novedad editorial
Inma Aguilera: «En la Sevilla previa al 29 hubo muchos problemas sanitarios por la pobreza y el hacinamiento»
La escritora malagueña publica 'La pintora de la luz' (Ediciones B), segunda parte de su éxito literario 'La dama de la Cartuja'
La aventura de ilustrar el Quijote con el color como gran protagonista
Sevilla
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Iniciar sesiónLa escritora Inma Aguilera (Málaga, 1991) cosechó un gran éxito de público y crítica con su novela 'La dama de la Cartuja' (Ediciones B). Un año después vuelve con la protagonista de esta historia, Trinidad, que regresará a Sevilla en 1911 totalmente transformada ... y siendo testigo de una ciudad que se prepara para celebrar uno de sus momentos más importantes: la Exposición Iberoamericana de 1929. 'La pintora de la luz' (Ediciones B) es la nueva novela de una escritora que ha logrado retratar de forma magistral esta época que cambió a la capital hispalense.
—Después del enorme éxito de 'La dama de la Cartuja', ¿siente mucha responsabilidad a la hora de abordar esta segunda parte?
—Toda la que implica corresponder el apoyo de mis lectores y lectoras. Siempre soñé con llegar a la gente con mis historias, y la de 'La dama' les llegó; así que mis esfuerzos al escribir 'La pintora de la luz' siempre han ido orientados a ofrecer lo mismo o más que les pudo dar 'La dama'. Pero, en verdad, pienso que siempre te sientes del mismo modo cuando presentas una nueva novela. Es inevitable estar un poco nerviosa, pero porque lo que estás es emocionada, y con ganas de enseñar lo que has hecho. Y pienso que el objetivo final es que la gente disfrute de tu nueva obra igual que tú lo hiciste al escribirla. Si te has esforzado con esa idea en la cabeza, en teoría ya has cumplido con tu parte. Más que responsabilidad, es una cuestión de respeto hacia los lectores.
—¿Cómo ha evolucionado Trinidad en los años que han pasado entre la primera y la segunda novela?
—Es prácticamente otra persona, porque ha pasado por una transformación. O, al menos, esa es la impresión que busco generar en el lector, que le choque mucho la Trinidad que dejamos en 'La dama' en contraposición con la que se va a encontrar en el arco principal de La pintora, el que transcurre en 1911. En ese sentido, siempre tuve en la cabeza la idea de la oruga que termina convirtiéndose en mariposa. Desde el principio de la novela estoy contrastando la oruga, la muchacha de dieciocho años tenaz y orgullosa, pero que sigue afectada por la frustración y por el dolor de la pérdida y, por lo tanto, todavía titubea en lo que piensa, en lo que dice o en cómo se comporta; y su versión alada, libre por fin de las convenciones sociales y desatada por completo en su ser artístico y existencial. Por eso lo interesante es enterarte de cómo fue su fase de crisálida y qué la generó, lo que se contará en la primera parte de la novela; pero, por supuesto, también habrá que ver si de verdad esas alas de mariposa están tan desplegadas o no como parece en un principio.
—Trinidad volverá a Sevilla para enfrentarse a un gran reto, la construcción de la Plaza de España.
—Y tan reto. Cada vez que veo la plaza de España pienso «Esto solo pudo salir de mentes muy brillantes y muy delirantes».
—¿Cómo era esa Sevilla en los años previos a la Exposición del 29?
—Estaba devastada. Física y moralmente. Pensemos que toda España se encontraba muy hundida por la pérdida de Cuba y Filipinas, las últimas colonias. La economía iba mal, y había muchos problemas en relación al trabajo y a las condiciones de vida. Sevilla en concreto se había visto masificada por la llegada de un montón de población rural que creyó que la ciudad y su industria le ofrecería mayor estabilidad que el campo. Pero no fue así. En consecuencia, hubo muchos problemas sanitarios por la pobreza y el hacinamiento. Reconozco que me sentí fascinada por lo similar que encontré esta época con el presente que vivimos, y por lo identificados que podríamos sentirnos los jóvenes actuales con los de entonces, mucho más que nuestros padres y abuelos. Después de todo, también entonces era dificilísimo tener una casa en propiedad (incluso un alquiler, que estaban igualmente por las nubes), se casaban y tenían hijos más tarde, casi nadie podía dedicarse a la profesión para la que se había formado, e incluso debían pluriemplearse para sobrevivir, y la situación geopolítica nacional y mundial era muy incierta. La Exposición vino a traer algo de esperanza, porque teóricamente daba solución a todo: mejoraría el ambiente, daría mucho trabajo de todo tipo y entiendo que también iba a ser una buena excusa para socializar en todos los sentidos posibles.
«Jamás llegaré al verdadero Aníbal González, es es imposible, pero me siento muy orgullosa del Aníbal que he construido para esta historia»
—También tiene un peso importante Aníbal González. ¿Qué imagen se llevará del famoso arquitecto el lector que se adentre en esta historia?
—Soy consciente de que he dado una visión amable y luminosa de él, acorde con lo que necesitaba para el argumento de la novela. Siempre es un reto enfrentarse a hechos, lugares y personajes reales, porque siempre habrá otras personas que recuerden y sepan más que tú. Pienso que yo solo soy una mera narradora, que escribo ficción, ficción histórica, pero ficción, y que mi principal objetivo al presentar una propuesta es que la gente se lo pase bien. Si por el camino se les introduce en un ambiente sugerente e interesante, que les enseñe datos curiosos que desconocían, genial. Con respecto a Aníbal, va a ser el maestro de algunos de mis personajes ficticios, también un apoyo y una figura de autoridad, es inevitable que se le presente como a alguien solemne, pero porque considero que es lo que pegaba y correspondía. He construido mi versión de Aníbal González para 'La pintora de la luz' a base de leer mucho de él y de su obra, viendo documentales, contemplando y tocando sus diseños; detectando la admiración, respeto y aprecio con la que hablaron de él los cronistas y periodistas de la época, o con la que hablan los académicos en la actualidad. También leí atentamente las entrevistas de su nieto, el cual he tenido el gusto de conocer hace poco, quien, como es lógico, conserva el recuerdo de lo que le contaron sus familiares. Jamás llegaré a conocer al verdadero Aníbal González, eso es imposible, pero me siento muy orgullosa del Aníbal que he construido para esta historia, pues quiero creer que podría dar mucho en lo que pensar a los lectores y lectoras sobre su figura y su legado, sobre todo para valorarlo y conservarlo como merece.
