le quepa duda. El arte es un gran consuelo. Y, a diferencia de otras formas de consuelo, nos dice la verdad.
—Y, para terminar, ¿qué es lo que, cada día, le anima a seguir escribiendo cuando se despierta?
—¿Qué más podría hacer? ¿Meterme en política y destruir el mundo?
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete