Tiros largos
Construcción cultural
Cuanto ha salido de la mano del hombre, cualquier arquitectura o todos los poemas, podría no haber existido nunca
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Iniciar sesiónHay una especial dignidad que sólo acompaña a las cosas contingentes. Cosas que podrían ser o no ser, y que el azar o la voluntad de alguna persona quiso convertir en realidad. Hagan recuento y comprobarán que casi todo lo que merece la pena podría ... no haber sido. Pero lo necesario, lo que debe existir siempre, se impone con la severidad ontológica de las cosas que nunca podrían haber sido de otra manera. El ser de las cosas frágiles tiene algo de milagroso. Y cuanto ha salido de la mano del hombre, cualquier arquitectura o todos los poemas, podrían no haber existido nunca.
Este es el motivo por el que se hace incomprensible que haya quien quiere desechar una realidad tildándola de mera construcción cultural. Todo lo que se ha elevado puede, en efecto, desmontarse o destruirse, pero no hay nada inherentemente malo en aquello que se ha facturado, en aquello que un día fue hecho. El puede nunca exige un debe, y que existan costumbres, instituciones o creaciones que podrían revocarse no entraña, necesariamente, su forzosa aniquilación. La condición del artefacto es su artificialidad, su factura y su condición resultante de la acción humana. Es tan simple como conceder que hay cosas que son porque un día se hicieron. Sólo eso bastaría para reconocerle un singular prestigio prudencial y, sin embargo, en demasiadas ocasiones, renunciamos a considerar la vigencia de lo hecho por su mera posibilidad de deshacerlo.
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Hay, por supuesto, realidades contingentes que son funestas y creaciones culturales que son perversas o inmorales. Nada nos impediría considerar la paradójica inhumanidad en la que a veces se declina lo humano. Pero gran parte del valor de lo que hicimos y conservamos tiene que ver con el aprecio por la contingencia. Es así como se construye la tradición: manteniendo y seleccionando aquello que debe ser cuidado y recordado. Lo verdaderamente memorable no es lo que no puede olvidarse. El recuerdo más propio es aquel que sobrevive expuesto a la amenaza del olvido. Y que, aún así, lo salvamos.
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