Jaume Plensa: «La poesía y la música son mi pasaporte, la escultura mi vehículo»

Para Plensa, recibir la Medalla nº 37 «es emocionante, ya que ha pertenecido, a través de los años, a grandes personalidades de la vida artística, pública y cultural de nuestro país». Es el caso de Pedro José Pidal, el marqués de Valmar, Mariano Benlliure, Juan Adsuara y Pablo Serrano. El último, Julio López Hernández, fallecido en mayo de 2018. De éste, destaca Plensa «la humanidad que impregnó toda su obra».

El título de su discurso, 'Del 'Yo' al 'Nosotros', hace alusión al espacio público, donde hay instaladas esculturas de Plensa por todo el mundo: «La transformación del 'Yo' en el 'Nosotros'. La creación de un nuevo espacio público que nos permita compartir, entre todos, la vibración de las ideas. El tránsito desde lo «mío» hacia lo «nuestro», desde lo privado hacia lo público, de lo particular a lo general». Entre esos espacios públicos cree que el más perfecto de todos es el agua, «ese lugar en perpetuo movimiento que nos une y nos abraza» y que «ha estado siempre presente en mi vida y en mi obra». A pesar de haber nacido frente al mar, nunca aprendió a nadar («no floto»). Cree que cada uno de nosotros debemos encontrar «nuestro mar, donde vivir se convierta en una aventura excitante y extraordinaria».

Del mar... a la poesía. «Los poetas –dice el académico– han sido las patas de la mesa que han sostenido mi desarrollo personal». Citó a Baudelaire, Shakespeare, Dante, Canetti, Valente, Blake... Y de la poesía... al silencio: «El silencio es un deseo, un sueño, una aspiración, algo tan desconocido e inaccesible, que tan solo podemos imaginarlo». Plensa nos invita a imaginar el silencio.

El artista ha construido un universo de retratos de mujeres («creo que la memoria y el futuro son femeninos«) que »con los ojos cerrados nos invitan a mirar hacia nuestro interior para descubrir la gran cantidad de información y belleza que atesoramos escondida inconscientemente dentro de nosotros«. Ahí están Julia, Carmela, Iris, Awilda...

El cuerpo de la sociedad, dice Jaume Plensa, «tiene hambre de belleza. He procurado introducir belleza en el mundo cotidiano de la gente: desde las calles a las plazas, desde los teatros a los museos. Concibe la escultura como «el 'lugar' al que siempre podemos volver. La mano de la persona que amas; la casa de la madre que hemos dejado desde hace tantos años; el libro que siempre queremos releer... Un 'lugar' en el tiempo y en el espacio, íntimo y personal, que nos abrace y nos proteja«.

Concluyó Plensa su hermoso discurso con una confesión: «Cada mañana, cuando abro la puerta del estudio, un terremoto sacude mi corazón. Un terremoto que, rompiendo paredes y ventanas, lo deja todo abierto; esparce los anhelos y los sueños por todas partes levantando nubes de viento que mezclan mi polvo con el polvo de los demás, mi vida con la vida de los otros. Palabras, colores, religiones, ideologías… Rostros, espacios, luces, geografías, silencios...«

En su discurso de contestación, Víctor Nieto Alcaide, delegado del Museo, Calcografía y Exposiciones de la Academia, subrayó la proyección universal del trabajo de Jaume Plensa, así como «la innovadora calidad artística de su obra de escultor, su ilimitada capacidad creativa y su versatilidad plástica«. Advierte Nieto Alcaide que »sus esculturas se ofrecen como una terapia y una esperanza frente a uno de los males que afectan al ser humano de nuestro tiempo: la soledad rodeada de una multitud«. »En esculturas como 'Julia', de doce metros de altura, temporalmente instalada en la Plaza de Colón de Madrid –añade–, logra introducirnos en un ámbito que roza el prodigio«.