Joaquín Reyes: «En España no hay cultura de la cancelación»
Tras debutar en la novela con 'Subidón', el cómico más 'chanante' del panorama patrio hace balance del camino recorrido hasta ahora y se enfrenta a debates tan actuales como los límites del humor o la libertad de expresión sin perder la sonrisa
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Iniciar sesiónHacer reír. Así de sencillo, y complicado. Un propósito que está en el ADN de cuantos cómicos se suben cada día a ese escenario que es la realidad. También en el de Joaquín Reyes (Albacete, 1974), aunque en su caso la vocación de artista ... tuviera más que ver con la casualidad. Lo suyo, aparentemente, eran las Bellas Artes . En la facultad conquense de ese nombre estudió y empezó a dibujar sus sueños. Tiempo después, se hicieron realidad, aunque materializados en un personaje de carne y hueso para el que el humor es un lenguaje, un idioma con el que comunicarse y, también, querer y ser querido. El maquillaje con el que lleva conquistando, desde hace ya casi dos décadas, los teatros y las pantallas de televisión, imitación mediante, es sólo la máscara de una persona cuyo talento trasciende la careta creada para divertir.
'La Hora Chanante' , 'Muchachada Nui' o 'Museo Coconut' son ya cimas de ese humor patrio tan particular, llevado a la máxima esencia del surrealismo albaceteño con el santo y seña de Reyes. Aunque, a juzgar por lo leído, en su interior late el alma de un escritor serio y versado en el arte de la literatura. Así lo demuestra 'Subidón' (Blackie Books), su debut en la novela, una historia autorreferencial en esencia, pero que va mucho más allá de los parecidos. Su protagonista, Emilio Escribano, es un cómico de Tarancón (Cuenca) que abraza la fama efímera e insustancial. Como el argumento de la vida propia... y ajena.
¿Qué no tiene de usted Emilio Escribano?
Claro, es una forma de darle la vuelta a la pregunta que más me suelen hacer, y es entendible, porque es un cómico manchego, está escrito en primera persona, obviamente es un personaje que conozco bien…
Y que no le cae demasiado bien…
No y, de hecho, al principio me esforzaba mucho en marcar las diferencias. Luego me di cuenta de que era una manera de protegerme y marcar distancias con él porque no le tengo especial cariño. Lo que no tiene de mí es que creo que manejé mejor la fama que él, y en un momento dado tuve gente a mí alrededor que me sirvió de ancla. Luego no es una gran fama la que él tiene, es una fama de andar por casa. Pero es verdad que incluso con esa fama doméstica hay veces que tienes la tentación de convertirte en un idiota.
¿La fama se lleva o se sobrelleva?
Tienes que aprender a lidiar con una nueva situación, eso es verdad. Sea el grado que sea de fama, hay un momento en que tu vida cambia, también cambia la manera en que te miran los demás, cambia tu forma de relacionarte. Pero todo es efímero, al final. Si tú tienes eso claro, que la fama pasa, sobre todo en la televisión, donde si dejas de salir durante un rato la gente ya se olvida de ti, eso te sitúa bastante bien.
¿En algún momento ha sido incapaz de distinguir entre el Joaquín Reyes personaje y el Joaquín Reyes persona?
Creo que no. O, dicho de otra manera, no hay tanta diferencia entre lo que veis y lo que soy, más allá de que obviamente hay algo de personaje y de discurso. Cuando llego a casa me gusta bromear y que el humor esté presente en la relación que tengo con mis hijos y mi pareja. Es algo que vi en mi casa, donde nos relacionábamos a través del humor, de las bromas. Mis hijos bromean conmigo y yo también me meto con ellos, y es una manera de que ellos tengan una herramienta en la vida para poder manejar la crueldad o ciertas injusticias. Pero también sería insoportable que el cómico no parara, que es una cosa que nos pasa a los cómicos, que somos muy estomagantes. Una reunión de cómicos es lo peor que te puedes encontrar (ríe).
