César Nombela, pasión por la gestión política de la ciencia
César Nombela fue un trabajador infatigable que no se rendía ante ningún reto, Lo he visto luchar sin descanso por conseguir los fondos públicos y privados que eran en cada momento necesarios para los objetivos del CSIC o de la UIMP.
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Iniciar sesiónEn la madrugada del 14 de octubre de 2022 ha muerto a los 76 años César Nombela Cano, que fue acaso el mejor presidente de la historia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y uno de los mejores Rectores de la Universidad Internacional ... Menéndez Pelayo. Su biografía ha estado marcada por una pasión bien concreta: la gestión política de la ciencia. Soy testigo.
Mi coincidencia con César viene de antiguo. Fui compañero suyo en el curso preuniversitario del Instituto Ramiro de Maeztu, aunque nuestro trato no fue intenso, porque él era del grupo de Ciencias y yo era de Letras. Luego hizo su carrera en Salamanca como discípulo de Julio Rodríguez, mientras yo seguía en la Universidad Complutense. Él marchó a Norteamérica donde trabajó como becario postdoctoral entre 1972 y 1975 y compartió laboratorio con Severo Ochoa, Premio Nobel de Medicina en 1959. Más tarde Nombela ganó una plaza de investigador en el Instituto de Microbiología Bioquímica del CSIC, donde volvimos a ser compañeros a distancia porque yo también había accedido al CSIC en su Instituto (entonces llamado «Cervantes») de la Lengua Española.
César obtuvo la cátedra de Microbiología de la Facultad de Farmacia de la Universidad Complutense y yo la de Gramática General y Crítica Literaria de Sevilla, pero yo reingresé en el Consejo, aunque seguí dando clases en la Universidad Complutense para no perder el contacto con las sucesivas generaciones. Vidas paralelas, aunque a distancia.
Pero mi conocimiento de César se afianza en 1996 cuando le nombran presidente del Consejo Superior Investigaciones Científicas y me manda un tarjetón en el que recordaba nuestros orígenes comunes en el Ramiro y me citaba a una conversación. Se trataba de invitarme a que me integrara en su equipo del CSIC como vocal Asesor de Humanidades y Ciencias Sociales. Ahí descubrí una persona con una convicción apasionada: la importancia de una adecuada política científica para el desarrollo de las sociedades y el bien común de las personas. En el caso de España, le entusiasmaba la idea del Consejo Superior de Investigaciones Científicas como organismo de todo el territorio nacional porque permitía potenciar las sinergias entre los institutos radicados en distintas zonas y aprovechar las relaciones que se establecían.
Por otra parte, se podía obtener más resultados del elevado coste de los grandes equipos de tecnología que se desaprovechaban en utilizaciones raquíticas cuando podían ser suficientes para servir a muy diferentes proyectos de investigación con la debida coordinación. Por eso, no fue casualidad, el éxito del esfuerzo que desplegó el CSIC en su respuesta inmediata al desastre ecológico que produjo la riada de lodos tóxicos en el entorno del Coto de Doñana, por la rotura de una balsa minera de la multinacional sueca Boliden en Aznalcóllar (Sevilla). El CSIC pudo poner a disposición de manera inmediata nada menos que un centenar de científicos competentes que cubrían todas las especialidades necesarias.
Otro aspecto llamativo era su interés por las Humanidades que otras veces escasea en los científicos. Durante su presidencia en el CSIC, fui testigo de que su interés por el área humanística estuvo al mismo nivel que el que mantenía por las otras grandes áreas del conocimiento. En 2012, cuando fue nombrado Rector de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, incrementó, por un lado, las posibilidades de integrar la investigación científica y los programas de doctorado en el diseño de la Universidad y emprendió una vigorosa campaña para recuperar al máximo nivel su importancia en la enseñanza de la lengua y cultura españolas de acuerdo con el carácter que había dejado como herencia Ramón Menéndez Pidal.
César Nombela fue un trabajador infatigable que no se rendía ante ningún reto, lo he visto luchar sin descanso por conseguir los fondos públicos y privados que eran en cada momento necesarios para los objetivos del CSIC o de la UIMP. A sus colaboradores no nos dejaba parar ni un segundo. En épocas difíciles como era la de su presidencia en el CSIC en que España salía de una crisis económica profunda, nunca renunció a su convicción de que lo mejor era invertir en ciencia, nunca dio tregua a su secretario General del CSIC, Juan Antonio Richart, para que buscara los medios.
Quien conoció a César sabe, claro, que era un católico cabal. A mí no me extrañó que esa persona digna que era el agnóstico Severo Ochoa designara en su testamento a su discípulo cristiano para presidir la Fundación Carmen y Severo Ochoa. Marido ejemplar, padre ejemplar, amigo ejemplar, cristiano ejemplar.
Presidió el Comité Asesor de Ética del gobierno español entre 2002 y 2005. En este y en otros desempeños posteriores dejó siempre clara su convicción, quedase o no en minoría, de que la vida humana es respetable desde su concepción a su muerte natural. Y propuso siempre el diálogo entre ciencia y religión: «dos senderos para llevar a cabo la búsqueda de la verdad». Descansa en paz.
Miguel Ángel Garrido Gallardo, especialistas en Análisis del Discurso, ha sido
Catedrático de Universidad y Profesor de Investigación del CSIC.
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