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El enigma de Asma Al-Assad

¿Cómplice de la represión en Siria o prisionera de su condición de primera dama? La situación de Asma Al-Assad es un misterio

El enigma de Asma Al-Assad ABC

DANIEL IRIARTE

Mucho se está especulando con el papel de la primera dama de Siria, Asma Al-Assad, en el desarrollo de los dramáticos acontecimientos en aquel país. Con los insurgentes del Ejército Sirio Libre con un pie en la capital y las tropas regulares rebelándose abiertamente, la situación en Siria se acelera, y hay quienes ven a Asma como una convidada de piedra, impotente a la hora de frenar el derramamiento de sangre desatado por su marido. Para otros, su desaparición pública indica su apoyo a la represión. Y hay quienes apuntan a un posible «estado de negación», de incapacidad para percibir la realidad.

Entre la oposición existe bastante consenso: su silencio es signo de complicidad. «Ella está callada, aun viendo la verdad. Y como dijo el Profeta: “El que calla la verdad es un demonio mudo”», nos dice Ghaida, una siria de segunda generación nacida en Barcelona. Se refiere a un juego de palabras: el apellido de soltera de Asma, Ajras, en árabe significa «mudo». «Además de muda, ahora está ciega. Dios le ha cegado el corazón», añade un compañero. Otros exiliados son aún más contundentes: «¡Que se muera igual que su marido!», exclama uno. «Si tuviera un poco de conciencia, se habría puesto de parte de los revolucionarios. Porque es de Homs, y está viendo perfectamente cómo están destrozando su ciudad» , asegura otro.

Decir que Asma es de Homs (de donde proviene su familia) responde a una idea muy de Oriente Medio, donde los orígenes importan. Porque lo cierto es que ella nació en Acton (Inglaterra), en 1975, y fue allí donde se educó. Joven, cosmopolita y políglota, con su propia carrera profesional en el mundo de las finanzas, era un icono de la emancipación femenina en el mundo árabe. Por eso son muchos los que se preguntan: «¿Cómo una mujer así acaba convirtiéndose en la esposa de un dictador?».

A primera vista, Bashar Al-Assad parecía un buen partido. Se conocieron en 1992, durante una visita de la familia Ajras a Siria. La madre de Asma era una diplomática de cierto peso, por lo que las relaciones con los Assad eran cercanas. El joven Bashar, licenciado en Medicina, se preparaba para iniciar su especialización en oftalmología en Londres. Eran los tiempos en los que nadie esperaba que llegase a liderar el país; esa tarea estaba reservada a su hermano mayor, Basil, el sucesor «duro» elegido por su padre, el excoronel de la fuerza aérea Hafiz El Assad.

La cara amable del régimen

Bashar comenzó a frecuentar y, luego, a cortejar a Asma. Pero Basil murió dos años después en un misterioso accidente de tráfico y Bashar fue llamado a Damasco para prepararse como futuro heredero de la presidencia. Mientras tanto, siguió visitando a Asma en secreto hasta que en 2000 se convirtió en el nuevo presidente. Seis meses después, la pareja contrajo matrimonio en Damasco. Asma dejó su carrera financiera (pasó por el Deutsche Bank y por las sedes de J. P. Morgan en Londres, París y Nueva York) y se convirtió en la cara más amable de lo que se llamó la «Primavera siria», el tímido proceso de liberalización iniciado tras la llegada de Bashar al poder. Una apertura que se quedó en un mero aspecto económico.

A pesar de ello, la imagen de la primera dama visitando las regiones más desfavorecidas y supervisando proyectos de educación y desarrollo llevó a muchos a pensar que el país sí iba por el buen camino. La prensa occidental no dudó en alabarla: «Vogue» la calificó de «rosa en el desierto», y «Paris-Match», de «un elemento de luz en un país lleno de zonas de sombra». Hasta que las revueltas en Siria, y la despiadada represión conducida por Bashar y su hermano Maher, convirtieron a los Assad en los malos de la película. Entonces, Asma se esfumó de la vida pública.

Ante su desaparición, se generaron insistentes rumores que la situaban en Londres con sus tres hijos, lo que habría sido un signo de la falta de confianza del propio Assad para mantenerse en el poder. Tal vez por ello, el pasado 11 de enero la primera dama apareció en Damasco con sus vástagos, flanqueando a Bashar durante un discurso público. Un gesto que ha sido interpretado por los observadores como de apoyo inequívoco a su marido.

Pero incluso muchos de sus críticos más acérrimos admiten que, aun queriendo, es improbable que estuviese en manos de Asma detener la matanza. La huida, aunque conserva el pasaporte británico, está también descartada: dado el golpe que una noticia así supondría para el régimen, el todopoderoso mujabarat (los servicios de inteligencia de Siria) jamás lo permitiría.

Como escribe el diario británico «The Times», la primera dama «es prisionera de su propia situación». Ante el silencio de Asma, tal vez nunca conozcamos sus motivos.

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