¿Incluso para vosotros mismos? ¿Os resultáis estomagantes?
«Me veo poco, no se me ocurre ver un monólogo mío. Las cosas que más soporto son las que hago con mucho maquillaje, porque ahí estoy debajo de todo eso»
Sí, sí, claro, me resulto muy estomagante, me veo poco, no se me ocurre ver un monólogo mío. Las cosas que más soporto son las piezas que hago con mucho maquillaje, porque ahí estoy debajo de todo eso. Me tengo 'manieta'.
¿El humor es un idioma, un lenguaje para usted?
Sí, el humor es un lenguaje. Al principio luchaba contra eso de que era un libro de humor, y luego me he dado cuenta de que eso no tiene tanta importancia. Sí, es un libro de humor, es una sátira. Obviamente, el humor es un lenguaje y no es un fin. No me propuse escribir un libro de humor, me propuse escribir una novela, pero lo hice con el lenguaje del humor, porque estaría bueno que no quisiera divertir a la gente, ese es mi propósito, también.
También con esta novela.
Claro, mi propósito es que el lector se divierta, que pase un buen rato. Tengo mucho respeto a la gente que abre un libro, y más en esta época, no debes aburrirlo.
Bastante tenemos…
Claro, y hay tanta ficción en tantos formatos que el que se acerca a un libro ya está haciendo una apuesta y le debes eso, por lo menos. Pero el humor es un lenguaje, sí, y es casi el único que conozco. No sabría escribir algo si no fuera a través del humor.
El público tiene claros cuáles son sus referentes como cómico, pero ¿como lector o escritor? ¿Cuáles son sus referencias literarias?
Ya he hablado de la literatura rusa, lo que pasa es que habrá gente que se pregunte qué tiene que ver mi novela con Gógol. Pero me inspiró mucho la literatura rusa, sobre todo la del siglo XIX, el personaje del antihéroe, el personaje mediocre que tiene ínfulas. Y, luego, hay muchísimos… Kurt Vonnegut es un escritor que me fascina, pero también Jardiel Poncela, Ramón Gómez de la Serna, Maryse Condé o Mercè Rodoreda… Había una intención formal de hacerlo sencillo. Cuando empiezas a escribir sueles caer en la tentación de intentar deslumbrar todo el rato, que se vea que tienes vocabulario, que sabes escribir subordinadas…
En plan Joyce…
Claro, y luego llega ese trabajo de poda. Mi intención era que fuera sencillo. Lo complicado es escribir poco, lo fácil es escribir mucho.
Lo que la novela deja bastante claro es que el Joaquín Reyes escritor lo es porque ha sido un gran lector.
«Kurt Vonnegut es un escritor que me fascina, pero también Jardiel Poncela, Ramón Gómez de la Serna, Maryse Condé o Mercè Rodoreda»
Es que tienes que leer para atreverte a escribir. Escribir es reescribir, pero sobre todo es leer. A no ser que seas una especie de superdotado, como Dostoievski, que sus manuscritos no tenían tachones. Por supuesto, tienes que tener vocación, que en mi caso es tardía, porque nunca escribí especialmente bien. Recuerdo un trabajo que hice en la facultad de Bellas Artes sobre las cartas de Gauguin, y el profesor de Literatura me dijo que mi estilo era de catálogo de supermercados. A lo que he llegado ha sido con mucho esfuerzo.
¿Es muy distinta la escritura de guiones de la de una novela?
Sí, no tiene nada que ver. En el guión tienes una estructura que te ayuda, los tres actos están más definidos, los giros… hay una serie de recursos que todo el mundo asume y que te facilitan la escritura. Aparte que los guiones los suelo escribir con gente, y avanzas más rápido porque cuentas con las ideas de tus compañeros, que a mí me gusta mucho luego apropiármelas sin que se den cuenta (ríe).
Bueno, fíjese en Carmen Mola.