—Por supuesto, Sevilla vuelve a ser un personaje destacado en esta nueva novela. ¿De dónde le viene a una malagueña esa pasión tan grande por Sevilla?
—Soy una malagueña orgullosa, como demuestran mis primeras novelas publicadas, ambientadas en mi tierra; pero estoy emocionalmente ligada a Sevilla desde que gané el Premio Ateneo Joven de Sevilla de Novela. Recibí el galardón con veinticuatro años, cuando menos lo esperaba después de decenas de intentos frustrados por publicar o conseguir llegar a la gente con mis historias. Y lo viví una noche de verano en el Real Alcázar. ¿Qué puedo decir? Me sentí la Cenicienta, pero en mi caso el sueño no terminaba a las doce, sino que justo entonces acababa de empezar. Y ahora, años después, una historia sevillana no solo me da la oportunidad de trabajar con uno de los mejores equipos editoriales del país, sino que consigue que destaque para los lectores en el panorama literario español. La pregunta sería cómo no iba a amar a Sevilla.
—¿Se ha inspirado en algún personaje real a la hora de escribir estas novelas?
—Siempre. Una periodista nunca revela sus fuentes, y una autora jamás confiesa qué personas concretas inspiran sus personajes. Menos si el personaje es intensito, menos si la persona es cercana. O pública. En verdad, el cien por cien de las veces el personaje no es más que una leve salpicadura de un rasgo, de un gesto o de una conducta que has observado, a menudo muy de pasada, y luego tú lo exageras y lo extiendes de un brochazo. Me encanta construir personajes muy poliédricos, por lo que al final estos acaban desarrollando una identidad propia casi por sí mismos, y la mayor parte de las ocasiones acaban convertidos en algo muy distinto a la idea que los inspiró. El personaje de Enrique, por ejemplo, nació en mi cabeza como una mezcla entre Francisco de Goya y el gato de Cheshire, pero luego incluso terminé dándole rasgos de protagonista de dark romance por pura diversión y fascinación hacia las sombras que fueron surgiendo en el personaje mientras lo ponía en escena.
—Tras haber abordado géneros como la ciencia ficción, que se apreciaba en tu primera novela con la que ganaste el Premio Ateneo Joven, ¿cómo fue el proceso de dar el salto a la novela histórica?
—Fue algo mucho más natural y progresivo de lo que parece. Sobre todo, porque me pilló en medio El excéntrico señor Dennet. Fue mi tránsito. En esa novela paso de lo victoriano al steampunk, con un estilo muy de H. G. Wells, pienso, y fue mi excusa para atreverme por fin con la histórica, que siempre quise abordarla, pero que me daba muchísimo respecto. Hacer el doctorado también me ayudó, me dio soltura en la investigación y confianza para abordar determinadas cuestiones. Y yo es que soy muy ecléctica en general, tanto para leer como para fantasear. Mi cabeza siempre está yendo y viniendo por ideas y conceptos diversos. Por eso pienso que mi histórica tiene rasgos de muchos géneros. Supongo que lo único importante aquí a ese respecto no es lo que piense yo, que estoy la mar de a gusto dejando volar mi imaginación, sino lo que crean mis lectores, y que les parezca pertinente e interesante lo que les ofrezco.
—¿Ha sido muy complicado documentarse sobre todo a la hora de darle vida a los escenarios que describes en estas novelas?
—Complejo sí que es, pero, para mí, eso es bueno, y también agradable. Me gusta investigar y encontrar datos curiosos. Me entran ganas de darlos a conocer al mundo, que, en el fondo, es lo que trato de hacer. En eso, la literatura y el periodismo se parecen: hallas una realidad que deseas compartir, y además tienes el reto de adaptarlo a un lenguaje que llegue a la gente. Para La pintora de la luz, por ejemplo, leí muchísimo y paseé por los sitios claves como en las demás, pero también pasé muchas horas en el Archivo Histórico Provincial de Sevilla leyendo las actas de las reuniones del Comité Ejecutivo de la Exposición, «viendo» discutir a los que serían mis personajes. Anotando expresiones, cifras, reflexiones… Por eso, y en mi caso, no siento que sea tan complicado documentarme para mis novelas como valorar cómo selecciono, resumo y plasmo toda esa información, o cómo la empleo a través de los personajes para no saturar a la gente y que sea un mero apoyo para que las escenas cobren vida.
—Tras dos novelas ya de dentro de la trilogía de La Cartuja, ¿qué nos espera con la tercera?
—En verdad me preguntan mucho si La Cartuja es una bilogía, o si voy a seguir con Sevilla… 'La dama de La Cartuja' y 'La pintora de la luz' son dos novelas relacionadas pero independientes, y todavía es pronto para hablar de lo que vendrá después. Sí puedo decir que me siento muy a gusto en este registro histórico romántico-emocional, y que, aunque una soñadora se merece dejarse llevar más allá de sus límites, una autora se debe a sus lectores, y yo siempre intentaré cuidarlos tanto como ellos y ellas lo están haciendo conmigo.
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