James Ellroy: «Yo quiero ofender, apoyo todo lo que esté relacionado con la ofensa»
El escritor presenta en España 'Pánico', su nueva novela, un retrato del Hollywood de los años cincuenta a través de la figura del extorsionador Freddy Otash
James Ellroy, durante la entrevista con ABC
James Ellroy se despatarra sobre la butaca y se agarra a los reposabrazos. Tiene unas manos enormes, como si se las hubiera dibujado Lucian Freud, y frunce el ceño a cada poco, detrás de sus gafas redondas. En otro rostro, estas le darían aspecto de ... intelectual; en el suyo recuerdan al póster de 'Asesinos natos'. El estampado de su camisa nos avisa de su origen californiano, por si lo habíamos olvidado. «¿Está lloviendo?», pregunta, por si el look deja de tener sentido. No, no llueve, pero el cielo de Madrid avecina tormenta.
Se ha repetido tanto eso de que Ellroy tiene fama de entrevisado rabioso que se ha debido aburrir del papel, porque ya no ladra. A veces, eso sí, contesta con monosílabos, como si estuviera en un interrogatorio. Ha venido a España a presentar 'Pánico' (Literatura Random House), su nueva novela, un retrato de las miserias del Hollywood de los años cincuenta a través de la mirada del polémico buscavidas y extorsionador Freddy Otash. Nada raro en su trayectoria, vaya. ¿Qué tal está, James? «Bien, como un perro», suelta, nada más empezar. No hay que perder del todo las costumbres.
—En 'Pánico' vuelve a Los Ángeles, esta vez a los años cincuenta: una época salvaje, según parece. ¿Fueron tan malos aquellos años? ¿Siente algún tipo de nostalgia por ese tiempo?
—Fueron unos años divertidos, pero no hay que olvidar que este libro es una comedia. Freddy Otash es un idiota. Va a un sitio, conoce a una mujer, se enamora y ella se lo saca de encima. Va a otro sitio, conoce a otra mujer, se enamora, pero ella no le hace caso. Es un hombre que solo se enamora de las mujeres que están fuera de su alcance. Es un tipo sexualmente tóxico, corrupto, y además se siente muy culpable por lo que ha hecho. Es un cristiano libanés nacido en Estados Unidos. Yo lo conocí, y solamente se cabreó conmigo una vez. Fue cuando le dije: «Freddy, eres musulmán». Y me dijo: «¡que te jodan, yo soy cristiano, igual que tú!» [gesticula airadamente]. Además era alcohólico, adicto a todo tipo de sustancias… Bueno, por la razón que sea yo nací en 1948. Era pequeño en los cincuenta, pero me encantan esos años. Nací en Los Ángeles, en Wilshire Boulevard, y estoy obesionado con esa zona. Es lo que hago. Es mi rollo.
—Al principio de la novela, el protagonista afirma que «'Confidential' fue la precursora infantil de internet», y que fue en esa redacción donde se inventó «la actual cultura mediática del cotilleo». ¿Todo viene de ahí?
—Había revistas más baratas que precedieron a 'Confidential', pero esta era la mejor y la más famosa.
—¿Por qué tuvo tanto éxito?
—Porque la gente de entonces, como la de hoy, sentía curiosidad por sexo, por los asuntos sexuales. Querían saber, y yo también, quién era heterosexual, quién era homosexual, qué mujeres eran lesbianas, quién hacía qué, quién era adúltero, quién era alcohólico, drogadicto, quién era un estafador…
—Bueno, eso sigue siendo así: medio mundo está hablando de la guerra, sí, pero la otra mitad está comentando el acuerdo prematrimonial de Jennifer López y Ben Affleck, en el que ella exige que se acuesten cuatro veces por semana.
—¿Y si después quiere más?
—En realidad el contrato exige que se acuesten más de cuatro veces por semana.
—Qué estúpido. Qué divertido. Nadie se toma eso en serio.
—¿Somos cotillas por naturaleza?
—Sí, es uno de los pecados del hombre: el cotilleo, el chismorreo.
—Le cito: «El lenguaje debe levantar el látigo y lacerar. El lenguaje libera a la vez que ofende». ¿No se puede escribir en libertad sin ofender?
—Quizás no, no lo sé… Yo sí que quiero ofender al lector. Apoyo todo lo que esté relacionado con la ofensa. Lo que busco es que el lector se ría de la ofensa. De hecho, esta mañana estaba haciendo chistes sobre alemanes con mi editora. Y ella me dijo: «Un gran tour para promocionar tu próxima novela sería España, Italia y Alemania». Y luego añadió: «Pero bueno, en Alemania te van a dejar exhausto». Y seguimos. Y empezamos a reír. ¿Que alguien se puede ofender? Seguro, pero me da igual.
—¿Ese es el precio del humor?
—Exacto.
—¿Sigue viviendo sin televisión ni ordenador, ni móvil?
—Sí.
—¿Por qué?
—No me interesa.
—Hace unos años, cuando presentó en España 'Esta tormenta', dijo que solo le importaba el pasado. ¿Nunca se ha planteado escribir sobre el presente? Ahora tiene mucho material…
—No.
—¿Por algún motivo especial?
—No, es que no me interesa.
—...
—No me conmueve el mundo actual, no me dice nada. Todos mis libros están ambientados en el pasado, y para mantener la calma, para concentrarme, necesito sacar todo lo demás de mi mente, todo lo que no es pasado. La única cosa contemporánea con la que disfruto es el boxeo. Y sí, lo veo por la televisión. En la televisión de mi exmujer, que ahora es mi novia y vive en el apartamento de al lado. Y ella también tiene ordenador. Y móvil. Yo no [ríe].
—Algo le preocupa la actualidad, porque lleva un pin con la bandera de Ucrania en la solapa de su chaqueta…
—Eso es porque siempre he odiado a los rusos. Todo el mundo odia a los rusos [y empieza a recitar insultos contra los comunistas en diferentes idiomas]. Por eso quiero que ganen los ucranianos.
—¿El estilo literario no envejece?
—Nunca he pensado en eso. Pero… Uno tiene que ser capaz de vivir en la imaginación, lejos del presente. Y eso es más fácil cuando uno tiene más años.
—¿Ha madurado su prosa?
—Mis frases son más largas ahora. El estilo pam, pam, pam es cosa del pasado.
—Pero sigue siendo un ritmo frenético.
—Mi ritmo es rápido si lo comparas con el del resto. Pero no si lo comparas con mi estilo anterior.
—¿Cómo es su rutina de escritor?
—Siempre estoy escribiendo. Escribo a mano, nunca a ordenador. Hago esquemas gigantescos, planifico previamente la novela... Trabajo todos los días, solo, sin música de fondo, y escribo y escribo y escribo y reescribo hasta que creo que queda perfecto.
—¿Nunca se ha planteado la retirada, como en su día hiciera Philip Roth?
—No.
—Son buenas noticias, entonces.
—Sí, lo son.