Claro, Carmen Mola, ahí estaban los tres mano a mano…
Y nadie se había dado cuenta…
A lo mejor detrás de Joaquín Reyes hay tres mujeres… (ríe).
Nunca se sabe… Eso sí que sería un gran giro de guión.
Sí, ya lo creo.
¿Alguna vez ha tenido el síndrome del impostor?
El síndrome del impostor lo tengo desde que empecé en la comedia y en el mundo del espectáculo. Yo estudié Bellas Artes, no era esta mi vocación. Este es un mundo muy vocacional, la gente suele tener muy claro desde el principio que quiere ser artista. Yo quería dibujar, vivir de hacer ilustraciones. Cómo entré en esto fue muy azaroso, entonces siempre he tenido ese síndrome. No le cuento ya en la escritura, y eso es algo con lo que he tenido que lidiar. Tenía que conseguir que la gente que leyera mi libro no le pareciera el libro de un famosete, de alguien que simplemente por su condición ha publicado algo.
¿Y lo ha conseguido?
Quiero creer que sí.
Me refiero a usted: ¿lo ha conseguido gestionar?
«Se puede hablar de todo, la cuestión es el enfoque, el enfoque es lo que hace que tu broma se perciba de una manera o de otra»
Sí, estoy orgulloso de la novela, estoy contento.
¿Se puede hablar de todo con el humor como herramienta?
Sí, además este es un tema que estamos debatiendo en estos tiempos, porque da la sensación de que ahora el humor está como asfixiado. Mi opinión es que se puede hablar de todo, la cuestión es el enfoque, el enfoque es lo que hace que tu broma se perciba de una manera o de otra. Ahora, con las herramientas que hay, muchas veces se está pidiendo explicaciones por los chistes. No me parece mal que tú tengas que explicar algunos chistes si no se han entendido bien o han molestado. Otra cuestión es cómo se expresa esa crítica, y eso es otro debate, que es el debate de cómo las redes sociales han cambiado nuestra vida, con esa cultura del insulto y del acoso…
Siempre desde el anonimato, sin dar la cara.
Siempre sin dar la clara, sí, sí, claro, el anonimato es muy… Pero sí, el humor está para eso, para que se pueda hablar de cualquier tema, para forzar los límites. El humor tiene que tener ese componente transgresor.
¿Usted ha temido que determinadas bromas se percibieran mal?
Sí, y de hecho ha habido bromas que he dejado de hacer. La cuestión es que la sociedad ha cambiado mucho en poco tiempo.
Y no necesariamente para bien…
Bueno, pero tampoco para mal. Mi opinión personal es que no estamos peor que hace veinte años.
No, no, por supuesto.
«Ha habido bromas que he dejado de hacer. La sociedad ha cambiado mucho en poco tiempo»
Yo no lo percibo así, por lo menos. Lo que pasa es que hay bromas de Chanante que ahora no haría.
¿Porque no se atrevería?
Ya no es cuestión de atreverme, es que ahora esa broma no la haría porque a lo mejor ya no pienso así o porque creo que no se entendería bien o porque no la comparto.
A veces tengo la sensación de que lo que pasa con el humor es un problema parecido al de la comprensión lectora…
Bueno, también es verdad que el humor necesita de la complicidad. Hay bromas que en un espacio público se malinterpretan y en un teatro no. Si vas a ver a alguien al teatro hay un acuerdo tácito de saber quién es, con qué intención hace las bromas. Y hay cosas que si se leen en Twitter o en otra red social no se entienden. Eso también es importante, es importante crear ese vínculo con tu público y con la gente. El humor tiene ese componente de complicidad que sí se pierde… Incluso hay bromas que en un momento dado no te pueden hacer gracia por tu propio estado de ánimo. A mí lo que no me parece mal es que haya un debate sobre esto, que hablemos y lleguemos a conclusiones. Lo que no me parecería bien es que el humor de repente se situara en una esfera donde fuera intocable. Esa idea de que no se puede criticar al humor porque es humor no la entiendo. El humor no es un fin, es un medio; se puede criticar como cualquier otra cosa. Pero que sea un debate sereno, porque parece que hay esa cosa visceral… Pasa con el humor y pasa con todo.
