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Recital de José Menese, Argentina y Menjíbar en el Alcázar: Milagros del flamenco

La mariana es un himno de Menese y Menese es una bandera del flamenco. Pero no la mariana del número de la cabra, sino aquella de color malva que le escribió Moreno Galván y que llevaron a la ataraxia Miguel Vargas y él

Recital de José Menese, Argentina y Menjíbar en el Alcázar: Milagros del flamenco juan flores

alberto garcía reyes

La mariana es un himno de José Menese y Menese es una bandera del flamenco. Pero no la mariana del número de la cabra, sino aquella de color malva que le escribió Moreno Galván y que llevaron a la ataraxia Miguel Vargas y él . Por eso el arranque del maestro fue un alegato aunque su metal ande «agobiaíto, con fatiga y cansera». Ese cante es un suspiro de los setenta. El recuerdo de un tiempo dorado para la voz de hierro de este morisco que le quitó las gafas de sol al flamenco de La Puebla. Que trajo otra luz. Que puso el grito en el cielo. Pero aunque su sonido siga siendo de acero inoxidable, la mecha ya humea. Ley de vida. No lo digo con espíritu crítico. Todo lo contrario. Escucharle la soleá de la Gilica de Marchena fue un gozo extremo. Porque ese estilo se va a ir con él. Y tiene matices que son de terciopelo para su eco envarado. José no se lleva nunca los tercios a las afueras. Pueda o no con ellos, se los ata a la cintura. Por seguiriyas se vio. Su ascendencia mairenista le obliga al todo o nada. Y en los ayeos del Tío José de Paula hizo fuego al lado de la nieve. Ole los cabales. Salud y libertad, maestro. Por muchos martillazos que el tiempo y la vida le hayan dado, su garganta siempre será un yunque. Como Milagros Menjíbar será una escultura.

El vuelo de sus brazos por soleá con la cintura vencida y la cola durmiendo hasta el arrebato de la escobilla es un estampa que habría que vender en las tiendas de recuerdos. El oleaje de sus hombros y esas manos cogiendo naranjas amargas para hacer con ellas mermelada son todo el baile entero metido en un tarro. Tan despacio que todavía está bailando. Sigue allí en el Alcázar haciendo yeserías con las manos. Recogiendo flecos de su mantón de sangre. Tallando el molde de la escuela sevillana en los volantes de su bata. La Menjíbar es el baile concentrado. El meneo barroco de las alegrías rematadas siempre en bóveda. Anoche fue un monumento delante de otro monumento.

Por eso Argentina tuvo que entrar con buenos aires. Con los mejores. Porque la noche estaba en su cumbre. Se equivocó cantando la mariana. Ese terreno ya lo había pisado el maestro, que además había tenido la deferencia de dejarle cerrar cartel. Pero lo enderezó al cambiarse rápida a los tangos. Qué brío. Los del Piyayo los batió. Esa fuerza de juventud es un arma que ahora mismo la de Huelva usa bien. Al borde del grito. A veces pisa el arcén, como le pasó en la salida de la serrana, tal vez porque acelera mucho. Pero ahí empieza a atisbarse una cantaora con fundamento. Le metió mano con holgura a los fandangos de Lucena y a la jabera, algo ruidosa. Y se paró, por fin, en la seguiriya, el cante en el que se le pudo coger la medida. Todavía le queda. Cantó muy agitada. Tiene que discernir entre cantar con fuerza y cantar con rabia. Echarse agua fría. Pararse en la bulería de Antonia Pozo de Lebrija si quiere poner de verdad a tres cuartos las peras. Recursos le sobran. Pero en una noche con dos leyendas por delante tenía que haberse medido. La letra de Lole no me dejará mentir. Se le fue de golpe. Por eso no quedó. Por eso la historia nunca la han escrito los que tienen las ganas, sino los que tienen la experiencia. Milagros (Menjíbar) de un señor llamado Menese.

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