A las seis en punto de la mañana se abrían las puertas de la basílica. La respuesta era una sonora ovación de las decenas de personas que esperaban al raso soportando el frío de diciembre. Las colas daban la vuelta a la plaza de ... la Esperanza Macarena y se extendían delante del Arco hasta bien avanzada la muralla.
La Macarena lucía radiante, como hace décadas. Si los ojos son el espejo del alma, las caras de quienes iban pasando ante la Virgen lo decían todo. Lágrimas de alegría, de emoción, de reconciliación. No en una ni dos personas, sino en buena parte de los fieles que pudieron ponerse frente a la Macarena a primera hora de la mañana. Los más impacientes por ver a la Virgen, los que más tiempo llevaban esperando. Incluso algún tuno vestido de gala tras la vigilia de la Inmaculada.
El silencio de respeto y de impacto ante la presencia de la Macarena sólo lo rompían los cantos de las Hermanas de la Cruz que sonaban por la radiofonía de la basílica, los sollozos de los devotos y, llegado el momento, los espontáneos vivas de uno de ellos. «¡Viva la Virgen de la Esperanza! ¡Viva la cara más bonita de Sevilla y del mundo entero! ¡Viva la madre de Dios!», recibieron una respuesta unánime de los presentes. Muchos de ellos se abrazaban después de venerar a la imagen y se resistían a marcharse del bullicio formado alrededor del presbiterio de la basílica. También daban las gracias a Pedro Manzano por devolver su mejor aspecto a la Virgen: «Tenemos mucho que agradecer. Sentimos mucho consuelo».
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