«Hay bromas que en un espacio público se malinterpretan y en un teatro no. Si vas a ver a alguien al teatro hay un acuerdo tácito de saber quién es, con qué intención hace las bromas»
Pero porque el tono está demasiado elevado en el debate público.
Sí, sí, eso desde luego…
Y, si el humor es un medio, ¿usted para qué lo usa?
Mi pretensión es divertir, que es una pretensión muy humilde. Lo que quiero es que la gente se divierta con lo que hago. Luego hay veces en las que intento que haya un mensaje, por supuesto, pero en lo primero que pienso es en hacer reír a la gente. Todos tenemos un discurso, eso está claro, pero yo lo que quiero es divertir, hacer reír.
Luego, muy relacionado con todo eso, está la denominada 'cultura de la cancelación', claro…
En España no hay cultura de la cancelación. Aquí a nadie que yo conozca se le ha cancelado por un chiste; todo el mundo ha seguido trabajando. Se ha malinterpretado algún chiste, ha habido cómicos que lo han pasado mal porque en las redes se les acusaba de algo… pero luego todo el mundo ha seguido trabajando, no hay cultura de la cancelación. A lo mejor hay alguien que le han echado de un trabajo, pero está trabajando en otro, no hay nadie que esté condenado al ostracismo. Lo que sí se ha vivido en este país es cómicos que se han sentado en el banquillo por un chiste contra… El poder sí que ha dicho «te vas a sentar aquí a dar explicaciones». El caso, por ejemplo, de David (Suárez) … A ver, está legislado el insulto a la víctima, pero no parecía que esto fuera un caso, al menos así se ha visto luego; el chiste era horrible, pero, joder, era un chiste… También tiene que ver con dónde estaba el chiste… Pero hay veces que la cultura de la cancelación es más que alguien ha dejado de interesarte y no le compras el libro o no vas a verle al teatro porque ha hecho algo que no te gusta. Pero no he visto en este país esa cultura de la cancelación orquestada donde alguien de repente… Es otra cosa que se podía debatir.
Y llegamos a los límites, o no, de la libertad de expresión.
«No todas las opiniones son respetables. Si alguien dice «Me gustaría acabar con los pelirrojos», esa opinión no es respetable, no está bien»
La legislación está así para proteger a las víctimas de un dolor innecesario. Pero, claro, eso también lucha contra el concepto de libertad de expresión… Luego hay una reflexión, que es como una especie de mantra, que es que todas las opiniones son respetables. Esto lo hemos oído muchas veces, hasta yo creo que lo he dicho. Pero luego lo piensas y no, no todas las opiniones son respetables. Si alguien dice «Me gustaría acabar con los pelirrojos», esa opinión no es respetable, no está bien. Ahora lo estamos viendo también con el movimiento antivacunas , que se pone en el mismo lugar a la gente que está en una posición y en otra, y no, no puede ser. No, porque por una cuestión de generosidad, de conciencia y de mirar por los demás, te tienes que vacunar. Hay gente que lo dice de una manera serena y va calando. Pero no, no, no, no, no debe ser así.
Volviendo a la novela, Emilio siente la necesidad de volver a sus raíces, a su pueblo, Tarancón, cuando todo empieza a desmoronarse a su alrededor. ¿Qué importancia tienen los orígenes para Joaquín Reyes?
En la novela están el pueblo y la ciudad como lugares físicos, y también como lugares simbólicos. De hecho, él es quien es, ha prosperado y se ha sofisticado porque vive en la ciudad, pero luego, por otra parte, el pueblo está muy presente en su vida y es precisamente lo que más rechazo le provoca. Los orígenes, al final, por mucho que tú pelees contra ellos, están ahí. Y llega un momento en el que, cuando tienes que recuperar las riendas de tu vida, recurres a tus orígenes.
