Daniel Monzón: «He querido hacer un retrato colorido y lleno de vida de la España de 1978»

¿Cómo ha sido el acercamiento a la novela de Javier Cercas?

Javier es un escritor estupendo del que ya había leído cosas que me habían encantado. ‘Anatomía de un instante’ me parece un libro fundamental para entender la historia contemporánea española. ‘Las leyes de la frontera’ cayó en mis manos. Me entró de una forma muy especial y me encantó hasta el final. Al cerrar el libro tuve la certeza absoluta de que, si tenía la oportunidad y los derechos estaban disponibles, necesitaba llevarlo a la gran pantalla. Eso sólo me ha ocurrido una vez cuando leí ‘Celda 211’, pues al terminarlo sentí la película. Acababa de terminar de rodar ‘El niño’ y también venía de hacer algo muy diferente como ‘Yucatán’, que era un tipo de comedia clásica, como un gran respiro después de dos películas muy intensas como ‘Celda 211’ y ‘El niño’. En ese intervalo le pedí a Edmond Roch, productor de ‘Yucatán’, que pidiera los derechos de la novela de Javier. Tuvimos que pelear para conseguirlos, pero Javier apostó por nosotros a muerte.

Una vez adquiridos los derechos de la novela, ¿de qué forma se planteó llevarla al cine?

Cuando me senté y escribí el guion, me di cuenta de que la novela de Javier Cercas tenía muchas películas posibles. El libro se divide en dos partes: la de los jóvenes y la de los adultos. Nosotros nos hemos centrado en la trama de los jóvenes y hemos hecho un prólogo y un epílogo que, de alguna manera, contiene esa segunda parte de la novela. Cuando le pasé el guion a Javier me dijo que le encantaba porque pensaba que había hecho mía la historia. Me dijo que me había llevado la historia a mi terreno y que había recogido la parte esencial. Él vino un par de días al rodaje y estaba muy feliz porque es un tipo muy listo y muy cercano. En nuestro caso no nos puso ninguna cortapisa ni nos pidió que le enseñáramos el guion porque entiende que el lenguaje literario y el cinematográfico son dos cosas distintas y que muchas veces la fidelidad a una historia no pasa por seguir al pie de una letra lo que dice una novela.

¿Qué le ha movido a adaptar esta trama?

Muchas cosas. Lo que vertebra la novela es una maravillosa historia de amor. Es una película de verano. Me interesaba ese primer amor que te deja una huella indeleble. Haciendo alusión al título de la novela, ‘Las leyes de la frontera’, se retrata la historia de un chico de clase media que, por amor, se enamora de una quinqui y se pasa al otro lado de la frontera. A partir de ahí se introduce en una banda de quinquis y se enamora de la novia del líder de esa banda.

¿Se identifica con la historia?

Sí porque se narran unos hechos que suceden en 1978, época en la que yo tenía 10 años. Yo no tenía la edad del protagonista, pero sí veía ese mundo marginal de los quinquis. De hecho, al igual que Nacho, vivía en las últimas edificaciones de la ciudad y ya se veían todos los descampados y las barriadas. Tenía contacto con los quinquis, que me producían al mismo tiempo temor y fascinación. Eso es lo que le ocurre a Nacho. Me apetecía recrear esa España del 78 desde una perspectiva no habitual. Normalmente esto se hace de una forma gris y cenicienta. Una vez oí la expresión de que era una España que ‘olía a pis’. Yo, por el contrario, quería hacer un retrato colorido lleno de vida y energía. Recuerdo que en esa época todo el mundo tenía la alegría de vivir, sobre todo después del franquismo. Los quinquis parecían no estar invitados a esa fiesta de la democracia y sus hijos, que se arracimaban en las grandes ciudades, se tomaban esa libertad por su mano. De ahí que robaran coches, bancos, etc. Luego todos acabaron muy mal por sobredosis de droga, especialmente de heroína, o abatidos a tiros por la Policía. Mientras el western era el espacio para los forajidos de leyenda en el cine americano, en España el subgénero del cine de quinquis era el espacio para nuestros forajidos de leyenda.

¿Cómo ha homenajeado ese cine de quinquis?

Todo ese cine tenía mucha fuerza. Recuerdo películas de Eloy de la Iglesia, José Antonio de la Loma y hasta Carlos Saura con ‘Deprisa deprisa’ —que me parece estupenda—, que tienen un brío casi documental. Retratan una época muy interesante. Yo no quería hacer una película manierista. Esas películas estaban protagonizadas por quinquis que luego acabaron muy mal por la droga o muertos a tiros por la Policía. Como todos esos actores murieron, lo que propone mi película es una mirada estilizada de todo aquello. Esas películas estaban rodadas en formato 1:85 y yo la he rodado en un formato panorámico, en Scope.

¿Por qué ha escogido al grupo sevillano Derby Motoreta’s Burrito Kachimba para la banda sonora?

Esa mirada estilizada también se retrata en la banda sonora. Por eso por una parte he recuperado canciones de la época (‘Te estoy amando locamente’, de Las Grecas; ‘El jardín prohibido’, de Sandro Giacobbe o ‘El pelos’, de La Grifa, entre otras) que te evocan a esos años y por otro lado quería una serie de canciones originales que sonaran a esos años pero desde una mirada actual. Buscaba una especie de rock progresivo con aroma a Led Zepellin, pero también con reminiscencias de Triana y caí que todo eso estaba materializado en un grupo maravilloso que existía: Derby Motoreta’s Burrito Kachimba. Contacté con ellos durante la pandemia. En enero del año pasado iniciamos la película y en marzo tuvimos que quedarnos en casa por el coronavirus, pero yo seguí trabajando. Una de las cosas que hice fue contactar con los Derby, y les encantó la idea de formar parte de la banda sonora. Primero hablamos sólo de canciones pero luego les propuse hacer también la música incidental de la película. Eso le iba a dar una unidad y una pátina especial. Al final han grabado canciones originales y música compuesta por ellos que suena en las secuencias de más acción. Es un rock psicodélico que encaja perfectamente con ese universo.

¿Ha sido muy complicado hacer esta película?

Todos los elementos que salen en la película, tanto de vestuario como de arte, la luz, el color, etc., están rigurosamente documentados en el año en que sucede la historia, 1978. Lo que ocurre es que la apariencia es viva. Mi hija de 14 años ha visto cómo viste la chica protagonista, Tere, y me ha dicho que ella quiere vestir así. Hay una conexión entre esa subcultura quinqui y lo que significaron esas películas, las música de Las Grecas, Los Chunguitos. Todo eso tiene un reflejo en el modo de sentir de mucha juventud de ahora. Detrás de Rosalía y C. Tangana hay mucha raíz flamenca, pero el aroma es como de quinqui supervitaminizado, por así decirlo. Creo que esta película va a atrapar a un público que va a sentir la curiosidad o la nostalgia de recuperar aquella época. El público más joven se va a acercar también porque las pulsiones de esos muchachos de los setenta son las mismas que las que sienten ahora y la forma en la que vivían y sentían, esa rebeldía y ganas de libertad de los adolescentes de entonces les va a llamar mucho la atención. La estética les va a parecer muy actual. Y es que entre esa época y la actual hay bastante conexión.