La JMJ, un chute de adrenalina
Es muy sintomático el efecto psicosocial que están produciendo las JMJ de la autoestima en la Iglesia
Victoria cultural de la izquierda
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Iniciar sesiónEl primer viaje del papa Francisco fuera de Italia fue a la Jornada Mundial de Río de Janeiro en 2013. Allí pidió a los jóvenes que «armaran lío». Hoy se clausura una nueva Jornada Mundial de la Juventud con el Papa. No seré yo ... quien diga que será la última de Francisco. Diez años en los que parece que el papa se aplicó también a sí mismo ese consejo. «En Lisboa me gustaría ver una semilla para el futuro del mundo», declaró Francisco antes de comenzar el viaje. Como se ha podido comprobar estos días, dentro del magisterio pontifico lo que dice en las JMJ está muy trabajado.
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Javier Martínez-BrocalUn posible problema de visión le ha impedido ya leer cuatro discursos en este viaje a Lisboa. El Pontífice ha esquivado hablar de la guerra
Es muy sintomático el efecto psicosocial que están produciendo las JMJ de la autoestima en la Iglesia. Cada encuentro del Papa y de los obispos con los jóvenes es una especie de chute de adrenalina, una necesaria catarsis de una Iglesia que, en demasiadas ocasiones, parece tocada y hundida bajo el peso de la culpa- véase casos de pederastia-, la desafección generalizada de la sociedad o, incluso, cierta desorientación interna. No hay más que ver los mensajes con los que los obispos sintetizan lo vivido esos días. Por ejemplo, las declaraciones del portugués cardenal Tolentino: «Desde hace diez años, uno de los signos más vitales y positivos de la vida eclesial está ligado a la renovación de la pastoral juvenil, un verdadero renacimiento; de la presencia de los jóvenes», o las del español Omella en clave lenguaje de uso común: «Esto es síntoma de que hay muchos brotes verdes».
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El Papa Francisco lo dejó bien claro en uno de los primeros encuentros de esta JMJ, el que tuvo con la Iglesia portuguesa, cuando habló del cansancio, «un sentimiento bastante difundido en los países de antigua tradición cristiana, afectados por muchos cambios sociales y culturales, y cada vez más marcados por el secularismo, por la indiferencia hacia Dios y por un creciente distanciamiento de la práctica de la fe». ¿Cuál es la solución? «Dejar la orilla de las desilusiones y del inmovilismo y tomar distancia de esa tristeza dulzona y de ese cinismo irónico».
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