En la novela hay tanta miseria como felicidad, lo cual contrasta con la obligación, casi, que tenemos en estos tiempos de ser felices, de estar con la sonrisa de Instagram. Es como si viviéramos instalados en una superficialidad impostada a la que nos obligan las redes sociales…
Totalmente. Las redes sociales, en especial algunas, te condicionan y la propia herramienta hace que caigas en esa frivolidad donde tu vida parece que es atardeceres, vacaciones permanentes… De alguna manera eso también lo infantiliza todo, porque estamos obligados a ser felices.
Pero uno en la vida es feliz sólo a ratos, y ese es un mensaje muy contradictorio que estamos enviando a las generaciones más jóvenes…
Y los propios filtros que retocan tu físico y de repente crean esas inseguridades y hacen que la gente no se quiera, no se acepte. Yo lo vivo, yo vivo ese tipo de situaciones donde de repente estás proyectando la imagen de una persona exitosa y al segundo siguiente hay una miseria.
¿Está la fama completamente vacía o hay algo en ella?
«En los cómicos hay algo que es muy cruel, que es que perdemos la gracia. Los cómicos no solemos envejecer bien»
Bueno, es que la fama… ¿Qué es la fama? La fama es halagadora porque es un reconocimiento, un refuerzo positivo y hay mucho de la fama que es muy halagador, lo que pasa es que luego eso desaparece muy rápido. Cuántos juguetes rotos cuando la fama pasa, y en el caso de los cómicos ni le cuento, porque en los cómicos hay algo que es muy cruel, que es que perdemos la gracia.
¿Se pierde?
Sí, claro. Los cómicos no solemos envejecer bien.
Mire Gila.
Pero Gila… Ya, hay casos, hay casos, pero en la mayoría de casos eso no sucede.
O sea que la gracia es como la belleza.
Sí, tiene que ver con eso también, porque la misma mueca que era divertida de repente se vuelve patética.
¿Cómo sobrevive un cómico a la soledad?
«Hay una cosa que me saca de quicio, y es esta cosa de presentar al cómico como alguien que sufre, pesimista… La comedia es algo maravilloso, poder dedicarse a esto es una bendición»
No creo que el cómico se sienta especialmente solo por dedicarse a esto. Creo que el cómico se siente solo como se siente sola muchísima gente. Más que soledad, yo creo que lo que sentimos es aislamiento; estamos muy conectados y, sin embargo, percibimos que estamos más aislados que nunca, porque la comunicación muchas veces se ciñe a un mensaje, cada vez hablamos menos cara a cara. A mí hay una cosa que me saca de quicio, y es esta cosa de presentar al cómico como alguien que sufre, pesimista… Todo eso es como algo impostado. La comedia es algo maravilloso, poder dedicarse a esto es una bendición, no podemos reducirlo a una caricatura. No me reconozco en esos clichés.
¿A Joaquín Reyes qué o quién le hace feliz?
A mí me gusta muchísimo que me hagan reír, no tengo que ser el centro de atención. Mis amigos son gente que me hace reír, y mi familia, mis hijos, mi mujer, nos reímos mucho en casa y lo pasamos muy bien. Hemos intentado que haya un ambiente donde te puedas expresar, puedas hacer bromas. Una de las cosas que a mí enseñaron es que las bromas tienes que encajarlas y te tienes que aprender a reír de ti mismo, porque con eso ya tienes una herramienta bastante eficaz para desenvolverte en la vida.
Pues cada vez nos reímos menos de nosotros mismos…
Sí, nos tomamos muy en serio, y así pasa, que creemos que nuestras opiniones están por encima de las demás, que tenemos que mostrarnos sin fisuras… De hecho, los cómicos jugamos siempre a situarnos por debajo, el bufón se sitúa por debajo para luego poder reírse de todo.
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