Arte y demás historias
Los evocadores interiores holandeses
En los Países Bajos despunta un nuevo modelo de vida en el siglo XVI. La burguesía comerciante lleva a su nuevo y recién creado Estado independiente de las provincias del norte a convertirse en un tiempo récord en unos de los países más ricos de Europa
Johannes Vermeer. Joven leyendo una carta. Hacia 1657-1659. Gelmaldegalerie Alte Meister. Dresde. Wikimedia Commons
Durante la Edad Media las casas tenían, generalmente, pequeñas dimensiones y era frecuente que el conjunto de la familia ocupara el mismo espacio. Pasaron siglos hasta que los distintos usos de las habitaciones quedaron definidos, ya que la intimidad del hogar como hoy se concibe ... no existía.
La actividad mercantil trajo consigo el desarrollo de las ciudades en Europa a partir del siglo XI, dichos burgos eran recintos amurallados con una alta densidad de población. Por lo general las viviendas eran de dos alturas, en la planta baja el comerciante o artesano desarrollaba su actividad profesional, mientras que en el piso superior residía la familia, normalmente todos juntos en una gran cámara. Este esquema de habitabilidad llega al Renacimiento, momento en el surgen nuevas necesidades.
Johannes Vermeer. La callejuela. Hacia 1657-1658. Rijkmuseum. Ámsterdam. Wikimedia Commons
Concretamente es en los Países Bajos donde despunta un nuevo modelo de vida. Hacia 1560 las provincias del norte (actualmente Holanda) se rebelan contra España, alcanzando la independencia en 1585, ratificada en el tratado de Münster en 1648. La burguesía comerciante lleva a este nuevo y recién creado Estado independiente a convertirse en un tiempo récord en unos de los países más ricos de Europa.
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En 1602 se funda la Compañía de las Indias Orientales con sede en Ámsterdam, entidad que convirtió a Holanda en centro neurálgico del comercio a escala mundial. En este sentido, es necesario destacar el papel que jugó el calvinismo y su fuerte impronta. Dicha religión reformada aboga por el trabajo y la austeridad, pero no solamente se trata de una cuestión de mentalidad, sino que también se produce un cambio radical en la relación con la divinidad.
Las imágenes sagradas ya no constituyen un vehículo de comunicación entre Dios y el fiel, ya no se veneran en lugares públicos y tampoco se acepta el culto a los santos. Todo esto trae consigo alteraciones sustanciales en la producción artística, que abandona la temática religiosa y se orienta hacia el retrato, el bodegón y la pintura de género.
Pieter de Hooch. Mujer pelando manzanas. 1663. Wallace Colection. Londres. Wikimedia Commons
La recién estrenada Holanda es un país sin realeza, que como consecuencia de una efectiva actividad mercantil se convierte en una superpotencia. Grandes maestros como Vermeer, Hooch o Steen, entre otros, recrean los ambientes confortables de los que disfrutaba esa pujante burguesía. Entramos en salas limpias y ordenadas, decoradas con gusto pero sin recargamiento, que nos transmiten una cálida sensación de hogar y privacidad.
En esa vida cotidiana se encuentra el inicio de lo que consideramos el confort doméstico. Los lienzos que reflejan estos cuidados interiores son, por lo general, de pequeño formato, adecuados a dichos espacios. La prosperidad económica trajo consigo numerosos cambios sociales, el nuevo concepto de vida se tradujo en tener pocos hijos y no recurrir a amas de cría. Las personas principales disponían de poca servidumbre y sus costumbres conservadoras rechazaban gastos superfluos.
Es precisamente en esta época cuando florece la pintura de género, esa misma burguesía mercantil demanda una temática con la que se sienta identificada. Dicha pintura representa en sí misma una importante fuente documental, ya que a través de ella se pueden reconstruir determinados usos y costumbres. En el presente caso, los maestros holandeses nos adentran en los interiores y en la manera de vivir de sus propietarios.
Somos testigos de cómo visten, qué comen y sus momentos de esparcimiento e intimidad, tal vez banales pero de una asombrosa capacidad evocadora. Escenas que tienen la capacidad de transportarnos a aquel tiempo, incluso parece que podemos caminar por esas habitaciones, mientras observamos su apacible y tranquila cotidianidad con la sensación de que el tiempo se ha detenido, como dijo Rembrandt «sin una atmósfera la pintura no es nada».
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