Bienal de Flamenco de 2022
Vicente Amigo: torear con la guitarra
crítica
El teatro de la Maestranza volcado ante la sutileza de uno de los grandes músicos de este tiempo
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luis ybarra
Bienal de Flamenco de 2022
Vicente Amigo en concierto
- Guitarra Vicente Amigo
- Cante Rafael de Utrera y Los Melli
- Segunda guitarra Antonio Fernández 'Añil'
- Bajo José Manuel Posada 'Popo'
- Baile El Choro
- Percusión Paquito González
Las toses salteadas le recuerdan que no está solo. Se sienta, sin siquiera afinar el instrumento, y arranca una hermosa búsqueda de las cosas sencillas que culmina por soleá tras la taranta. En su sonanta no existe la lluvia de ahí fuera. Si acaso, cellisca, ... pero todo lo que ocurre en ese diapasón, del picado inicial al susurro de las yemas con el que concluye, tiene un carácter luminoso. También sorpresivo. Sus derroteros son callejas cordobesas que desconocemos a dónde nos conducen. Decía Sanlúcar, o Manolo, como les resulte más cercano y elogioso, que «lo artístico no está en lo que ve, sino en lo que se sugiere». Y lo que calla la guitarra de su discípulo más aventajado, que le dedicó todo el concierto, hace del tiempo un lugar habitable. Ese sitio en el que cualquiera quisiera permanecer largas estancias. Porque su silencio es una nota perfecta
Los oles roncos de Rafael de Utrera, a media voz, al comienzo de los 'Tangos del Arco Bajo' anuncian una noche de euforia en el coliseo frente al río. Entre el público abundan los guitarristas, pero si vinieron a robarle recursos técnicos encontrarán justo lo que no pueden llevarse: su alma. El compás se hace vuelo en su mano. Parece recién inventado. El disco 'Paseo de gracia' echa a andar por el escenario y el barquito de papel que antaño remara a favor de Morente parece combatir las olas que propone un pletórico Rafael, que juega a morir cada vez que participa. Es el 'Autorretrato' en el que, de pronto, nos miramos todos. Siguen los trémolos, las alzapúas, golpes a la madera, rasgueos. Hacia arriba, hacia abajo, un silencio que arranca de la tierra el jaleo de un teatro abarrotado y a presumir de universo propio. Contratiempos que narran cicatrices. Bulerías que son pájaros de pintura. Locuras de corinto que nunca llegan a prenderse pero que de vértigo van a desfallecer de tanto mirar a la luna.
No mostró durante el recital una amplia baraja de palos. Su estilo es puramente rítmico, aunque, ante todo, intimista, como un torero antiguo de fotografía que emplea el quieto avanzar de la sombra sobre el ruedo como reloj. Talavante duerme dentro de la boca su bajañí cuando decide bajar los dedos por el mástil y descubrir por primera vez la madrugada. Con Paquito González a la percusión camina a ese difícil paso del que no tiene prisa. Al bolero le caben mucho más acordes, pero no los necesita, porque no va donde no llega. Esa es una de sus máximas: los atajos. Suena a sí. Y su sonido, casi un un tópico de lo que ha de ser un concertista, se arrastra por un terreno de limpieza inusitada. 'Amoralí' es un himno rumbero. Los pies del Choro, que con toro riman si embiste con cuerpo de gigante, una apuesta a la furia que ha encandilado ojos y oídos lejos de estas fronteras.
'Sevilla', esa rareza por soleá con los tonos trastocados en la que se reitera en un dibujo maleable que no comprende la avidez, fue esta vez dedicada a Pablo Aguado, presente entre el público. Una catedral de lo efímero que fue, según expresó, para «el torero que me tiene ilusionado». Y Aguado, desde abajo, hartándose de llorar ante uno de los grandes músicos que en Europa podemos ver hoy en cualquier plaza de enjundia.
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La guitarra de Vicente Amigo, en definitiva, canta. Y como sus composiciones más emblemáticas se recrean en directo, uno siempre sale de sus espectáculos tarareando una música diferente: 'Roma', 'Campo de la verdad', 'Azules y corinto'. Hace apología de la caricia. Va, por así decirlo, aliviado de técnica para centrarse únicamente en la parcela de la emoción. El mensaje bien acotado para que lo recoja la muñeca.
A los buenos guitarristas se les conoce por el nombre de pila: Paco, Manolo, Vicente. Y tan exigentes, Vicente, somos los flamencos, que hay quien no se conforma con que tenga toda una trayectoria cimentada en el olimpo, sino que quiere ideas nuevas. Otra disrupción. Más discos como 'Ciudad de las ideas' para el futuro. Dice su amigo Andrés Calamaro, con quien ha grabado recientemente una versión de 'Para no olvidar', que «Todo artista merece, al menos, una década buena». Él lleva varias, y vestido de presente y porvenir torea abrazado a un capote de madera por el Maestranza, que rompe en aplausos tras cada composición para clavar en la pared el cartel de 'memorable'.
Su obra, expuesta con un elenco en el que cada uno suma al conjunto, es un paseo por la playa con quien te apetece charlar. No importa si no te gusta el deporte. Esto sí. Su guitarra te gusta. Si para ti un glissando es un neologismo innecesario y el pentagrama una ventana con barrotes de tinta, también. Goza de universalidad. Es nuestro lenguaje en el mundo. Digo más: lo que no alcanzamos a decir, desmenuzado. Eso es. Y te gusta. Una guitarra para todos los públicos que, además, brota de las profundidades. Que se apaguen con su 'Réquiem' estas líneas que siguen la memoria de sus órdenes. Que tras este silencio, como en su soleá, queden resquicios de música.
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